La leyenda negra es la historia falsificada en contra de los pueblos pertenecientes al Imperio español. Creada con el fin de denigrar sus victorias culturales y espirituales, existe, formando parte de ella, una leyenda negra de sor Juana Inés de la Cruz. Su designio es doble: por un lado, apropiarse de la mayor gloria de las letras hispanoamericanas y, por otro, denigrar la civilización en que floreció.
Con tal fin, hace cien años surgió una rama sorjuanista liberal, cuya biografía de la poetisa es completamente apócrifa. Según ésta, nuestra monja fue una “rebelde”, feminista avant la lettre, cuya existencia, ofrendada en aras del progresismo aún por venir, se habría enfrentado, sin temor a las consecuencias, a la “misógina” jerarquía eclesiástica que, convenientemente, la “odiaba” por ser una mujer señalada. Como es previsible, el resultado de todo ello habría sido el aplastamiento “patriarcal” de tan “peligrosa” figura.
Por supuesto, las pruebas históricas exhiben algo muy distinto. La documentación existente demuestra que sor Juana fue una intelectual admirada y muy querida por la enorme mayoría de sus contemporáneos, los cuales, deslumbrados y orgullosos, impulsaron su obra. De hecho, el empuje inicial de la carrera literaria de la escritora se debe a los clérigos, que nunca dejaron de promoverla y apoyarla. Aún más: fueron ellos quienes, al final de sus días, la apremiaron a escribir para la enseñanza de sus coetáneos y, tras su muerte, rescataron parte importante de su trabajo llevándolo a la imprenta.
Es, entonces, palmario el artero propósito de los sorjuanistas creadores de la leyenda negra cuando, obviando las evidencias históricas, presentan al público una poetisa “acosada” por sus conciudadanos: al transformarla en “enemiga” del medio cultural hispano-católico que la nutrió, logran también, volviéndola una de los suyos, adueñarse de ella. Es claro que, si como los críticos jacobinos amañadamente pretenden, la civilización (que ellos mismos odian) “persiguió” a tan eminente pensadora, dicha civilización es digna de desprecio. El “rescate” anticristiano de la monja se torna así feroz crítica del mundo forjado en América por España y la Iglesia católica. Ambas serían –según este falaz planteamiento– desmerecedoras de tan “moderno” personaje. Para “salvar” la flor la crítica volteriana destruye la planta (o, quizá, sería mejor decir que “salva” la flor con miras a destruir la planta). Sor Juana, de acuerdo con esta burda adulteración, habría carecido de raíces. Lo apuntó, con bella forma y fondo errado, José Emilio Pacheco: “Sor Juana / es la llama trémula / en la noche de piedra del virreinato”.
No en vano la academia (toda ella y a nivel internacional) ha venido utilizando la mentida versión de nuestra religiosa como ariete contra los portones de la ciudad hispanoamericana. Y, a modo de malicioso complemento, los medios de desinformación, el teatro, el cine, el cabaret, los documentales, etcétera, se han lanzado en pos suyo: es prácticamente imposible dar, en ese entorno, con la verdadera vida de sor Juana Inés de la Cruz.
Para colmo de males, la posmodernidad y la ideología woke (a diferencia, lamentablemente, de la intelectualidad católica e hispanoamericana) también se han dado cuenta de la importancia estratégica de ganar para su causa a sor Juana Inés de la Cruz. Por eso, sin ningún pudor, ahora ofrecen “sor Juanas” de toda laya. Las hay, en efecto, sin que las contradicciones les preocupen (¿por qué habría de suceder, si para eso hay relativismo?), lésbicas, transgresoras, consumidoras de hongos alucinógenos, indigenistas, herejes, adoradoras de divinidades prehispánicas y de dioses paganos, oficiantes de brujería, alquimistas, rebeldes sociales, apóstatas, ateas, abogadas del canibalismo azteca, precursoras queer, abortistas y quién sabe cuántos disparates más. Cualquier impudicia es aceptada y aplaudida en la leyenda negra con tal de que no se conozca a la auténtica madre Juana, portento de las letras españolas, sí, pero ante todo abnegada esposa de Cristo.
Los anales de su vida, en cambio, refieren con puntualidad cómo al final de sus días la eximia poetisa se apartó considerablemente del estudio y la escritura para entregarse con todavía mayor ahínco a su vocación monástica. Cumplía, justamente, veinticinco años de profesión religiosa, motivo por el cual incrementó las prácticas ascéticas anhelando que redundaran en su perfeccionamiento espiritual. Acorde con los testigos de la época (personas que la trataron por carta o presencialmente) dicho perfeccionamiento se materializó en la libérrima venta de buena parte de sus amados libros e instrumentos científicos, cuyo producto –porque ella así lo quiso– fue a dar a manos de los necesitados. La Monja de México (como la llamaron en su época), la émula de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, la última gran pluma de los Siglos de Oro falleció, víctima de la caridad y de una epidemia, atendiendo a sus hermanas contagiadas.
Esto es lo que por los datos históricos sabemos; no existe, positivamente, ninguna otra información. De manera que la leyenda negra de sor Juana, que se solaza en repetir ad nauseam que los “inicuos” sacerdotes la despojaron de su biblioteca y le prohibieron escribir y estudiar, al grado de hacerla protomártir de la “persecución patriarcal”, del “derecho a estudiar” y del feminismo venidero, es tan solo un conjunto de insostenibles elucubraciones y mentiras.
Desgraciadamente, hogaño, en un mundo donde las evidencias históricas son desdeñables e, incluso, sustituibles por el capricho relativista, la leyenda negra de sor Juana goza de enorme éxito. Cual antes mencioné, la academia y los medios progresistas están desde hace décadas muy conscientes del valor estratégico de la figura de sor Juana Inés de la Cruz para la batalla cultural en que estamos inmersos (baste con recordar que hasta Chelsea Clinton la ha incluido en su lista woke de “mujeres valientes”); por ello, a fuerza de artimañas y propaganda no cejan en el intento de apropiársela. Opuestamente, la mayor parte de quienes luchan en pro del rescate de la civilización hispano-católica parece desestimar la envergadura táctica de nuestra escritora cristiana. Hace unas semanas Guillermo Silva Grucci, hablando en estas mismas páginas de sor Juana, apuntó que “es obra santa salir a rescatar su memoria”. Yo no pude haberlo dicho mejor.
*Escritor, editor, crítico literario, catedrático, biógrafo y poeta mexicano.
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