Decía Lenin en octubre de 1917, en un artículo publicado en Rabochi Put de Rusia, que los periódicos “deberían prohibirse y confiscarse sus imprentas; los anuncios particulares deberían declararse monopolio del Estado, concentrándose en el periódico del gobierno que editarán los soviets. […] Es el único medio con que se puede y se debe arrancar a la burguesía ese poderoso instrumento de la mentira y de la calumnia impunes, que le permite engañar al pueblo, desorientar a los campesinos y preparar la contrarrevolución”.
“Esta cuestión tiene una importancia de principio”, definía, imponiendo así un concepto que el Partido Comunista mantiene hasta el día de hoy, con un control estricto de la prensa, de los periodistas y de todo tipo de comunicación que no siga la línea de pensamiento del gobierno, en todos y cada uno de los países en los que ha tomado el poder.
Aquel mismo año de 1917, pero a 13.362 kilómetros de distancia, en la entonces floreciente ciudad de Montevideo, bajo inspiración y dirección del doctor Pedro Manini Ríos, nacía un nuevo diario, La Mañana, con el preciso fin de combatir decisiones del gobierno, al amparo de una libertad de prensa que no conocía condicionamiento de ningún tipo.
Este paralelismo sobre la situación de la libertad de prensa a principios de siglo se ha extendido a través de la historia, contrastando la libre información que reciben los ciudadanos en los países democráticos, con las limitaciones impuestas bajo distintas apariencias en aquellos lugares en que el mando está en manos de los partidos comunistas.
China y Corea del Norte, con sus regímenes autoritarios, han eliminado de sus vocabularios la palabra “libertad”. Alemania Oriental y los países que quedaron bajo la órbita soviética sufrieron la tiranía de un pensamiento único obligatorio, hasta que la realidad hizo insostenible el mantenimiento de regímenes comunistas que ni por la fuerza de las armas lograron mantener a los pueblos bajo su ideología denigrante del ser humano.
Todos esos países cayeron bajo el comunismo por la fuerza, o por la debilidad de gobernantes y políticos occidentales que los entregaron a cambio de una presunta paz. Pero esa fuerza de los tanques no es aplicable a todas las épocas ni a todos los lugares. Ni siquiera las guerrillas dieron el resultado buscado en nuestra América. Entonces el partido buscó una nueva forma de lucha y la encontró en las enseñanzas del marxista italiano Antonio Gramsci, con un arma más sofisticada y acorde a la época: la infiltración solapada en los medios de comunicación, en la intelectualidad, en los formadores de opinión, para llegar a influir en las mentes de los ciudadanos.
Esta infiltración no busca la confrontación de ideas, sino que intenta debilitar las democracias carcomiendo desde su interior sus valores fundamentales, que son su mayor fortaleza, e intenta imponer la hegemonía intelectual del pensamiento comunista a través “de la crítica política, de la crítica de las costumbres, de los sentimientos, de destruir ciertas corrientes de concepciones del mundo”, según palabras del propio Gramsci, hasta establecer “una nueva cultura”.
Estas ideas, que pueden parecer tan lejanas, tan ajenas, están sin embargo en plena ejecución en el mundo occidental y específicamente en nuestro país. Los valores tradicionales derivados de las enseñanzas judeocristianas son cada vez más cuestionados, las costumbres están subvertidas, la vida vale muy poco, la familia está en vías de desaparición, la enseñanza en manos de gremialistas y no de las mentes más capaces. Un panorama desolador que nos arrastra hasta un abismo en el que perdemos nuestra individualidad, nuestra libertad de pensamiento, último fin buscado por el comunismo para dominio de las masas.
La toma del poder no conoce de obstáculos para el marxismo leninismo. Su accionar se basa en la mentira y la ilusión, por eso aborrece lo real. La realidad aplasta sus argumentos.
Y aquí volvemos al inicio de estas líneas. La Mañana fue fundada en 1917 para defender ideas políticas que contrariaban la posición del gobierno, dentro de un clima democrático, con total libertad de prensa. Ninguna influencia ejercía en el país el Partido Comunista, aquel entre cuyos principios Lenin proponía en el mismo año 1917 la prohibición de todo periódico que no perteneciese al gobierno de los soviets. Pero la evolución histórica que acabamos de describir modificó también a su contraparte, la democracia, obligándola a defenderse no ya de tanques soviéticos, sino de la nueva técnica de subvertir los valores, para ir debilitando a las sociedades como primer paso hacia la toma del poder.
La lucha de clases, que ya no tenía cabida en el mundo moderno y que no atraía ni a los más empobrecidos, fue sustituida imperceptiblemente por distintas demandas que, disfrazadas de reclamos sociales, volvieron a acercar adeptos a reclamos dirigidos siempre por el Partido Comunista detrás de bambalinas. Así apareció la ideología de género y su derrame en leyes que fueron carcomiendo por dentro los valores tradicionales de la familia como célula de una sociedad sana. Se apoderaron del lenguaje y “matrimonio” no es ya la unión de hombre y mujer; al socialismo lo transformaron en “progresismo” y hoy ser progresista significa ser de izquierda y nadie que no lo sea puede considerarse partidario del progreso; oponerse a sus acciones es ser “facho”. Y cuando no pueden imponer sus eslóganes, entonces queda el recurso de destruir al adversario por medio de difamaciones, alterando la realidad y repitiendo la mentira una y mil veces hasta convertirla en falsa realidad. Se les conoce como “los manipuladores”; manipuladores en todos los campos de la vida ciudadana, de la historia, de la política, de la economía, de la información, de la literatura, de las artes.
¿Cómo se combate esta ideología que nos quieren imponer? Con una ideología mejor. Con la difusión de sus técnicas de penetración solapadas, con la advertencia del fin buscado, mostrando a los jóvenes los resultados del comunismo en los países donde ha tomado el poder: China, Corea del Norte, Rusia, Cuba, Venezuela… en fin, países todos en los que no existe libertad. Eso es sinónimo de comunismo.
Pensadores modernos han concluido que la mejor forma de detener este avance marxista es confrontándolo con las ideas básicas de la democracia: libertad, justicia, educación y rescatando los valores tradicionales de nuestra civilización. Así lo entendió Hugo Manini Ríos, nieto del fundador de La Mañana, que en lucha por sus ideales fundó un diario en 1917, para que el pueblo tuviera una voz distinta a la del gobierno y pudiera elegir con libertad y con conocimiento de causa. Consciente de la necesidad de defender los principios democráticos en esta época en que se encuentran amenazados, Hugo rescató el diario de su abuelo, con los mismos principios y el mismo entusiasmo, adaptándolo a la época en que vivimos.
Así, renació La Mañana. Para que la ciudadanía no se mueva solo en el mundo de la quimera sino que tenga acceso también a informaciones claras y meditadas de lo que sucede en el mundo: ni el relato inerte de los hechos, ni la interpretación superficial y apasionada que hoy ofrecen los medios. La realidad. Porque la realidad aplasta a la quimera. La realidad de lo que sucede, se siente y se padece en el mundo. Y esa realidad no se limita a la publicación de noticias cotidianas, que con mucha más velocidad difunden hoy los medios electrónicos. La Mañana ha elegido la vía de los análisis profundos, de los temas trascendentales, mirando a largo plazo. Aún las notas que puedan parecer superfluas tienen siempre un trasfondo de importancia: defender valores tradicionales, mantener familias unidas, valorar nuestro sistema republicano de gobierno, el respeto de la propiedad privada, sacarle las cadenas a la enseñanza, develar las calumnias, las mentiras, lo que se ha dado en llamar “el relato”. En el convencimiento de que nuestros partidos tradicionales han hecho caso omiso a esta guerra subrepticia en el mundo de las ideas, La Mañana ha vuelto a levantar el pabellón de la democracia, de la República, del pensamiento libérrimo y de la restauración de nuestras mejores tradiciones.
Así, a 107 años de aquella proclama de Lenin alentando la prohibición de periódicos que no pertenecieran al partido comunista, que llega hasta nuestros días como lo demuestran China, Corea del Norte, Cuba, y como sucedió en la Unión Soviética, a 13.362 km de distancia, los valores que dieron nacimiento a La Mañana en la pluma del doctor Pedro Manini Ríos, también se mantienen, rejuvenecidos por obra de su nieto Hugo y ahora bajo la batuta de su bisnieta Manuelita Manini Ríos.
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