Hugo Achugar nació en Montevideo, en 1944. Obtuvo el título de profesor de Literatura en el Instituto de Profesores Artigas en 1969. Continuó su formación en Francia, con una beca del gobierno francés para estudiar en París, entre 1970 y 1971. En 1974, cuando ya tenía publicados El derrumbe (1968), Con bigote triste (1971) y Mi país, mi casa (1973), debió exiliarse. Durante el exilio en Caracas se integró como investigador al Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (1975), cuya Sección de Literatura dirigió entre los años 1979 y 1982. Entre 1978 y 1979 realizó sus estudios de doctorado en Pittsburgh, obteniendo en 1980 el título de Ph.D. Latin American Literature con su trabajo Poesía y sociedad en Uruguay entre 1880 y 1911.
La vuelta al Uruguay lo llevó a la Universidad de la República, donde fue profesor titular de Literatura Latinoamericana hasta 2007.
Ha escrito sobre artes visuales durante más de cuarenta años, ensayos, novelas y poesía. En su vasta y diversa trayectoria ha cosechado innumerables premios y reconocimientos, tanto por su labor académica como creativa.
Entre 2008 y 2015 se desempeñó como director nacional de Cultura en el Ministerio de Educación y Cultura. A partir del 2015 comenzó a dirigir el Polo de Desarrollo Universitario (PDU) en Políticas Culturales y Políticas de la Cultura en el Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República, donde es el director de la Maestría en Políticas Culturales.
¿Cuáles maestrías o cursos tienes a cargo en el CURE?
Desde 2015 dirigí el PDU en Políticas Culturales y desde 2019 coordino la Maestría en Políticas Culturales y a fines del 2024 se publicará la convocatoria a la cuarta cohorte. Por otra parte, dirijo el Departamento de Artes, Sociedad y Políticas culturales, donde se brindan cursos de grado, una tecnicatura de Artes Visuales y el posgrado ya mencionado. En 2024 se incorporó la licenciatura en Lenguajes y Medios Audiovisuales, que coordinan dos colegas y estamos esperando que en este año se apruebe la Licenciatura en Artes y Políticas Culturales.
Tu dinámica docente, desde que egresaste del IPA, ¿se mantiene intacta? ¿Cómo te llevas con la inteligencia artificial?
Comencé a enseñar en secundaria cuando todavía era estudiante. Mi primer curso lo di en un colegio privado, como suplente. De ahí, en más he enseñado toda mi vida, después de que la dictadura me sumarió, terminé en el exilio en Venezuela, donde seguí enseñando, pero ya a nivel universitario, para luego continuar en EE. UU. hasta volver al Uruguay.
La enseñanza ha cambiado mucho por distintos factores, no solo porque hace más de medio siglo que egresé del IPA, sino por los cambios culturales, teóricos y sociales que han ocurrido. En los últimos tiempos en que la tecnología se ha acelerado y en tiempos de pandemia me acostumbré a la enseñanza no presencial, que tiene sus dificultades y también sus beneficios, porque se llega a lugares impensados no solo del exterior, sino también de Uruguay.
Con la inteligencia artificial me llevo, no tanto porque la utilice, sino porque creo que es inevitable interactuar en la sociedad del presente y tener en cuenta las innovaciones y las transformaciones, diría que diarias, a las que nos vemos expuestos.
Después de dar clases en universidades del exterior, al volver, ¿cómo viste la educación universitaria de nuestro país?
Di clases en múltiples universidades de los EE. UU., también en España y en Brasil. En 1985, cuando comencé a enseñar en la Facultad de Humanidades fue todo un shock, entre 1974 y 1985 el mundo había cambiado y Uruguay había quedado aislado en términos teóricos y de enseñanza. Por suerte, en poco tiempo todo eso fue cambiando. Lo más hermoso fue volver a enseñar en mi país y dialogar con estudiantes jóvenes y también con otras personas no tan jóvenes.
Si no vivieras en Montevideo, ¿dónde te gustaría vivir y por qué? ¿Nunca te “tentaron” para quedarte en otro lugar?
A esta altura no vivir en Uruguay no creo que lo pueda hacer. Hay momentos en que uno puede viajar, pero no puede “mudarse”. Me “tentaron” muchas veces a quedarme, pero tuve claro que tenía que volver a Uruguay a devolver lo que había aprendido en el extranjero. Es cierto, también, que durante mucho tiempo fui profesor visitante en distintos lugares y ámbitos universitario con gente, con colegas, con amigos que no podían entender por qué siempre quería volver a Uruguay.
¿Qué opinas de la diáspora de talentos? ¿Hasta dónde debe ir el Estado y hasta dónde lo privado?
Lo que tú llamas “diáspora de talentos” creo que es más “expulsión de talentos”. Si no se invierte como se debe, como lo hacen los países de la OCDE, o Corea y otros países del sudeste asiático y de otras partes, no vamos a poder crecer lo que necesitamos en el “Uruguay que nos debemos”, como señaló magistralmente el maestro Ricardo Pascale en su último libro. Y en eso tiene que comprometerse el país todo en políticas estatales, pero también en políticas empresariales y todos aquellos, estén donde estén, que lo puedan hacer. O aumenta la inversión en investigación y en apoyo al conocimiento de calidad o erramos el camino de este futuro-presente que estamos viviendo.
Algunos opinan que, en materia artística, cuanto menos Estado, mejor, ¿qué opinas al respecto
Sí, hay gente que opina de esa forma, pero los modelos europeos e incluso algunos de los países árabes, como los Emiratos, no piensan igual. Sin apoyo estatal no se puede hacer mucho en Uruguay, hay algunos, muy pero muy pocos empresarios o empresas que apoyen la actividad artística o cultural. Mi experiencia en la Venezuela democrática de Andrés Pérez y en los EE. UU. es que los empresarios más ricos invierten en becas, en bienales, en artes, en museos, en universidades y programas de todas las artes. El proyecto de los FIC se pensó para estimular al sector privado como se hace en EE. UU. –donde pude apreciar cómo funcionan– o en otros países donde las grandes empresas tienen fundaciones, museos, etc. Los premios sirven, aunque debería de haber más porque hacen a la vida artística y también palian la situación en que está el tema de los derechos de autor, que sigue en discusión y que la revolución tecnológica, de mano de la inteligencia artificial, va a ser muy importante y no solo para los artistas, sino para el conjunto de la sociedad y de la mayoría de las empresas.
Entre 2008-2015 fuiste director de Cultura del MEC. ¿Qué balance puedes hacer hoy de aquella gestión?
No volvería a aceptar ningún cargo, ni ese ni ningún otro, salvo ser parte de una suerte de consejo honorario de ancianos y no volvería a hacer todo lo que hice porque el mundo cambió y algunas cosas se pueden seguir haciendo y otras, no. Entre las cosas que se pueden, deben y se continúan haciendo, están las Usinas de Cultura, que acaban de cumplir quince años. Hay algo de las Fábricas de la Cultura que tienen sentido todavía, lo mismo pasa con emprendimientos como “Aguante Beethoven”, una fábrica de música integrada por jóvenes y adultos sordos o con hipoacusia y que realizaban percusión, o la fábrica de música e instrumentos musicales. Se habla en estos tiempos “electoreros” de salud mental y de cómo integrar a poblaciones vulnerables. Esas fábricas eran un modelo y funcionaban de maravilla.
El costo de la gestión gubernamental, no solamente para artistas o investigadores, es alto en lo que refiere al tiempo con la familia. También con las amistades. Me sentí muy solo porque me aislé de mis amigos: traté de que entendieran que el “director” no era amigo de nadie; no lo podía ser y, más importante aún, no lo debía y no lo quería ser.
Como intelectual y crítico literario estás al tanto de lo que se publica en las redes. ¿Cómo eliges, seleccionas y atiendes ante la sobreoferta de productos culturales?
Sí, estoy al tanto y, por momentos, me apabulla. Es el desafío de esta época. Por otro lado, es maravilloso poder acceder a información, fuentes, datos, imágenes, libros que de otra forma sería imposible.
El tema identidad, que tanto preocupó (y preocupa), ¿sigue en pie ante tanta descarga globalizada? ¿Sirve luchar por ella o hay otros paradigmas en los que hacer foco?
Sí, me continúa ocupando y preocupando. La identidad o las identidades son un elemento central de toda persona y de toda sociedad. La amenaza fue y sigue siendo la imposición de un pensamiento único que dicte cómo tiene que ser toda persona, toda comunidad. Las brujas de Salem, que tan bien describiera Arthur Miller, es una tragedia que puede volver a pasar, incluso con mayor impacto en la era de la inteligencia artificial.
¿Hay otros paradigmas en los que hay que trabajar? Claro que sí, la discriminación, la aporofobia, el miedo al diferente. En esos temas y otros, que hacen a la convivencia y a una sociedad más justa, hay lugar para trabajar y hacer foco.
Afortunadamente tu producción literaria sigue al firme. La poesía no te abandona e incluso te lleva a compartir espacios de lectura en nuevos escenarios. ¿Qué te motiva a ello? ¿Es útil la poesía?
Sí, sin escribir no podría vivir. Es mi mayor o casi único espacio de absoluta libertad. La poesía cumple distintos papeles o sostiene vínculos diferentes según quien lo piense. Para unos puede tener una labor sanadora, como también ocurre con la música, la danza o la creación visual. Para otros es una pérdida de tiempo.
No sé, no hay una respuesta única. Como le dicen a muchos poetas y escritores: “Y tú, ¿qué haces para vivir?”, pero cuando la respuesta es “Soy poeta, soy escritor, soy un artista”, muchas veces le vuelven a hacer la pregunta: “No, de verdad, ¿qué haces para vivir?”
El tema da para mucho, pero el arte y la cultura para muchas personas es una diversión, algo que no sirve o solo sirve para tratarlos como parásitos o parias de nuestras sociedades.
¿Cuándo tu escritura dejará de interpelarnos a quienes solo queremos leer tranquilamente y tener respuestas en paz? [Risas].
No sé, la paz es una palabra demasiado grande e importante. En todo caso, los que desean leer tranquilamente y tener respuestas en paz, quizás no deberían leer mis ensayos. Aclaro que hay masoquistas –no muchos, pero los hay– a quienes les encanta que los interpele y los haga pensar. (Aquí deberían aparecer una serie de emoticones o figuras diabólicas o payasescas; después de todo para muchos eso es lo que soy). [Risas].
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