El 23 de enero de 2020 se cumplen dos años del primer acto multitudinario realizado por “Un solo Uruguay” (USU) en la Sociedad Rural de Durazno.
Por ese entonces recorría el interior de la República un sentimiento de particular preocupación con respecto a la realidad. Los sectores productivos, comerciales, industriales, de transporte y demás servicios, sentían que mucho funcionaba mal y que la inacción del Gobierno era enorme. Sumado todo esto a un desempleo creciente, a la inseguridad galopante y a la indefensión de los más débiles, nació en la gente de a pie la necesidad de movilizarse en una escala como hacía mucho no se veía. A esa gente le llegó sin proponérselo el momento de hacer sentir su voz, su discrepancia, el deseo de cambiar algunas cosas. Por cierto que la forma y los procedimientos fueron “a la uruguaya”, con pasión pero con respeto, con reclamos pero con la mira puesta en objetivos superiores. Además, con la contundencia de las cifras puestas en negro sobre blanco y con el diálogo como primero y último recurso. Así, como expresión colectiva y a pura fe, a pura voluntad y a todo trabajo, nació USU.
El tiempo se encargaría de levantar (no se hizo más que poner en juego la memorable educación uruguaya) a nuestro pueblo, circunstancialmente por encima de los pueblos hermanos de América: lejos se estuvo del vandalismo, de la salvaje destrucción de vidas y bienes, de la solapada estocada ideológica que verían los levantamientos populares del continente. Tampoco del insulto ni la provocación. Somos gente trabajadora, pacífica, respetuosa de la libertad y del derecho del otro.
Sin embargo, a nuestro Gobierno lo ganaron los prejuicios. No creyó en la claridad del planteo ni en la sinceridad de las intenciones. Especuló con el levantamiento de una oligarquía de manual, latifundistas y terratenientes que esquilman al necesitado de tierra y trabajo. Se habló de un movimiento de pocos, que naufragaría en el calor intenso de aquel verano. Pronto volvería al cauce de la resignación.
Son más sencillos el prejuicio y la descalificación que el análisis certero. Rinde más la socarrona provocación del eslogan barato que la mirada ponderada. Es más provechosa la siembra del rencor entre quien es propietario de la tierra y quien la toma en arrendamiento. “Las culpables son las rentas caras”, decían los iluminados. “Los intermediarios expolian a la producción”. “Es un movimiento de 4×4”.
Sin embargo, no consiguieron quebrar la fe y el corazón de la gente. Acto multitudinario, recorridas a la par de Consejos de Ministros, campamentos al costado de rutas y caminos nacionales, fogones y guitarreros, arroceros, apicultores, camioneros, agricultores y ganaderos, todos crecimos sin darnos cuenta que era un crecimiento en cantidad pero también adentro de cada uno de nosotros. Había nuevamente esperanza.
El Gobierno seguía sin darse cuenta de que algo estaba pasando. De que no era un coro de “llorones” sino una parte del pueblo que se había cansado de que no lo escucharan. De que aquello echaba raíces.
Es bueno dejar claro que mientras el Gobierno navegó por mares con viento a favor, cometió el peor de los pecados de quienes gobiernan: se la creyó. Y no creyó ni avizoró lo previsible: los vientos cambian.
(Cada presupuesto fue votado con incremento de gastos y con la expectativa de un crecimiento del dinamismo económico. Pronóstico -¿ilusión?- que cada año fue incumplido).
Y los vientos cambiaron. Entonces la bonanza probó ser fruto de precios de estratósfera de las materias primas, que permitieron derramar hacia el resto de la economía recursos espectaculares y que hacía mucho tiempo eran invisibles para generaciones de uruguayos. Pero se fue incapaz de utilizar esos recursos en forma solidaria y eficiente, es decir, que todos los sectores recibieran su cuota parte. En particular aquellos que más hacían con su esfuerzo por hacer caminar al país. No como regalo sino como retribución debida. No se pedían regalías, se pedían inversiones.
El análisis fue erróneo. Se creyó que un dispendioso mercado internacional seguiría para siempre jugando a nuestro favor.
Y en última instancia se creyó que la inercia alcanzaría para llegar a buen puerto. Pero no alcanzó: en octubre y noviembre de 2019, el pueblo mostró que quería cambio de mares y de vientos.
El Presidente acusó al movimiento de “político”, como si él no supiera que la política lo atraviesa todo (por suerte). Pero confundió “política” con “partidarismo”. No porque aquélla sea buena y éste malo, que cada uno a su juego. Sino que el “partidarismo” en la realidad, parte, separa. Y este movimiento nacía para unir lo que el Gobierno se encargaba de partir en el terreno de juego. Por un lado los emprendedores de todo pelo y señal, por el otro los colgados de la teta y tristemente a veces, los amigos. Por un lado los bendecidos por el refugio del subsidio y la prebenda, por el otro quienes trabajan y duermen a la intemperie (clima, mercados, impuestos, infraestructura y comunicaciones de tercera calidad, etc.). Que lo anterior no confunda, que ni mejores ni peores, a cada uno lo que merece.
Nunca se trató de voltear un Gobierno. Ni tan siquiera de aislarlo en favor de otros. Se trató de conversar sobre las cosas que conversan gobiernos y pueblos. ¿Era tan difícil? ¿No nos conocemos todos? ¿Se quería un camino sin consensos? ¿Fue USU un movimiento intransigente y duro?
No lo fue y nunca perdió la calma, ni aún en momentos como el del Acto en el Palacio Legislativo, donde la prepotencia de arriba fue el tono desagradable de una jornada de paz.
Demos vuelta las páginas. Brindemos por las pasadas y escribamos las futuras, apostemos al trabajo, a la inteligencia, al emprendimiento, al desarrollo de las generaciones por venir.
Un solo Uruguay, un solo corazón.