Mediaba el mes de abril de 1843 y Uruguay estaba en guerra. Esta en particular ha sido denominada Guerra Grande. En el Montevideo sitiado, el historiador, político y diplomático Andrés Lamas (1817-1891) y el médico cirujano Teodoro Vilardebó (1803-1857) proyectaban la fundación de un centro que se dedicara al estudio de la historia y la geografía nacional. Secundados por otros intelectuales como Santiago Vázquez, Bartolomé Mitre (que fundó la Academia de Historia Argentina en 1893) y Manuel Herrera y Obes, entre otros, sentaron las bases de lo que sería el actualmente llamado Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay (IHGU). La intención era convocar a aquellos dispuestos a “despojarse en las puertas del Instituto de sus prevenciones y colores políticos para entrar en él a ocuparse tranquilamente en objetos de interés común y permanente”.
La época no era muy proclive al olvido de colores políticos, si es que ha habido alguna que lo fuera… El hecho es que esa primera etapa duró poco. El instituto se reinstaló recién en 1915 para mantener su actividad hasta el presente. La reunión se produjo en una sala del Ateneo montevideano. La lista de presentes exime de comentarios: Eduardo Acevedo, Lorenzo Barbagelata, Pablo Blanco Acevedo, Luis Cincinato Bollo, Dardo Estrada, Benjamín Fernández y Medina, Gustavo Gallinal, Daniel García Acevedo, Elzear Santiago Giuffra, Alberto Gómez Ruano, Justino E. Jiménez de Aréchaga, José Luciano Martínez, Silvestre Mato, Raúl Montero Bustamante, Aquiles B. Oribe, José Enrique Rodó, Francisco J. Ros, José Salgado, Juan Zorrilla de San Martín. Se contó, además, con la adhesión de Luis Alberto de Herrera, Joaquín de Salterain, Julián V. Miranda, Setembrino Pereda y Julio María Sosa.
Así, como señala su actual presidente, don Juan José Arteaga, el IHGU es “la academia más antigua existente en el Uruguay”. Si bien no es la única, porque a principios de este siglo se creó el Instituto Rolando Laguarda Trías, con cometidos similares de investigación y difusión, en el marco del Estado Mayor del Ejército.
Los académicos
No hemos podido acceder a los estatutos del IHGU, pero si no son muy diferentes a los de la Real Academia de la Historia española, serán muy exigentes. La Real Academia consta de 36 académicos/académicas de número. Además, de académicos de Honor y de académicos correspondientes, y debe respetarse el número so pena de invalidación de la gestión.
Contarán con el visto bueno del director y una relación de méritos de los candidatos. La elección se dirimirá por voto secreto en favor del candidato que obtenga 3/4 de los votos. Y si nadie lo logra, habrá una segunda instancia que exige 2/3, y de tampoco obtenerse, habrá una última instancia por mayoría simple. Si nadie la alcanzara, el sitio continuaría vacante.
Estos datos nos permiten evaluar que el ingreso a una academia implica una selección rigurosa. A poco que el estatuto del IGHU se asemeje a este modelo, como se observa, no se trata de logros de fácil acceso.
Esta introducción nos permitirá evaluar en su justa dimensión por qué elegimos para comentar el discurso de ingreso del actual ocupante del sillón “Eduardo de Salterain y Herrera” (1892-1966), escritor, narrador, novelista, docente, historiador. Y no es casual que el sitio como académico de número del IHGU, que lleva su nombre, esté ocupado por otro hombre de letras, filósofo, docente, escritor, ensayista, crítico literario. Se trata de don Rodolfo Macías Fattoruso, quien, como no podía ser de otra manera, eligió un tema que aborda la historia y la literatura.
En principio, parece aventurado sostener la calidad de historiador del gran escritor inglés. ¿No es eso lo que propone Fattoruso? Una cosa es la historia y otra la literatura. ¿O no tanto? Veamos. Lo primero que se plantea el académico es si la historia es una disciplina científica. ¿Pero la historia no se nutre de la documentación, la arqueología, la antropología, la paleontología, la cartografía…? La respuesta es contundente: “La presunción científica de la historia es un desvío de la verdadera índole de esta disciplina”, afirma. Porque: “La historia no es una colección de hechos, [así] mal podríamos comprender el pasado”. De donde, una cosa es el insumo, y otra el discurso interpretativo. Si bien las ciencias en que se basa el relato son tales, ¿son realmente garantías del discurso?
Fundamentando
Pone como ejemplo las batallas de Salamina (480 a. C.), de Platea (479 a. C.), de Lepanto (1571) y dice: “Son experiencias militares diferentes entre sí”. Es verdad que las dos primeras fueron entre griegos y persas y la tercera se libró entre la Liga Santa y el Turco, como llamaban a los islámicos en esa época. Aunque, dice, entre ellas puede reconocerse un “mismo gesto, una misma respuesta: todas esas batallas tienen por supremo propósito marcar la frontera entre Occidente y Oriente, señalar claramente todas las diferencias de valores, de creencias y de concepciones acerca de lo que se entiende por dignidad humana e idea del destino; mostrar que el ser de la civilización tiene como límite la jerarquía del sujeto y el dominio de la razón […]. La misión de la historia, más que inventariar aconteceres, consiste en salvar ese significado, fijar el sentido de los hechos, capturar la motivación última. De ahí la pertinencia absoluta del discurso interpretativo en la tarea del historiador”.
Por ello, Fattoruso señala “la función que cumple la literatura de rescatar algunas esencias a partir del tratamiento dramático [porque el] discurso literario está en la base del discurso histórico”. En suma, lo que pretende es remarcar “la obviedad de que la historia tiene menos condiciones de confiabilidad científica que […] cualquiera de las ciencias naturales o teóricas”.
Como especialista en el tema, el disertante analiza distintas obras de Shakespeare. Con el propósito de “mostrar cómo Shakespeare, al igual que Homero, Esquilo o Virgilio, da cuenta de la historia sin necesariamente encuadrarse en las formalidades de la disciplina, pero llegando al mismo fin”. ¿Y cuál sería, entonces, ese fin? “Levantar un relato comprensivo de una realidad posible a partir de hechos más o menos establecidos”. Prefiere la libertad “para trazar semblanzas o configurar situaciones o esculpir personajes que reflejan con mayor lealtad la esencia de una época, el secreto posible de una situación, el sentido de algunas decisiones”.
El texto completo puede leerse en la Revista del IHGU T. XVLI Año 2022-2023.
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