Selva trabaja por la reinserción social, laboral y habitacional de personas que han transitado una internación en salud mental. A través del trato humano, cálido y empático, así como del trabajo duro y constante promovido por ella, facilitó el proceso de integración y logros, como la creación de un taller en el Hospital Vilardebó, un lavadero que da trabajo y una cooperativa de viviendas de salud mental.
Selva nació en 1958 en Minas, vivió con sus padres y hermano en un hogar con fuertes carencias económicas, pero le enseñaron todo sobre plantar, cosechar, criar animales, y albañilería, trabajo en mármol y granito. “Ninguno de los dos fue a la escuela, mi madre aprendió a escribir con un tizón en el piso y mi padre en las caballerizas cuando era jockey”, recordó en entrevista con La Mañana.
Hizo el liceo en su ciudad natal con la idea de ser partera, pero no podía recibir la ayuda de sus padres, así que estudió Enfermería por Defensa Civil, hizo instrucción militar y salió pronta para defenderse “en cualquier situación”.
Su primer trabajo y hogar fue el Hospital Español. En 1983 ingresó al Hospital Musto, un centro psiquiátrico de Colón, por lo que tenía dos empleos. Conoció a su esposo y se casó. En 1988 dejó el Musto y se dedicó al Español, hasta que comenzó la crisis de los pagos y se fue. En los 2000, a través de un concurso, ingresó como enfermera en el Hospital Vilardebó. “Nunca me voy a olvidar de ese primer día, fue difícil, pero tenía la necesidad de hacerlo”, expresó.
La nurse jefa de ese entonces le ofreció trabajar en la sala 12 de hombres denominados usuarios judiciales, es decir, que cometieron delitos pero se los calificó como inimputables. Fue entonces cuando Selva comenzó a marcar un camino hacia la reinserción social de los usuarios, basado en la empatía, el cariño, trabajo constante y la inclusión que permita segundas oportunidades.
¿Cómo fueron sus inicios en la sala 12?
Comencé cortándoles el pelo y las uñas a los usuarios, también les llevaba camisetas, les arreglaba la ropa, y tenía un carro con herramientas guardado para arreglar, junto a ellos, cualquier cosa que se rompiera. Los usuarios judiciales son personas que necesitan, aunque sea, un poco de atención y algo de cariño. Son pacientes diferentes, porque lo mínimo que les hagas lo recordarán para siempre, lo bueno y lo malo. En la crisis del 2002, una panadería de la zona me regalaba bizcochos y se los llevaba porque la comida no era buena, solo había arroz y polenta. En algunas salas no había vidrios y hacía mucho frío, recuero tomar el papel de las manzanas de la feria para hacerles hojillas. Trataba de darles lo mínimo a los 32 usuarios de la sala.
Se usaba la enfermería a puerta cerrada, algo que no me gustaba porque no veía lo que pasaba, siempre fui una enfermera que andaba caminado, mirando las salas, porque realmente había muchos usuarios vulnerables. Prefería tener a los pacientes conversando conmigo a que estén medicados para dormirse profundamente.
Generamos mucho afecto, ellos te esperan cuando los tratás bien, y eso creó algunos problemas con otros compañeros. Una vez me fui de licencia y los usuarios se amotinaron y luego mis compañeros no querían trabajar conmigo, pero ahora nos vemos en los pasillos y se dan cuenta de que haber hecho lo que hice con tanto amor funcionó. Es indispensable tratarlos con amor y empatía. Agacharse a la altura de ellos, no mirar desde arriba, acercarse a sus ojos, tratarlos como a pares.
¿Cuáles fueron los primeros cambios que propuso?
En primer lugar, hacer una enfermería abierta con ventanas para ver siempre a los pacientes. Pedí autorización para llevar las herramientas de mi padre, la dirección compró los materiales y entre nosotros hicimos la enfermería con un ventanal y baño. Fue un tanto difícil que Mantenimiento aceptara que una mujer anduviera con una carretilla llena de herramientas.
En 2008 todavía no había morgue en el hospital, entonces plantee construirla. El vigilante de ese entonces nos ayudó con la enfermería y con la morgue fuera de su horario. Yo ya trabajaba como albañil con él, era peona. La morgue hoy es un espacio que cuidamos mucho, debe estar prolijo cuando llegan familiares a reconocer personas.
Luego de esas dos obras pedí un espacio para tener las herramientas y empezar a restaurar cosas con los usuarios. Nos dieron un pasillo y a ellos les surgió la idea de hacer una peluquería en ese lugar, la hicimos y aún continúa, van profesoras de ANEP y les arreglan el pelo a las mujeres. Seguimos con reformas en los baños y trabajamos con arquitectos, para que todo salga bien. Hasta que un momento decidimos hacer actividades extramuros.
¿Fue entonces cuando se creó formalmente el taller Sala 12?
Sí. Habíamos aprendido serigrafía y empezamos a estampar la ropa del hospital. Creamos el logo que se utiliza actualmente y dice “Hospital Vilardebó” –ya no es un HV escrito con pincel–, empezamos de manera precaria, pero conseguimos todas las herramientas para hacer estampados más allá del hospital. Así nos empezamos a abrir.
Una vez el director nos visitó y le comenté que uno de los usuarios propuso que el presidente José Mujica nos visitara. Escribimos una carta y la llevé directamente a Torre Ejecutiva. Después recibí una llamada de Lucía Topolansky y nos dijo que nos vendrían a visitar. Aparecieron ambos, en diciembre de 2011. En ese momento no teníamos taller, trabajábamos en una sala, y les comentamos que nuestro plan era tener un salón cultural.
A la tarde de ese mismo día, Mujica regresó con dinero y con eso les colocamos las prótesis dentales a los pacientes que lo necesitaban y les hicimos los lentes, porque se pueden hacer cientos de talleres de rehabilitación, pero si no ven, es complicado; esto sucede porque los antidepresivos inhiben la visión. Ese día le dimos al presidente una lista con las herramientas que necesitábamos para arreglar el salón cultural.
Enviaron a un techador que arregló la claraboya de un salón abandonado, luego, por medio de Tenfield y Daecpu nos regalaron los vidrios, los laminamos con el resto de la plata que nos brindó Mujica para que no se astillaran. Inauguramos el taller en 2013 con la visita de Carolina Cosse, ya que Antel nos había enviado computadoras para hacer talleres de informática.
¿A partir de qué momento surgió el proyecto de una casa de medio camino para judiciales?
Después de tener el taller funcionando, escribimos un proyecto para tener una casa de medio camino, nos presentamos en la Comisión Nacional de Apoyo a la Salud Mental [ex Patronato del Psicópata] tres veces, y en la última nos aceptó. Buscamos un espacio para llevar a cabo el proyecto y desde el Municipio C nos brindaron una casa abandonada [Pando 2369]. Era un lugar que pertenecía al INAU y nos lo dieron en comodato.
La restauramos completamente en un mes. Un vecino nos daba el agua y otro la luz. Para la casa me proporcionaron operadores terapéuticos que controlaran y dieran seguridad al juez de que los usuarios estaban vigilados. Trabajamos con una psicóloga, le pedimos a la Suprema Corte de Justicia poder llevar a algunos usuarios judiciales a la casa y nos lo permitieron.
Desde el primer día que llegamos los vecinos se acercaron a hablar con nosotros y les expliqué que yo viviría con ellos. Inauguramos la casa llamada residencia El Trébol junto al presidente Mujica. La presencia política siempre es importante en estos casos, porque los presidentes son los referentes del pueblo.
¿Cómo es el funcionamiento de la residencia El Trébol?
Se trata de una casa de medio camino para pacientes judiciales que sean inimputables e imputables, hay usuarios que cometen delitos de sangre y en el momento la Policía se los lleva, los interroga y se comprueba que la persona está descompensada. Pero, a veces, no son encontrados en el momento y cuando los entrevistan queda la duda de si están mal o no. Los ingresan a la cárcel y se descompensan, ahí se descubre su problema de salud mental. Esos pacientes siguen siendo imputables, pero van al Vilardebó,
Contamos con un caso de una persona imputable que tiene prisión domiciliaria. La Dirección Nacional de Apoyo al Liberado viene a verlo de lunes a viernes cuando está en el Vilardebó y el fin de semana que está en El Trébol, él no puede bajar ni el escalón de la vereda, está todo muy bien controlado.
Al inicio llegamos a tener 14 usuarios, pero luego solo acogimos a personas con esquizofrenia, porque la diferencia en las patologías complica la convivencia. Para vivir en El Trébol se deben tener seis meses de taller en Sala 12, otro requisito es que quieran vivir allí, por eso son consultados antes. También se le consulta al operador de la casa si puede atender a ese usuario. Allí conviven las personas que han cometido los delitos más graves y, hasta ahora, no han tenido ni un problema, a pesar de que manejan cuchillos, por ejemplo. Priorizamos que no haya amontonamiento, por los usuarios y por los operadores. Entre los reglamentos de El Trébol hay un límite de ocho usuarios, dos baños, y uno más para la operadora.
Nosotros tenemos usuarios que ya están preparados para salir del Vilardebó, pero deben ir a un lugar similar al hospital, es decir que no pueden estar con libre albedrío, pero en la residencia estamos sujetos al reglamento, por eso no llevamos a todos allí, y en caso de llevar es con previa consulta a los demás convivientes y operadores responsables.
¿De qué manera se reinserta a los usuarios en el mundo laboral?
Para eso surgió el lavadero Dodici [doce en italiano] de la cooperativa de usuarios. Antes la ropa se enviaba a lavar a Maldonado, a una persona que reciclaba el agua, la ropa venía en un estado lamentable y arrugada, entonces escribimos un proyecto que permitiera que la ropa estuviera disponible en un estado acorde para el uso. El 13 de julio se cumplirán 13 años de que nosotros lavamos la ropa del Vilardebó, unos 10.500 kilos al mes.
La propiedad en la que está el lavadero [Democracia 2170] fue brindada a través de un comodato con ANEP. No teníamos dinero y el predio contaba con un techo de dolmenit, una casita y dos apartamentos. Entonces pedimos todo el padrón con la idea de que si el juez no autorizaba llevar a todos los usuarios a El Trébol los podíamos ubicar en esos apartamentos.
Al principio la ropa se lavaba en el hospital, pero firmamos un estatuto como cooperativa social en diciembre de 2016. En marzo del año siguiente nos dieron la llave de la propiedad. Arreglamos todo para poder empezar, instalamos las máquinas que tienen un metro de profundidad, con todo en regla, y en cuatro meses lo inauguramos.
Empezamos lavando la ropa de la sala de hombres, después pasamos a la de mujeres, al inicio lavábamos 8 mil kilos por mes. Alquilamos una camioneta con la que se trasladaba la ropa porque son prendas y ropa de cama muy sucia, y hay días en los que lavan unos 800 kilos. A su vez, en este gobierno se aumentó la ropa del hospital, entonces hay más trabajo.
Hoy tenemos tres lavadoras, una secadora, y un capital con cabeza de cooperativa, si es necesario se trabaja extra para llegar con la ropa en tiempo y forma. Los usuarios suelen tener jornadas de ocho horas de trabajo, y cuentan con su pensión por discapacidad. Muchos terminan su turno y se van a trabajar en la cooperativa de viviendas. Hoy viven siete usuarios en ese predio.
Luego de ordenado el funcionamiento de El Trébol se enfocaron en el lavadero y ahora que funciona “solo” se orientaron en la cooperativa de viviendas Hamabi…
Así es. La cooperativa se pensó como un lugar para que los usuarios vivan, pero no exclusivo para ellos: se harán 15 apartamentos, 10 para usuarios y cinco para personas cercanas a nosotros. Cuando nos presentamos debíamos tener un instituto de asistencia técnica y al tratarse de usuarios de salud mental, dos institutos nos respondieron que podía ser un problema porque por su condición no estarían ayudando en la obra.
Entonces creamos nuestro propio instituto, que se llama 3 de Diciembre. Lo integro con dos arquitectos, una trabajadora social, un contador y yo como presidenta. Cambiamos las cosas haciendo esto, y ahora esperamos el préstamo para poder construir.
El 24 de mayo de 2023, la intendenta Cosse nos dio una propiedad en la calle San Martín al 2512 para reciclar, ya que se trata de una cooperativa de ayuda mutua y reciclaje. Se harán tres torres de tres pisos, de uno, dos y tres dormitorios. Las personas que vivirán allí ya están formando una gran familia, porque nos juntamos todos los días para avanzar en la obra. Estos avances los logramos con dinero recaudado de ventas económicas de ropa y muebles.
¿Qué se busca demostrar con todo lo que hicieron hasta ahora?
Que se puede recuperar a los pacientes o usuarios más graves, los que cometieron delitos realmente fuertes. Si el sistema llega a tiempo y de la manera correcta, es posible convivir sin excluir, y pienso que en temas sociales debemos olvidar lo partidario. Estamos hace 16 años con el taller Sala 12, y la idea es empezar a preguntarle a los políticos qué piensan de la salud mental realmente.
Nos hemos desgastado tratando de demostrar la importancia de los extramuros en un paciente de salud mental que, además, es usuario judicial. Ellos duermen en una cama de hormigón durante años, y no es así como se recupera a una persona. Enfatizo en lo social fuera de lo partidario porque, así como tengo buen vínculo con Mujica o Cosse, también lo tengo con Tabaré Hackenbruch y la exministra Irene Moreira, quien nos visitó dos veces, al lavadero y la cooperativa de viviendas.
Si seguimos separándonos por lo político nunca lograremos un fin, nosotros nos acercamos a todos quienes nos puedan ayudar. Los pacientes entran muy jóvenes en el Vilardebó y por la medicación que toman se les afecta el metabolismo, tienen colesterol alto, les afecta los triglicéridos, se estima que viven entre 10 y 20 años menos que la media. Entendemos que para casos como el nuestro debería existir un mecanismo especial de acceso a préstamos para vivienda cooperativa, no solo para nosotros, sino para los movimientos sociales en general. Estamos en conversación con el Ministerio de Vivienda y tocando más puertas. Porque, además, esta sería la primera cooperativa de vivienda en salud mental del mundo.
Este trabajo es en conjunto con los usuarios, quienes trabajan de lunes a sábados en el lavadero y la cooperativa, entonces respeto mucho sus opiniones, yo solo soy un instrumento entre la sociedad y los sistemas, ellos son quienes realmente trabajan.
Historia de recuperación
Marcos es un usuario judicial que no pudo ir a la escuela en su infancia, pero tenía ganas de hacerla, es por eso por lo que Selva lo acompañó durante dos años para que pudiera terminar la primaria. Hoy es el presidente de la cooperativa de vivienda Hamabi. Usaban el permiso de salida del juez no solo para estudiar sino para avanzar con las reformas del predio del lavadero, junto a dos usuarios más.
“La salud mental debería ser contada desde los logros y con un discurso que deje afuera el miedo. Los pacientes con los que trabajo son personas que cometieron delitos por no llegar a tiempo a una consulta médica y una medicación acorde”, aseguró la entrevistada.
Recordó que su esposo sufrió un problema de salud muy grave cuando el lavadero estaba en pleno funcionamiento. Estuvo internado un mes y al recibir el alta Selva debía empezar a trabajar, en ese tiempo fue Marcos quien se encargó del cuidado del esposo de Selva mientras ella no estaba. Le enseñó a comer de nuevo y a caminar.
En una reunión de la cooperativa que se realizó recientemente, Marcos reflexionó: “Pensar que llegué a Montevideo con la ropa ensangrentada, sin saber qué había hecho y recibí más de 30 electroshocks, y ahora estoy acá, decidiendo la compra de una máquina de US$ 13.500”.
El centro en el usuario, sin olvidar el entorno
“Si el sistema hubiera llegado a tiempo, hoy habría siete madres vivas. No llegaron a tiempo, no llegó la medicación y, en algunos casos, creció el consumo problemático”, expuso selva respecto a los usuarios con los que trabaja. Dijo que ellos son un ejemplo de vida de lo que es salir de las tinieblas, después de contar baldosas en una celda donde casi no entraba el sol.
“Hay uno de ellos que lastimó al padre a raíz del consumo, pero luego de recuperado se hizo cargo de su madre que está en una casa de salud. Él sabe que no repara lo que pasó, pero acompañar a su madre desde el amor le suma”, relató.
Aseguró que en el taller hacen todo tipo de trabajo extramuros y para eso necesitan materiales que no se le piden al hospital, porque la situación es carenciada y, al mismo tiempo, la mayor parte de los pacientes no tienen una familia que los ayude. “Ha sido una lucha bastante difícil, pero cuando nos deprimimos vemos todo lo que hemos logrado a pulmón”, sostuvo Selva.
Al mismo tiempo, cuando los usuarios se van a vivir fuera del hospital, se cuenta con un protocolo frente a descompensaciones psiquiátricas para que los vecinos sepan qué hacer. “Ante cualquier situación el usuario vuelve a El Trébol”, indicó. “Nosotros logramos que cesen cinco medidas curativas, es decir que estén en libertad, y no queremos que todos los pacientes queden toda una vida marcados”.
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