Uruguay es un país de equilibrios diversos que, a medida que los extremismos circulan como ráfagas por el mundo, se hacen más llamativos y deseados. La orografía, los recursos hídricos, la temperatura, los suelos y la gente recrean un Uruguay cuya mayor virtud es el equilibrio con que la naturaleza, la cultura de su gente, su democracia y nuestros sistemas productivos dotan al país.
El silvopastoreo camina en ese sentido. Busca acompasar el ritmo ganadero pastoril con el árbol. Para ello, esta práctica que comienza a avanzar en nuestro país (a su ritmo) no destruye, sino que reúne a dos actividades para que confluyan en los recursos hombre/suelo/agua/aire de manera equilibrada. Equilibrio no solo agronómico y productivo sino económico, financiero y social.
El Ing. Agr. Ricardo García Pintos nos invitó al evento que con suceso se desarrolló en el establecimiento María Pía de Luis Mackinnon, en Florida. Allí la Sociedad Uruguaya de Silvopastoreo mostró plantaciones en el campo, con destacados técnicos en la materia y números de la actividad, extraídos de la realidad productiva y comercial.
Son resultados muy buenos. Si bien fueron mostrados en este caso los pertinentes a la actividad forestal y no ganadera, la experiencia permite esperar ingresos muy razonables, que compensan la inversión, no solo con dinero sino con seguridad. García Pintos nos dice de la ventaja para soportar incendios (con la reducción del costo del seguro) frente al modelo de forestación tradicional. “El fuego corre por el terreno a mayor velocidad y casi no afecta la plantación”.
“El árbol (en este caso eucaliptus grandis) compensa con su mayor crecimiento la menor densidad de plantación. Es decir, que la producción de madera de calidad por hectárea es porcentualmente mucho mayor que la esperada por la cantidad de plantas. Además, desde el punto de vista ambiental la actividad de silvopastoreo secuestra diez veces más carbono del que emite. Cuestión no menor en un mundo donde los mercados son exigentes en este aspecto y los ‘bonos de carbono’ se cotizan muy bien.”
La gran mayoría de las explotaciones nacionales cuentan con certificación ambiental y productiva.
No menores son los cambios positivos en el “costado ganadero” del sistema. Principalmente el sombreado lleva a una menor lignificación de las pasturas que a su vez elevan los niveles proteicos y los mantienen en el tiempo. El porte de las especies cespitosas tiende a disminuir en favor de las rizomatosas, cuestión que “afina” la pastura y brinda mayor calidad.
“Es también muy importante el costado de independencia comercial que da este negocio” nos dice García Pintos. “El productor no está atado a ninguna empresa y es muy conveniente el aprovechamiento propio, como la producción de tablas, piques, postes. Son números buenos, muy compensatorios.”
Además, se observa un sistema de servicios tercerizados que florece junto al crecimiento del sector, desde preparación de tierras (como el subsolado), viveros, plantado, podas, raleos y cosecha.
Como dijimos al principio: si nuestro Uruguay es un país de equilibrios, este sistema productivo viene a desarrollarse en ese sentido desde todos sus aspectos, productivo, económico, comercial y social. A mediano y largo plazo, sustentable, amigable con el ambiente, amigable con el pequeño y mediano productor, en consonancia con el destino que muchos pretendemos para nuestra ruralidad.
Gracias a la Sociedad Uruguaya de Silvopastoreo y al anfitrión por la hospitalidad y organización del evento.
*Juan Irigoyen, ingeniero agrónomo
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