Vamos a reflexionar sobre esto partiendo de la idea de que se trata de abuelos bondadosos. Muy distinto sería si nos basáramos en otra clase de abuelos: los que por los motivos que sea no son personas dadas al amor sino todo lo contrario. Partiremos de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos del niño Jesús, padres de su mamá. ¿Por qué de ellos? Porque en nuestra cultura judeocristiana fueron un perfecto modelo a seguir, abuelos que estuvieron insertos activamente en la vida de la familia desde su fe y su bondad.
Los abuelos que conviven con sus hijos y nietos juegan un rol crucial en la vida de todos, muy especialmente en la de los niños. Son esos seres mayores que permanentemente despiertan la curiosidad de los infantes y les abren inmensos abanicos de preguntas, curiosidades y necesidad de saber cosas que nadie más les puede explicar. Nadie más, porque los abuelos son quienes han llegado a cierta etapa de la vida cumpliendo tal número de años que otros integrantes de la familia no. Años son experiencia y experiencias; años son vivencias, recuerdos y aprendizajes; años son haber ido cultivando el arte de ser, y el ser de los abuelos es único, precursor del ser de todos los demás integrantes de la familia y modelo a seguir.
La importancia de ellos en el seno familiar es mucho mayor de lo que podemos llegar a suponer, más que nadie, para los nietos. Los hijos de esos abuelos, padres de los niños, puede que no calibren con exactitud el tesoro que tienen en su hogar para sus pequeños porque ellos no son los nietos, y, por lo tanto, su proceso de convivencia, del día a día, es absolutamente diferente. Incluso a veces les resulta algo molesto y deben recurrir a ciertas puestas de límites ante algunas situaciones, cosa que a los niños no les pasa.
Vemos que hasta aquí ya tenemos tres escalafones bien diferentes en que cada escalafón está como tejido a un rol: niños-padres-abuelos. Las dinámicas que pueden plantearse entre tres generaciones en convivencia pueden ser de una riqueza incomparable… si se la sabe ver. Los niños aprenden mirando a sus padres y abuelos; los padres mirando a los abuelos, y los abuelos mirando a sus hijos y nietos. En una familia con abuelos en convivencia, la consigna es “Aprendamos todos de todos”. Esa es la maravilla.
Sin embargo, no deja de ser una situación planteada idílicamente, puede suceder o no. Para que suceda y todos nutran y enriquezcan a todos, han de ser antes que nada conscientes de que así está sucediendo. Cuando hay consciencia de amor compartido, nace la voluntad de compartir amor. Sin embargo, muchas veces el vínculo amoroso tiene lugar en forma tan espontánea que, aunque la consciencia no exista, dicho vínculo ocurre, tiene lugar por sí mismo.
Los abuelos fueron referentes para sus hijos y pueden seguirlo siendo en varios sentidos. La fuerza, la magnitud con que su rol como referentes cobra ante los nietos es muchas veces incalculable. Ante figuras parentales carentes o fallantes, el niño automáticamente va a mirar a la abuela como sustituto de su madre y al abuelo como sustituto de su padre. Es natural y están allí, bien a mano.
Una de las cosas más ricas que hacen los abuelos para con sus nietos es fomentarles la imaginación; sus recuerdos, convertidos hoy en historias y anécdotas a los ojos y el corazón de los nietos, cobran nueva vida. Los niños sellan la interpretación de las historias de los abuelos con una impronta propia, única. Reinterpretan a su manera algo que no se les olvidará. Cargan de amor y empatía a esas historias y forman imágenes en su mente que las hace exclusivas según cada nieto. Amor y fortalecimiento de la imaginación, más empatía y capacidad de escucha son solo algunas de las fortalezas que los abuelos transfieren a los niños.
Pero ¿qué pasa cuando alguno de estos ancianos enferma? Primero veamos lo que no pasa: un abuelo que ha enfermado no es visto como alguien desvalorizado o desvalorizable por los nietos, a menos que otros integrantes de la familia los mancillen con esas erradas miradas. Si esto sucede, tampoco el nieto incurre necesariamente en esa triste actitud, sino que más bien es piadoso y empático, ambas conductas derivadas del amor del propio abuelo. Es algo impensable hoy en día, era del descarte del desvalido o vulnerado porque ya no aporta dinero a la sociedad y encima crea gastos extra, que no surja a nivel familiar la cuestión del desenraizamiento del anciano de su familia para ser cuidado y atendido por terceros. Esto contiene un aspecto realista y atendible dadas las circunstancias de convivencia de hoy en espacios pequeños; pero muchas veces el problema no es ese, sino más bien, la excusa. Colocando al “viejo enfermo” a distancia y pagando para ello, se aplacan las conciencias y se alejan dos cosas: la culpa y el sentido de responsabilidad; los dos quedan negados, congelados y rigidizados y así parece que no afectan, que no existen.
¿Cuánto sufren los nietos al observar esto? Muchísimo. Indeciblemente. Pueden incluso desarrollar rabia hacia los adultos –generalmente sus padres– por haberse quitado de encima al abuelo, a quien ahora se lo irá a visitar a un lugar siempre triste y extraño una vez por semana… cada quince días… mensualmente… o nunca.
En nuestro país no hay políticas de digna atención al anciano como sí ocurre en muchos lugares del mundo en que se acepta a su mascota de toda la vida o se hace una integración con jardines de infantes o escuelas para que dicho anciano sienta alegría y se mantenga activo y vivaz. Aquí se lo convierte en un ser inútil pronto para ser eutanasiado. ¡Nada más lejos del amor!
Pase lo que pase con los abuelos, ya casi no existen aquellas familias doradas en que una ancianita moría rodeada de su familia orando por ella. Sin embargo, ni la fría y cruda realidad de los tiempos que corren es capaz de robar a los nietos algunos o muchos de los mejores recuerdos de sus vidas: aquellos dulces e inocentes momentos compartidos con los abus que solo sabían de amar.
*Psicóloga
TE PUEDE INTERESAR: