En un reciente editorial que titula “La libertad, algo que se entiende muy poco”, el director de El Observador afirma que La Mañana tiene una “falta total de comprensión de lo que es la libertad. De la libertad en la función periodística y en la vida de las personas”.
Decía Harry Truman que “la libertad es el derecho a escoger a las personas que tendrán la obligación de limitárnosla”. El presidente norteamericano se refería a la elección de autoridades en un país, pero bien puede aplicarse ese pensamiento a la vida cotidiana y específicamente a la labor periodística.
Las personas tienen libertad para elegir el trabajo de su preferencia, pero una vez que ingresan a una empresa, quedan sometidas a las normas que rigen su funcionamiento, a las disciplinas que imponen sus autoridades. Vale decir que, al elegir una empresa para trabajar, limitan su libertad a las normas que esta establece.
Nada distinto ocurre en el periodismo. Cuando un cronista ingresa a trabajar en un diario, se somete a las directivas del jefe de Sección, del secretario de Redacción y del director, que son quienes seleccionan los temas a tratar, eligen la importancia a dar a los mismos, diagraman la portada. No puede cada periodista publicar a su antojo. La elección de lo que se publica y cómo se publica, es tarea de la Secretaría de Redacción.
La libertad del periodista, podemos decir parafraseando a Truman, consiste en elegir el medio de prensa en que trabajará, pero una vez que lo hace, queda sometido a su normativa interna.
Naturalmente que esto no significa que pueda obligarse a un redactor a tergiversar informaciones. Quiere decir que el redactor tiene su libertad condicionada a las directivas de sus jefes, que obviamente responden a los principios del diario en que trabaja.
Por poner ejemplos de publicaciones que ya no existen, ¿podría un periodista haber escrito sistemáticamente en el diario El Día varias notas contra José Batlle y Ordóñez? ¿Se las hubiera publicado el secretario de Redacción? ¿No lo habría llamado el director a su despacho? Basta con recurrir a los archivos y examinar la cobertura de El Observador sobre la crisis bancaria del 2002, para comprender que muchas veces los silencios son ensordecedores.
Los diarios no se publican para ganar dinero –hoy en día solo ganan deudas- sino para defender ideas. Y está bien que las defiendan. Pero no está bien rasgarse las vestiduras y vestirse de reyes de la objetividad, cuando la objetividad no existe en un diario; la sola selección de temas a publicar significa ya una subjetividad. Y El Observador lo sabe muy bien, pues resulta difícil de olvidar que realizó una pobrísima cobertura periodística de los uruguayos involucrados en los Panamá Papers.
Ahora El Observador está enfrascado en una malintencionada campaña contra el general Guido Manini Ríos. Las pruebas sobran: están todos los días en sus páginas. Y no resulta aceptable el argumento de que no responde a una orientación editorial. Sabrán ellos cuáles son los motivos por los que quieren truncar el ascenso político del líder de Cabildo Abierto.
El Observador parece arrogarse el “derecho fundamental” de atacar sistemáticamente a un representante legítimo de la política nacional. Este camino tendencioso, alejado del deber de informar apropiadamente, no hace honor a esa mentada libertad.