En 2019 el Parlamento determinó que se modificara la denominación de la represa Gabriel Terra y pasara a llamarse Rincón del Bonete a secas. En su momento alguien propuso llamarla Julio César Grauert, pero consultado el senador Amorín Batlle, lúcidamente indicó que Grauert no tenía nada que ver con la represa, por lo que no acompañaría dicha propuesta. El pasado 10 de abril, la Comisión de Industrias del Senado aprobó por cuatro votos (Partido Nacional con dos votos, Partido Colorado y Frente Amplio) a uno (Cabildo Abierto) un nuevo cambio de denominación propuesto por el senador Bergara el 31 de marzo de 2023: Doctor Baltasar Brum.
No sorprenden ya los continuos ataques de la Intendencia de Montevideo al nomenclátor de la ciudad, ni las falsedades vertidas en los libros de texto de historia de nuestros escolares, pero sí sorprende que, aun siendo gobierno, los partidos tradicionales mantengan su postura genuflexa en la batalla cultural. Nos reescriben la historia bajo nuestras propias narices, apelando a dicotomías reduccionistas en las que nuestros políticos siempre prefieren un lado: el fácil, aquel que no requiere explicar mucho sobre matices, contextos y perspectivas históricas, o poseer el menor conocimiento de un asunto. Lenta pero inexorablemente, borran con el codo una rica historia de construcción y desarrollo institucional, forjado precisamente por el debate y contraste de ideas. Unas resultaron válidas y otras perimidas (por ejemplo, el Colegiado), pero todas ellas emanaban de las mejores intenciones, no de dos o tres, sino de decenas y quizás centenares de servidores públicos de altísimo calibre que nos legaron el Uruguay en que vivimos.
En el caso en cuestión, el relato reduccionista y hegemónico contrapone golpe de Estado o dictador de un lado y democracia o autoinmolación heroica por el otro, cuando lo que ocurrió el 31 de marzo de 1933 fue la Revolución del Plebiscito. Parece increíble que en un país en que este año se están promoviendo varias consultas al pueblo soberano, no logremos entender que solo podía acabar así una Constitución que no admitía el plebiscito para su modificación. Deliberadamente fue creada con un engorroso procedimiento que requería dos tercios de los votos, en dos legislaturas consecutivas, para recién entonces elegir una Asamblea Constituyente que ponga manos a la obra. El famoso candado requería más de una década. Perdida la llave, los candados siempre acaban rotos.
En el Uruguay de 1930, frente a la mayor crisis económica que el mundo haya conocido, con nuestras exportaciones de carne cayendo un cincuenta por ciento en volumen y sesenta por ciento en valor, o las de lana reducidas en un 72 por ciento, nuestro ministro de Hacienda tenía nueve jefes. Provenían de distintos partidos y sectores dentro de estos, se movían en distintos círculos expuestos a un sinfín de intereses creados y no necesariamente habían sido electos por su versación en asuntos económicos y financieros. El país era un caos.
En febrero de 1933, Herrera lanza su ultimátum (“El cambio radical se impone, lo haces tú o lo hacemos nosotros”) y se va a Río de Janeiro mientras Nepomuceno Saravia prepara sus tropas al otro lado del Yaguarón. Al presidente Terra se le presentan entonces dos alternativas: acabar con treinta años de paz y orden público, sumergiendo al país en una guerra civil para sostener una Constitución y Poder Ejecutivo claramente defectuosos, o resolver el asunto por la vía de las urnas.
¿Acaso no es la segunda opción la que demanda la ética de la responsabilidad que ha guiado siempre al Partido Colorado? 85 días después, las urnas le dieron la razón. Los pseudo campeones de la democracia del siglo XXI, de hecho, están argumentando que el 55 por ciento del electorado en 1933 y 1934 estaba equivocado y es cómplice de un atropello institucional.
El doctor Gabriel Terra fue el artífice fundamental e indispensable en la construcción de la represa de Rincón del Bonete, bregando tres décadas por el aprovechamiento hidroeléctrico de nuestros ríos. Lo hizo desde su lugar como primer ministro de Industrias, Trabajo e Instrucción Pública durante el gobierno de Claudio Williman, lo sostuvo como integrante del Consejo Nacional de Administración y lo pudo finalmente plasmar durante su gobierno, iniciando la construcción de una represa que sería la mayor de Sudamérica y no llegaría a ver terminada en vida.
Vayamos ahora a los argumentos para dar el nombre del doctor Brum a la represa. Hay un sinnúmero de motivos y formas de honrar su memoria sin que el único fundamento del homenaje sea machacar con el relato épico y glorificador de su suicidio. Se trata de un mal que todos los años se lleva tantos compatriotas como los homicidios y accidentes de tránsito en conjunto. No es sano, en el Uruguay de hoy, abordarlo desde otra óptica que la de un problema nacional.
Baltasar Brum fue un gran patriota. Vigoroso y pujante ilustrador de las masas, el civil más joven en alcanzar el rango ministerial y presidencial. Con el mismo tezón y constancia con que Terra persiguió la energía hidroeléctrica, Brum apoyaba incondicional y apasionadamente la restauración de nuestro patrimonio histórico, con un afecto y devoción singular hacia la Fortaleza de Santa Teresa. No tiene, sin embargo, absolutamente nada que ver con la represa de Rincón del Bonete.
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