En una conferencia destinada a universitarios1, el Prof. Anthony Esolen hace un magnífico diagnóstico de ciertos problemas que afectan a la juventud y al mundo de hoy. Es necesario atacarlos de raíz, para librar a las nuevas generaciones de unas cadenas que ni siquiera saben que los atan. La peor de esas cadenas es la falta de sentido de la vida.
Nuestra cultura, individualista en extremo, está paradójicamente signada por la masificación. Muchos jóvenes alienados, creen que eligen lo que ven en la televisión, el celular, las redes, etcétera. Pero todo lo que “eligen”, es fabricado por los nuevos y antiguos “medios masivos de comunicación” que manipulan a su antojo a las masas, dándoles en el fondo, siempre el mismo mensaje: “Hacé la tuya”.
Hoy, muchos jóvenes han sido criados más por los medios y por el Estado que por sus padres. Por eso desconocen la riquísima herencia cultural de la civilización a la que pertenecen. Y si no saben de dónde vienen, ¿cómo van a saber a dónde van? En tales circunstancias, es difícil encontrarle sentido a la vida. Para peor, muchos viven en un mundo antinatural, que debilita su imaginación y la atrofia, por falta de contacto con la realidad.
¿Cómo pretender –dice Esolen– que los hombres de hoy se sientan identificados con la cultura de la que provienen, si ni siquiera son capaces de identificarse con sus propios cuerpos? En veinte siglos –afirma–, a nadie se le había ocurrido pensar que estaba en el cuerpo equivocado. Los varones sabían que eran varones porque ayudaban a sus padres hacer trabajos de varones. Y las mujeres, otro tanto…
Hoy, ¿cómo no van a estar confundidos respecto a su identidad, si en el preescolar les pintan las uñas a los varones, y en la escuela, niños y niñas juegan al “cambio de roles”? No es el cuerpo el que está equivocado. Es la mente la que se confunde, tras recibir una educación que, en lugar de dar certezas, induce a graves errores.
Lo que el mundo llama “revolución sexual”, Esolen lo llama “revolución de la soledad”. Y es que el placer sexual disociado de la responsabilidad de formar una familia es solo un pasatiempo de personas solitarias que buscan calmar su ansiedad.
En las grandes ciudades, los vecinos apenas se conocen. En las calles hay más autos que niños. Muchos chicos ya no tienen amigos porque temen que una sana amistad sea mal interpretada. Incluso si tienen hermanos o amigos, suelen pasar más tiempo mirando el celular que hablando entre ellos.
Los jóvenes solitarios carecen de esperanza, porque carecen de cultura: de raíces. El hombre moderno, acostumbrado a estar solo, es incapaz de imaginar una comunidad donde los vecinos se conozcan y se presten ayuda para construir juntos la ciudad.
El Génesis –recuerda Esolen– dice: “No es bueno que el hombre esté solo” (2, 18). Dios lo sabe, porque Él no está solo: son Tres Personas. De ahí que la familia sea la base, el alma y el fin de la sociedad. Si las sociedades tienen leyes, policía, ejército es para que las familias puedan florecer y multiplicarse.
Además de rechazar la soledad, Dios manda santificar las fiestas. La auténtica fiesta, solo se puede entender en comunidad y con Dios presente: una fiesta a la que Dios no está invitado –dice Esolen– es un absurdo antropológico. El hombre moderno necesita descubrir el verdadero ocio de la fiesta en la celebración litúrgica.
Si la gente que no se junta por el culto, no se juntará más. Porque cuando se pierde la convicción de pertenecer a Dios, se pierde la convicción de pertenecer unos a otros. De ahí el individualismo y la soledad de nuestro tiempo. Es imposible vivir la auténtica fraternidad entre los hombres si no se reconoce la paternidad del único y verdadero Dios.
¿Qué hacer, entonces? Formar comunidades de oración, desarrollar programas de educación clásica, fomentar una vida familiar saludable, ayudar a quienes más lo necesitan, transformar a los varones en hombres bajo la tutela de hombres hechos y derechos, educar la imaginación para que se despliegue en el sentido correcto. Sin olvidar que para ayudar a los demás, no basta un sentimentalismo atolondrado: hay que saber hacer bien el bien.
Para terminar, nos preguntamos: ¿qué juventud salvará al mundo? ¿La juventud alienada por el ruido, las pantallas, los medios y demás drogas; o la juventud educada, humana, cristiana, alegre, capaz de encontrar el verdadero sentido de la vida?
1 https://www.youtube.com/watch?v=H6pHG1fVFxc
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