Nací en la década de los sesenta, aquí en Montevideo, en época del colegiado. Más precisamente, en ese año presidía el Consejo Benito Nardone, popularmente conocido como “Chicotazo” por sus punzantes comentarios políticos en su período de periodista radial.
Gobernaba en los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower y el mundo empezaba con un periodo de cambios radicales.
Daba comienzo la Guerra Fría, el momento de mayor conflicto después de la Segunda Guerra Mundial, entre EE. UU. y la desaparecida Unión Soviética, dado la caída del avión espía americano en territorio soviético, que si mal no recuerdo tenía el nombre “U2” y nada tiene que ver con el grupo de rock irlandés de Bono, Clayton y Mullen.
En el año 1962 algo así como la Crisis de los Misiles nos puso al borde de la tercera guerra mundial.
Luego vinieron la Guerra de Vietnam, la invasión soviética a la desaparecida Checoslovaquia, la muerte de los Kennedy, J.F y Robert, de Martín Luther King y Malcom X.
Hubo hasta una “guerra” si se quiere, tecnológica, para ver quién era el primero en llegar a la luna, fue algo así como a ver quién tenía el cohete más grande.
Los años setenta no le fueron en saga.
Dictaduras por aquí, Watergate por allá, Vietnam que terminaba y la revolución islamista en Irán que comenzaba y se hacían del poder los Ayatolá.
Mis ojos jóvenes miraban en blanco y negro la información televisiva, sin entender nada, sobre el surgimiento de Brigadas Rojas, IRA, Yihad Islámica y un montón de grupos terroristas y menos pudo entender el atentado en los Juegos Olímpicos de Múnich donde murieron atletas israelíes.
Los ochenta no empezaron mejor que los anteriores.
EE. UU. bombardea a la Libia de Muamar El Gadafi, como represalia a los ataques terroristas patrocinados por ese país.
La guerra afgano-soviética no fue otra cosa que una reedición de los conflictos soviéticos-estadounidenses. Si vos te metes, yo me meto, como los guapos de barrio.
En Sudamérica, los argentinos creían que podían recuperar “Las Malvinas” a la fuerza contra los ingleses, algo que solo un borracho podía creer. En América Central, el Salvador y Nicaragua, todo era un caos, sobre el final de la década se agrega la invasión norteamericana a Panamá.
En los noventa, la operación “Tormenta en el desierto”, nos hizo ver la guerra en vivo y en directo a todo color en Kuwait y en Somalia y Ruanda hacen que yo, ya más madurito, empiece a redefinir el calificativo de humano a los seres.
Bosnios y croatas se despedazan en Europa y por estas latitudes en Argentina, mueren ochenta y cinco personas en un atentado con bomba en la AMIA.
Y voy a dejar por acá, para que usted, estimado lector, haga un juego de memoria y rellene con acontecimientos los 30 años que faltan analizar, así, a “grosso modo”.
Me guardé muchos acontecimientos, tan crueles como los que aquí detallé, porque no me da el espacio de la columna.
Claro que cosas buenas pasaron, pero las voy a analizar en otra entrega.
Dado los últimos acontecimientos acerca de la decisión del gobierno de Míster Trump, que cual un Dios decide quién vive y quién no, para terminar con la vida de Soleimani, parece que nuevamente estamos al borde de la “Tercera Guerra Mundial”.
La “humanidad” no aprendió nada.
Guerras siempre hubo, lo único que cambió fue la tecnología, la forma de destruirnos.
Seguimos siendo una forma de vida que por ambición o simple maldad se autodestruye.
Ante lo visto, leído y vivido, dígame la verdad, ¿no está usted saturado de tanto odio, violencia y maldad?
Porque yo estoy como reza el título de esta columna.
Estoy harto.