El arrollador triunfo de Javier Milei, que se califica a sí mismo como un anarcocapitalista, ha planteado preguntas en el plano ideológico. La propia yuxtaposición de un término perteneciente a la ciencia política como el anarquismo, con una palabra que define un sistema económico como el capitalismo, es una ocurrencia de un partidario de la escuela austríaca, en cuyos lineamientos y proposiciones confiesa abrevar el nuevo presidente.
En primer lugar, se ha preguntado si Milei procura una revolución en la Argentina. Compartimos la consideración de que hay dos conceptos de lo que es revolución. Sucintamente, uno atiende a la velocidad en el cambio y el otro refiere a la sustitución integral de un orden por otro. Javier Milei no parece ir más allá de una profunda reforma del Estado y una clara refundación del sistema político, que tampoco es poca cosa.
Es elocuente en este sentido la supresión de una serie de ministerios y la creación del llamado Ministerio de Capital Humano, que abarcará la competencia de los suprimidos Ministerios de Educación, Trabajo, Cultura, Seguridad Social, Niñez y Adolescencia, Género, etc. Lo que resulta significativo es el nombre, que alude al privilegio de los valores referentes a la protección de la persona humana, en todos sus aspectos salvo la salud, atendidos bajo el rótulo capital humano.
También es propio de una refundación del sistema la desregulación de la actividad administrativa, la supresión de innecesarias tramitaciones, eliminando la superfetación de funciones, las amplias privatizaciones, la flexibilidad laboral, la lucha para desarticular una gigantesca burocracia incompetente y opresora, que está armada para el cohecho, el abuso, la concusión y el fraude.
Porque al lado de su declarado propósito de defender la propiedad como un derecho inalienable y la libertad como el valor epónimo de su movimiento, está dispuesto a terminar con un sistema sindical corrupto. Cuya evidencia son dirigentes que llevan todos decenas de años en sus cargos, ya convertidos en millonarios a juzgar por las mansiones que habitan y cuyas fotos se mostraron esta semana por televisión, que circulan en autos de alta gama y hasta con chofer, que se han erigido en verdaderos factores de poder que acorralan a los gobiernos y presionan con medidas de fuerza a costa de la paralización del país, cuya paz social han logrado tener en sus manos.
El compromiso que postuló el presidente Milei a los gritos y en forma destemplada es formidable, logrando el apoyo del 54% de los votos. Cifra de excepción, solo superada por la que ungió al general Perón al regreso de su exilio, para asumir se tercera presidencia.
Recomponer la economía de un país quebrado, sin crédito y al borde o ya incursa en una hiperinflación, fueron los anuncios que lo llevaron al triunfo. Aplicar su receta para lograr de inmediato detener el proceso inflacionario, suprimir el gasto público y equilibrar las finanzas en forma inmediata es la difícil tarea que enfrenta.
Las dificultades que encara son de orden jurídico y de orden político. Ambas se condicionan pues las reformas en vista, las fundamentales, requieren constitucionalmente mayorías legislativas que no tiene y están en manos de un frente político fragmentado y complejo.
Articular el apoyo de los sectores políticos dispuestos a acompañarlo supone una tarea harto difícil, de paciencia y resignación para aceptar el costo de las concesiones que van desdibujando un proyecto, que parte de la dura exigencia de imponer privaciones a la gente en sus ingresos, ya sean activos o jubilados, que aparejan un gran esfuerzo a soportar en mérito a una recomposición futura e incierta.
Esas limitaciones que debe asumir el pueblo argentino requieren su confianza en el “proyecto Milei”, que a cambio de su temporal sacrificio le ofrece la esperanza con su promesa de un futuro mejor.
Obviamente, el sacrificio tiene un término y la confianza se agota, si en un plazo que pueda entenderse razonable no se avizoran mejoras. Hasta el momento, los índices de su popularidad y apoyo se mantienen. Los analistas hablan de una carrera en la que urge la aparición de una bonanza que ratifique la fe de quienes depositaron su confianza para cambiar un elenco político, cuyas maniobras y fraudes al descubierto son de tal magnitud que se cifran ya en porcentajes del PBI de la Nación. Siendo así, resulta cierto que el esfuerzo vale la pena.
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