El trabajo ha sido, desde los inicios de la humanidad, el fundamento de toda organización social. Fue a través de su quehacer como diversos pueblos y naciones establecieron no solo su propio motor económico, sino también su propio sistema de valores. En esa medida, el trabajo no siempre ha sido considerado de la misma manera y ha tenido sus variaciones a lo largo del tiempo. Por eso nos parece oportuno, en este 1º de Mayo, considerar a otros actores que han defendido y valorado a esta actividad humana. Porque, aunque se haya instalado el recordar el Día de los Trabajadores por el lamentable evento de Chicago en 1886, nos parece oportuno, a su vez, reivindicar el hoy desconocido papel que ha cumplido la Iglesia católica a lo largo del tiempo como defensora de los trabajadores.
Si miramos bastante más atrás en el tiempo, podemos observar cómo la cultura greco-romana consideraba al trabajo manual de forma negativa, infravalorándolo por ser exclusivo de campesinos y esclavos. Sin embargo, con el fin de la Antigüedad y la llegada de la Edad Media –época que erróneamente se suele tildar de oscura–, por influencia de la Iglesia católica, cambió la forma de considerar y valorar al trabajador manual y agrícola.
De hecho, durante este período –y a diferencia de lo que se cree– los trabajadores eran considerados por la Iglesia no solo la piedra angular de la construcción de las nuevas ciudades, como París, de los nuevos sistemas agrícolas, de los nuevos templos que se erigían, sino de la espiritualidad de la época.
De esa forma, al estar el trabajo regulado por los oficios divinos –que estaban basados, obviamente, en los ritmos de la naturaleza– surgió en la mentalidad de los europeos la idea del trabajo no como algo simplemente remunerado, sino, además, como algo sagrado. Por eso, se les daba más valor moral a las actividades relacionadas con el trabajo físico, subvalorando las actividades que no implicaban esfuerzo o sacrificio, tales como el comercio y la gobernanza. Así fue como la Iglesia cambió la forma de pensar el trabajo y a los trabajadores, a nivel histórico.
Quizás uno de los antecedentes más interesantes y remotos sea el de San Benito de Nursia, siglo V-VI, en el monasterio de Montecassino, donde estableció su regla “Ora et labora” (Reza y trabaja). San Benito es el fundador del monacato occidental, porque introdujo una idea totalmente nueva en Europa, muy diferente a las costumbres orientales, por las cuales los monjes cristianos practicaban el ascetismo y evitaban las actividades mundanas. Según la regla de San Benito, aquellos monjes que viviesen en comunidad debían regular las horas del día no solo para dedicarlas a la oración y a la contemplación de Dios, sino que, para adorar a Dios, también habían de disponer de un tiempo del día para los trabajos manuales.
Por otra parte, no debería obviarse el papel que cumplieron las cofradías y los gremios de oficios medievales en la evolución de la noción de trabajo y de los trabajadores, estableciendo un sistema de previsión social que incluía pensiones, cuidado de viudas, huérfanos y enfermos, y un sistema educativo mediante el cual los jóvenes aprendían un oficio trabajando en los talleres. Hay que decir que fue mediante este sistema como la edad Media tuvo su etapa dorada de crecimiento económico.
Sin embargo, con la llegada de la modernidad y la revolución industrial, apareció el fenómeno del abuso de las jornadas laborales indecentes con la utilización de mujeres y niños, como nos describe Dickens en sus obras, que dio pie a una lectura marxista de la historia y a una ideologización del trabajo como concepto.
Fue por eso por lo que el 5 de mayo de 1891 el Papa León XIII hizo pública la encíclica Rerum Novarum, sobre la situación de los obreros, en la que manifestaba lo siguiente en relación con lo anteriormente mencionado:
“Despertado el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a derramarse desde el campo de la política al terreno, con él colindante, de la economía. En efecto, los adelantos de la industria y de las artes, que caminan por nuevos derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la contienda. Cuál y cuán grande sea la importancia de las cosas que van en ello, se ve por la punzante ansiedad en que viven todos los espíritus; esto mismo pone en actividad los ingenios de los doctos, informa las reuniones de los sabios, las asambleas del pueblo, el juicio de los legisladores, las decisiones de los gobernantes, hasta el punto que parece no haber otro tema que pueda ocupar más hondamente los anhelos de los hombres”.
De vuelta a nuestro país y a nuestro tiempo, no tan lejanos, en un año electoral en el que la campaña tendrá –y viene teniendo– a la generación de empleo como unos de sus temas principales, parecería importante considerar el tema del trabajo desde un ángulo distinto de la habitual dialéctica. Porque más allá de que algún sector del sistema político uruguayo haya tenido, especialmente en las últimas décadas, el hábito de posicionarse frente a la opinión pública como defensores del trabajo y los trabajadores, el paisaje del trabajo nacional parece ser mucho más complejo de cómo lo pintan.
Como bien saben los historiadores, desde el siglo XIX con las revoluciones sociales, la masa trabajadora ha sido acaso el más preciado botín electoral por conquistar y en esa medida las disputas ideológicas han tendido a exacerbar frente a la ciudadanía ciertos aspectos y no otros de la realidad, con fines meramente competitivos, instalando socialmente la perspectiva de los trabajadores en oposición con los empresarios. Cuando en realidad la dimensión esencialmente humana del trabajo nos exige consustanciarnos sus dinámicas más colaborativas y superadoras, tal como lo ha comprendido la Iglesia Católica desde hace ya varios siglos.
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