“El triunfo está asegurado. Aunque llevemos una heladera o un ropero de candidato, ganamos las elecciones por el desprestigio que tienen las otras opciones”. Estas palabras fueron pronunciadas en 2007 por Raúl Sendic, exvicepresidente del Uruguay, quien terminó renunciando a su cargo por la “pérdida” de 800 millones de dólares por parte del monopolio petrolero estatal (Ancap) cuando lo presidió; por el descubrimiento de que el título universitario del que presumía –licenciado en Genética Humana por la Universidad de La Habana– era falso; y por la realización de gastos personales con la tarjeta corporativa de Ancap, por un monto equivalente a US$ 57.000.
El propio Tribunal de Conducta Política del Frente Amplio determinó que “la actuación del compañero Sendic en estos hechos compromete su responsabilidad ética y política con incumplimiento reiterado de normas de control. […] El cuadro general […] no deja dudas de un modo de proceder inaceptable en la utilización de dineros públicos. […] Agravan lo anterior la especial responsabilidad que imponía la condición de presidente del Directorio de Ancap y también la forma en que el compañero Sendic ha respondido públicamente a los cuestionamientos de su conducta”.
¿Por qué recordamos hoy el “caso Sendic”? Porque entendemos que algo nos puede enseñar. Lo primero, es que el nepotismo suele ser perjudicial, sea cual sea la ideología del partido político que lo practique. No está mal que haya familiares o “delfines” cuando tienen brillo propio. Y no está mal que ocupen cargos. Pero lo razonable es que empiecen de abajo y que vayan creciendo a medida que ese brillo se manifiesta.
El problema más grave, además, no suele ser la deshonestidad, sino la incompetencia. En el caso que nos ocupa, el director de una conocida revista de izquierda había advertido en 2004 que “si Sendic (h) se hubiese llamado González de apellido, no hubiera llegado a diputado”.
Otro problema grave es la soberbia: debió ser dura la caída del que un día se sintió capaz de ganar con “una heladera o un ropero de candidato” y terminó siendo el hazmerreír de todo el sistema político.
Este caso prueba, además, que si bien las “heladeras” pueden servir para ganar una elección no necesariamente sirven para gobernar una nación. No es lo mismo ser un buen candidato que un buen gobernante. Mujica es el ejemplo paradigmático de cómo un excelente candidato puede ser un pésimo gobernante. Y es que para ganar una elección solo es necesario mostrar la simpatía del candidato, su cercanía con la gente y su presunta honestidad… Es necesario que los votantes “compren” una imagen y adhieran a ella.
Para gobernar, las habilidades y aptitudes que se necesitan son muy distintas. Es necesario tener don de mando y experiencia en el manejo de personas e instituciones. Es necesario contar con una sólida formación humanística. Y es necesario vivir las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza– y las virtudes humanas derivadas de estas. De lo contrario, tarde o temprano, la “heladera” se abrirá y el hedor será insoportable.
Desde el “caso Sendic” ha pasado mucha agua bajo el puente. Pero las lecciones aprendidas siguen vigentes, y demuestran la importancia de la responsabilidad de cada ciudadano al momento de votar. También permiten advertir que, si bien algunos políticos pueden llegar a traicionar la confianza depositada en ellos, con frecuencia, son los ciudadanos de a pie quienes no se esfuerzan lo suficiente por conocer a fondo a los posibles candidatos: sus ideas, su experiencia, su capacidad, su formación.
Muy buena parte de la responsabilidad de que personas indignas lleguen a altos cargos de gobierno es del pueblo: no está mal fijarse en ideologías y banderas, siempre y cuando se profundice un poco más ¡para no votar “heladeras”!
Estas reflexiones son aplicables a todas las fuerzas políticas y a todos los ciudadanos. Usamos como ejemplo un caso antiguo, porque lo importante es el concepto: debemos ser conscientes de la responsabilidad que tenemos a la hora de elegir gobernantes, sea cual sea el lugar que ocupemos. Lo que nos jugamos en cada elección es nada menos que la felicidad de nuestro pueblo durante los próximos cinco años. Esa felicidad se acerca si nos gobiernan servidores públicos dignos de tal nombre y se aleja si nos gobiernan políticos que no están a la altura de la responsabilidad que pesa sobre sus hombros.
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