El Sinforoso. Sí, así con “s” era el “bombeador” de la estancia “Los Mirones”.
Abuelo Santiago siempre me contaba historias de campo, de yerras y sobre todo de jineteadas, que eran su pasión.
Mis escasos años y poca formación en general de temas camperos, hacían que lo interrogara y lo interrumpiera constantemente, porque abuelo usaba términos que yo no comprendía.
Cuando empezó a contarme la historia de Sinforoso, lo primero que me llamó la atención era aquello de “Bombeador”.
Allí nomás lo interrumpí y le pregunté por el significado de bombeador, y el gaucho viejo ensayó una explicación que fue muy clara e ilustrativa:
—En la época de las guerras entre Indios y conquistadores, los “bombeadores” eran los que observaban si el enemigo se acercaba —dijo— iban “bombeando” o sea mirando, era el observador, los “boludos”, eran los encargados de lanzar las boleadoras y los “pelotudos” tiraban a las patas de la caballada sendas pelotas que podían ser solo de piedra o también envueltas en hierba seca, prendidas fuego.
Así que observadores o “bombeadores” junto con “pelotudos y boludos” vienen desde tiempos muy lejanos, aunque no con el significado soez que se aplica en nuestros tiempos.
La cuestión es que Sinforoso era el encargado de “bombear” y avisar cualquier cosa que fuera sospechosa o saliera de la tranquilidad habitual de aquellos campos.
Este bombeador no era un gaucho muy apreciado por los demás aparceros, era el único que llevaba como 30 años en el puesto y se destacaba más bien por ser muy servil al patroncito, como él lo llamaba.
Más que bombeador era un alcahuete del poder de turno, primero del patrón y luego de su hijo, porque las únicas cosas que comunicaba eran las picardías o cosas que los demás peones, según su apreciación, no realizaban en tiempo y forma.
Además, tenía dos caras como el queso, si agarraba a alguien en una falta, primero le sonreía y luego le mandaba la puñalada trapera.
Nadie se animaba a enfrentarlo. Se decía por el boliche que era muy mentado y hábil con el facón, entonces la bronca general se contenía.
Pero como todo en la vida, tiene un final. Al inicio de una jornada, en las primeras horas de la mañana, le tocó el turno.
El Rulo, el encargado de arreglar los alambrados, hombre de lengua filosa como el largo facón que ostentaba, se le plantó firme y le dijo en la cara lo que todos le querían decir:
—A ver… cómo es la cosa, ¿usted es bombeador? Entonces salga del galpón de los que hacemos el trabajo de verdad y vaya a bombear a su mangrullo. Y si me entero que va a decirle al patrón que lo corrimos, va a saber cuántos pares son tres botas.
Cuando todos esperaban que saliera a relucir los filosos facones, Sinforoso se fue silbando bajito y se puso a juntar firmas y testigos para que lo apoyaran en su disputa laboral por amenazas.
Al final de cuentas, el bombeador no era más que un servil cobarde.