Pensar el mundo en base a estereotipos y visiones simplistas puede ser cómodo, pero nunca es correcto. Un ejemplo claro es el sostener que en la región que denominamos Medio Oriente, el Cristianismo no tiene un papel destacado tanto desde el punto de vista cultural, histórico o político.
Olvidamos con mucha facilidad que fue en esa región, precisamente, donde nació el Cristianismo donde, para los que profesamos esta religión, “el verbo de hizo carne”. En los territorios de los modernos estados de Israel, Palestina, Egipto, Siria, Turquía, Irán, Irán, Chipre, se desarrollaron momentos fundamentales de la Iglesia naciente, desde los primeros concilios hasta el establecimiento las sedes de los Patriarcados más importantes (Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Constantinopla).
Ni siquiera la llegada del Islam significó la desaparición de esas comunidades cristianas, quienes mantuvieron su fe y convivieron con sus vecinos no cristianos durante siglos. La expansión del Islam en el siglo VII y la arabización lingüística de la región nos ha hecho perder de vista la existencia de esas comunidades, generalmente de lengua aramea (siríaca) o griega, que fueron asimiladas lingüísticamente al nuevo contexto arabo parlante e islámico. La vida común de cristianos y no cristianos se mantuvo durante un largo tiempo. Los cambios fundamentales se han dado en los últimos cien años (cuatro generaciones, sociológicamente hablando). En ese período el cristianismo pasó de representar entre el 20 y 30% de la población a menos del 5%.
Y, precisamente, durante estos últimos quince años, ocurrió lo que nadie sospechaba que podría ocurrir: la virtual desaparición del cristianismo en países de tan fuerte presencia de esas iglesias como es el caso de Irak o de Siria. Antes del inicio de la guerra en Irak en 2003, había 1.4 millones de cristianos, hoy son menos de 300.000. En Siria, antes del inicio de la guerra en 2011, eran 2.3 millones, hoy son 500.000. ¡En tres lustros, en la época de las comunicaciones instantáneas y las redes sociales que registran todo, desde lo trascendente a lo superficial, no hemos reparado en la casi desaparición del cristianismo!
El tejido social se reconstruye de manera mucho más dificultosa y lenta que la infraestructura urbana. Resta ver si los lazos comunitarios de los cristianos con sus conciudadanos de otras religiones podrán volver a florecer y, en segundo lugar, si las estructuras políticas post-conflicto, darán un espacio para las naturales reivindicaciones de las comunidades cristianas.
La región de Medio Oriente es un ejemplo de lo que denominaríamos el “regreso de la religión a la política”, la casi negación de los principios liberales de organización del estado donde a categoría de “ciudadano” está fuera de cualquier otra consideración identitaria. Se es ciudadano de un país, sin más. Sin importar la religión u otras variables culturales de identidad.
Hoy, en Medio Oriente, esos principios están siendo puestos en discusión: Irán se autodenomina una “República Islámica”, Arabia Saudita fundamenta su identidad en una visión del Islam, el Estado de Israel aprueba una ley de ciudadanía con base religiosa, en Turquía los valores islámicos reingresan a la vida política. Por poner tan solo algunos ejemplos.
En los estados donde hemos visto como las comunidades cristianas casi han desaparecido, Irak y Siria, durante los momentos más álgidos del conflicto los grupos armados se organizaron en base a identidades religiosas y lingüísticas. La vida política luego del conflicto no ha abandonado (en el caso iraquí) y posiblemente no abandone (en el caso sirio) esas tendencias.
Medio Oriente va claramente hacia un paradigma de organización estatal donde el concepto de ciudadano, tal como se concibe en el pensamiento político europeo de la edad moderna liberal, será reinterpretado. De ahí la importancia de considerar la situación presente y futura de los cristianos en la región.
Miembros de las mismas comunidades cristianas señalan que hay dos errores deben evitarse: el favorecer de manera irrestricta la salida de los cristianos de sus países como si eso fuera una solución y, por otro lado, el propugnar la ubicación en zonas exclusivas, como guetos. La riqueza cultural de esas sociedades desaparecería, y bien sabemos que sin un conocimiento directo del otro caemos en simplismos deshumanizadores que son un caldo de cultivo ideal para posiciones extremistas.
El Papa Francisco ha anunciado que desearía visitar Irak en 2020. Sería una importante señal política para aquellos que han sido perseguidos por su fe sin importar a que comunidad pertenecen (sirianos ortodoxos, sirianos católicos, asirios, caldeos) dándose lo que el mismo Papa ha llamado “ecumenismo de la sangre”.
Desde Iberoamérica debemos al menos interesarnos por esas comunidades, saber de su existencia y difundir sus necesidades es el primer paso para brindar cualquier ayuda. Nuestra fe nació allí y desde allí se propagó, hasta llegar a nuestro nuevo continente con los Imperios Ibéricos.
Por otra parte, deberíamos tomar nota de la tendencia del reingreso de la religión, de los valores religiosos y de los criterios identitarios culturales en la política. No solo en Medio Oriente se da ese fenómeno, sino a lo largo y ancho de casi todo el mundo. No creo que nuestra región se convierta en el futuro en una excepción.
(*) Profesor protitular de la Universidad Católica Argentina (UCA) donde dirige el Programa Ejecutivo en Medio Oriente contemporáneo
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