La “Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política” firmada por el cardenal Joseph Ratzinger en 2002, afirma que “la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido en las declaraciones internacionales de los derechos humanos”.
Por su parte, la Constitución de la República Oriental del Uruguay dice en su artículo 41 que “el cuidado y educación de los hijos para que estos alcancen su plena capacidad corporal, intelectual y social es un deber y un derecho de los padres”. Y en el 68, afirma que “queda garantida la libertad de enseñanza. La ley reglamentará la intervención del Estado al solo objeto de mantener la higiene, la moralidad, la seguridad y el orden públicos. Todo padre o tutor tiene derecho a elegir, para la enseñanza de sus hijos o pupilos, los maestros o instituciones que desee”.
El texto constitucional es claro. Sin embargo, las disposiciones legales que regulan en la práctica la libertad de educación son mucho más restrictivas y estatistas que lo establecido en nuestra Carta Magna. Quizá no se entiende o no se quiere admitir que los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos; y que el rol del Estado en la educación de los hijos es subsidiario: esto es complementario del derecho y el deber básico y fundamental de los padres, cuando estos, por distintas razones, no pueden hacerse cargo de todos los aspectos de la educación de sus hijos.
A las restricciones legales a la libertad de educación, se suma una fuerte presión social. Hay quienes son extremadamente críticos con quienes eligen modelos educativos alternativos, que, por otra parte, han demostrado ser sumamente eficaces en otros países. Desde el Estado, se le ponen todo tipo de trabas a cualquier iniciativa alternativa al sistema establecido.
¿Cuál es el argumento que esgrimen? En general, dicen que “no es bueno encerrar a los chicos en una burbuja”. A priori, parece un argumento razonable. Pero basta mirar un poco la realidad para advertir que el mundo está lleno de “burbujas”: unas muy buenas, otras mediocres, algunas malas y otras pésimas.
En efecto, cada vez que un chico sale de la “burbuja” que controlan sus padres –la burbuja de su familia y del entorno que la rodea– no ingresa a un ambiente neutro, aséptico, inocuo, sino que queda a merced de una gran variedad de “burbujas” por las que puede ser absorbido: desde subculturas más o menos peligrosas, hasta ideologías más o menos destructivas. Desde tribus urbanas, hasta veganos y fanáticos del ecologismo; desde sectas de todo tipo, hasta fanáticos –y fanáticas– de la ideología de género. Desde antros donde se inicia a los adolescentes en el consumo de alcohol, drogas y sexo, hasta grupos violentos donde se les inicia en el delito y la falta de respeto absoluto por la vida y la propiedad ajenas.
Hoy, no son pocas las burbujas nocivas que pueden absorber a los chicos y en las que se les pueden inculcar hábitos de conducta muy distintos de los que recibieron en sus hogares. ¿No es mejor que los niños y adolescentes permanezcan en la “burbuja” de sus padres, leyendo los libros infantiles y jugando a los inocentes juegos de siempre, aprendiendo a tocar instrumentos musicales, participando en competencias deportivas o en excursiones al campo, en lugar de exponerlos a ser absorbidos por ciertas burbujas que fácilmente pueden contribuir a corromper sus mentes y sus corazones? ¿Cuántos padres se arrepienten de haber dado demasiada “libertad” a sus hijos?
Afortunadamente, hay padres que haciendo oídos sordos a las críticas del mundo han decidido, con muy buen criterio, hacer uso de la libertad que la Constitución garantiza y ejercer plenamente su inalienable derecho y su irrenunciable deber de elegir la educación que ellos prefieren para sus hijos. Es algo muy bueno y positivo –fundamental, diríamos– hacer lo posible y lo imposible para evitar que los chicos tomen contacto con realidades para las que no están física o psicológicamente preparados. Así como a los árboles se los cría en un vivero en ambiente controlado hasta que son lo suficientemente fuertes para ser trasplantados, así debería cuidarse el cuerpo y el alma de niños y jóvenes hasta que adquieren la madurez suficiente para capear los temporales de la vida. Hoy, actuar de otro modo, no parece muy sensato…
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