El nombramiento de un comité para considerar el tema de la educación nacional es un indicio, entre muchos otros, de que el presente es un momento propicio para invitar la atención del público al más alto y más importante de todos los objetos que un gobierno puede poner ante sí, y a las grandes cosas que han sido logradas por otra nación en la prosecución de ese objeto.
John Stuart Mill
En las últimas semanas, a partir de la negativa de una comunidad menonita a enviar a sus hijos a la escuela y el consiguiente debate, volvió a quedar en evidencia la desacreditación institucional de la educación en Uruguay ante una enorme porción de la ciudadanía.
Una columna de Aldo Mazzuchelli publicada en la revista digital Extramuros y titulada “La ANEP contra los Menonitas: las oportunidades humanas y las tentaciones de la política” expone claramente lo que piensan muchos en este país y no se atreven a decir. Especialmente en lo que tiene que ver, por un lado, con la pérdida de contenidos en la educación formal bajo excusas o argumentos poco convincentes; y, por el otro, con la creciente ideologización de la educación, no solo en cuento a perspectivas políticas, sobre todo cuando se trata de historia, sino también y peor aún las relacionadas a la ideología de género, sexualidad y familia.
En esa línea, Mazzuchelli expresa lo siguiente: “Una experiencia de escuela en casa como la que los menonitas están desarrollando es, en cambio, un modelo más exitoso en ambos sentidos. En ella, los niños aprenden a leer y escribir, aprenden idiomas gracias a su carácter multilingüe, y –esto es lo que más le duele a la ideología estatista-agendista contemporánea– aprenden valores cristianos, aprenden familia tradicional. No aprenden, en cambio, a dividir a priori a la sociedad según la raza bajo pretexto de ‘dar derechos’, ni aprenden hormonización y automutilación temprana irreversible. Aprenden a leer, y a pensar, aprenden matemáticas, y aprenden lenguas a un nivel y con una rapidez –competencia en español e inglés conversado en seis meses– que ANEP no puede soñar siquiera en alcanzar. Todo en base a la socialización en una escuela familiar, pequeña, donde se reúnen niños de distintas tradiciones lingüísticas y religiosas en un espacio común –así como lo lee: al pequeño container donde funciona la escuela de esta comunidad concurren hijos de familias menonitas con hijos de familias de Florida sin denominación religiosa explícita: allí socializan, según un programa de estudios que incluye educación religiosa provista por la impronta menonita”.
Resulta claro que un enorme porcentaje de uruguayos no comulga con la nueva forma de transmitir conocimientos y saberes en la educación nacional. Porque, por un lado, esta perspectiva sesgada con base en afinidades ideológicas parece no tener una utilidad específica para el desarrollo de la persona ni mucho menos le brinda herramientas para su futuro. Es evidente que el principal problema de la educación nacional estriba en que se ha vuelto una educación demasiado parcial.
De todos modos, este debate en torno a la obligatoriedad de la educación no es nuevo y ya ha sucedido otras veces en nuestra historia. De hecho, a principios del siglo pasado, cuando Carlos Vaz Ferreira estuvo durante 15 años (de 1900 a 1915) a cargo de la Dirección de la Instrucción Primaria tuvo como una de sus principales preocupaciones, casi obsesiva se podría decir, que la enseñanza primaria fuera obligatoria hasta el punto de que dicha obligatoriedad se cumpliese coercitivamente. No hay que olvidar que Vaz Ferreira fue el filósofo estrella del batllismo, por lo que, en torno al debate de la educación de principios del siglo pasado, las posiciones ideológicas y políticas también estaban presentes, entre las que chocaban el modelo urbano modernista y el modelo rural tradicionalista.
A causa de esta ferviente posición, Vaz Ferreira recibió fuertes críticas desde el propio ámbito magisterial, como por ejemplo, de parte de Aldo Faedo, inspector de Enseñanza Primaria, que manifestó en referencia a él: “El filósofo que se preocupó tanto en demostrar que todos debiesen tener su lugar de ‘estar en el planeta’ cree solucionar con una multa la asistencia a la escuela de los hijos de aquellos que no tienen ni un palmo de tierra, en un país de tantas tierras sin hombres y de tantos hombres sin tierra”. (Aldo Faedo, “Un inspector vareliano: Ramón López Lomba”, en Anales de Enseñanza).
En definitiva, lo que se le recriminaba a Vaz Ferreira era su desconocimiento del medio social rural del Uruguay. Fernández Calmet, inspector departamental de Florida en sus Memorias… señalaba en referencia a la política de Vaz Ferreira: ”Convendría, antes de aplicar multas a los padres de familia por no enviar sus hijos a las escuelas, estudiar las causas que los inducen a obrar de este modo: pues hay en campaña muchas familias menesterosas que tienen a sus hijos descalzos y casi desnudos y no se resuelven a hacerlos concurrir en semejante estado; y otros, pobres también, que los utilizan para el trabajo, a falta de peones y no se desprenden de ellos por la ayuda que prestan”.
Aun así, no podemos dejar de lado la importancia que ha tenido la educación pública para conformar lo que al día de hoy llamamos cultura o inteligencia nacional. Pues, como bien señalaba John Stuart Mill, el objetivo más grande que puede tener un Estado es alcanzar un eficaz modelo educativo, bajo la égida del cual se desarrollan y ejecutan los destinos de un país. Platón, ya en La república, había tratado el tema de la educación como uno de los temas fundamentales para sostener cualquier sistema armónico de orden social y gobierno.
Ahora bien, la educación y la enseñanza de conocimiento y saberes existieron desde los orígenes mismos de la humanidad, y en esa medida cada pueblo ha tenido su cultura. En efecto, tanto la educación como la enseñanza no siempre estuvieron ligadas a instituciones específicas, sino que la familia cumplía un papel decisivo en su desarrollo.
Sin embargo, podemos decir que fue durante la edad media, especialmente en la segunda mitad del siglo XII y el siglo XIII, cuando se universalizaron los principios de lo que terminaría siendo la educación hasta la posmodernidad. Porque la cultura cristiana medieval no solo nos transmitió las primeras disciplinas que componen el trívium y el quadrivium e instituciones educativas –como universidades, escuelas monacales y colegios episcopales, además de bibliotecas y escritorios– sino más aún, edificaron el criterio de universalidad que el conocimiento y las disciplinas asociadas debían tener, en el que el trabajo y las obras de la escolástica fueron fundamentales. Pero tampoco hay que olvidar que el pensamiento cristiano medieval consideraba a la cristiandad como una unidad que trascendía las fronteras políticas y geográficas, tanto las impuestas por la historia como por los gobernantes o reyes de turno, y así la cultura medieval debía trascender esas limitaciones.
Esa universalidad fue, justamente, el elemento constitutivo más importante del conocimiento. Y fue por eso que, tras las revoluciones liberales, tanto en Europa como en América, la legitimidad de los nuevos gobiernos pasaba también por una política cultural y educativa, que tuvo a la “razón” como el nuevo factor de universalidad. En efecto, fue necesario incorporar al plano liberal y laico las disciplinas de la medievalidad. Y, como bien sabemos, las universidades que son de referencia hasta el día de hoy como Boloña, Cambridge, Oxford, para nombrar algunas, perviven desde aquella época.
El punto es que cuando hoy hablamos de homeschooling o enseñanza en casa, no podemos ignorar el acervo que ha dejado a la sociedad durante décadas el sistema educativo público, tanto el uruguayo como el de otros Estados que han sido de referencia. Por lo que el gran problema no es la educación pública en sí, sino más bien la tendencia que ha tomado, alejándose de los contenidos y las formas de la cultura universal, de las disciplinas tradicionales, para transmitir una cultura parcial, en la que apenas si se enseña a leer y escribir bien.
TE PUEDE INTERESAR: