El término tiene su origen en el latín vocatio, “acción de llamar”, o “inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”. Curiosamente, lo que caracteriza a lo que se denomina “acción de llamar” se origina en la inspiración de Dios, quien llama al ser humano para que desempeñe algún estado, como humano que hace cosas buenas (DRAE).
Cualquier vocación debe, por lo tanto, tener ciertas bases concordantes con su finalidad natural: el Bien. En el caso de la política, parece claro que tales bases han de conjugarse en una combinación de buenos valores. ¿Por qué “buenos”? Porque hoy más que nunca está lleno de valores negativos, destructivos y poco o nada convenientes para el mejor desarrollo de las personas. A veces se los denomina “anti-valores”, pero esto estaría metido en la dinámica marxista de la confrontación permanente entre opuestos (ver artículo anterior sobre feminismo), y tal cosa no se atiene a la verdad.
Verdad-patria-libertad
Muchos jóvenes que actualmente hacen política, ni siquiera se cuestionan si la hacen por auténtica vocación. A veces se puede observar en ellos o una cierta indiferencia afectiva que repercute negativamente en su quehacer, o un entusiasmo focalizado en un Yo ambicioso, o tal vez en algún sentimiento tan intenso como pasajero.
¿Por qué pueden suceder estas cosas que harán naufragar prontamente intencionalidades que en su forma original se presentaron como firmes y fuertes, pero que con el paso del tiempo demostraron no ser así? Es que no estaban basadas intrínsecamente en los fundamentos trascendentes de la verdad, la patria y la libertad.
La orientación hacia la trascendencia no es meramente darle sentido a la vida. Víctor Frankl, destacado psiquiatra alemán sobreviviente a los campos de Auschwitz, postula algo fascinante: “Encuentra el para qué y encontrarás el cómo” (El hombre en busca de sentido, Alemania, 1946). La limitante de su planteo es que no ordena a la trascendencia humana a un bien mayor, sino tan solo sugiriendo con cierta timidez, la circunscribe a los obstáculos cotidianos y a cómo superarlos. Pero esto, que puede dar buenos frutos en la inmediatez del campo psicoterapéutico, se derrumba fácilmente ante el Relativismo.
Verdad, patria y libertad, pilares cruciales para todo buen político, se hunden así en unas arenas movedizas que los metamorfosean y los inutilizan.
“Verdad” es aquello atenido en su cien por ciento a realidades comprobables e inmutables. “Patria” refiere a la independencia y soberanía respecto de cualquier tipo de poder extranjero, y “Libertad” a que el ser humano no debe ser sujetado por formas coercitivas ajenas a sí mismo, pero que además ha de conducirse con plena responsabilidad respecto de sus propias acciones, cuidándose y cuidando a todo su entorno.
El Relativismo, con sus engañosos planteos, hace trastabillar cualquier convicción adecuadamente orientada y del todo comprobable en la realidad, transformando ideas y hechos claros y completamente sustentables por su verdad per se en especies de cosas amorfas y fofas que siempre van a estar mutando. Esto confunde y desmotiva enormemente a los jóvenes interesados en ser políticos. Terminan sintiendo como si remaran todo el tiempo contra corriente… y de alguna manera es así. En un mundo en donde la Verdad es un “cada uno tiene su verdad”, en donde Patria es una globalización mundial de los poderes políticos en que pensar diferente es pasible de severos castigos (ver “Cultura Woke”, por ejemplo), y en donde Libertad es un término que se ha vaciado de sentido, la vocación política puede lesionarse con severidad, ser fácilmente corruptible o sencillamente, desaparecer.
El gran desafío para los jóvenes políticos hoy es no solo identificar en dónde está el adversario, sino de qué va y cómo superarlo.
*Psicóloga
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