A los once años tuvo su primer partido “desafío” de pelota vasca. El pequeño Néstor Iroldi se presentó ante Vittorio German, un jugador conocido por ser invencible en ese deporte cada vez que utilizaba su propia pelota, que en vez de tener hilo como era normal, tenía otro elemento.
Las pelotas se hacían con un carozo de butiá que era recubierto con lana, caucho e hilo y, por último, forrada con cuero de perro conseguido en la veterinaria. En el País Vasco, se forraba con piel de cabra, que era más resistente a los golpes. Pero la cuestión es que German decidió sustituir el hilo por alambre, haciendo que cada vez que un contrincante viera venir la pelota, la dejara pasar por el dolor que le ocasionaba pegarle con la mano.
Iroldi sabía del truco de German, pero aun así decidió jugar con él por dinero. El objetivo era ganar fuese como fuese. De hecho, lo logró. Claro, quedó con la mano dañada para toda su vida, mostró durante una entrevista otorgada a La Mañana a sus 72 años en el club Euskal Erria. Más tarde tuvieron que operarle. “Pero le gané yo”, señaló.
Iroldi, reconocido por haber obtenido cinco títulos mundiales de pelota vasca representando a Uruguay, nació en el seno de una familia de descendencia vasca. Su padre era gerente y conserje del club Wanderers, lugar donde aprendió a caminar, recordó.
El club abría a las ocho de la mañana y mantenía su actividad hasta las doce de la noche, siendo la cancha de pelota vasca uno de los sitios más concurridos. Se jugaba a pelota mano –es decir, pelota dura- y paleta. Cada día había en promedio unos 70 jugadores. La mayoría de los partidos eran “desafíos”, es decir, se jugaba por dinero, y algunos jugaban por el ejercicio.
Luego del partido con German, Iroldi jugó con quien por ese entonces era el dueño de la fábrica Suite, quien le obsequió una pelota que traía exclusivamente desde Francia. Ante la maravilla de lo que significaba tener una pelota así, Iroldi mantuvo una seria conversación con su padre donde intentó convencerlo de que no lo enviara más a la escuela, dado que él quería jugar a la pelota vasca toda su vida. “Él me dijo que si quería dejar de estudiar tenía que trabajar en el club con él, y así empecé, limpiando la cancha. Cuando faltaba alguien para jugar, dejaba mis cosas y corría a meterme yo”, recordó. Así comenzó a mostrar sus dotes a importantes figuras y a practicar todo el tiempo.
Asunto aparte era la soltura que lo caracterizaba y que con apenas 13 años lo llevaba a retar a figuras destacadas en este deporte, jugando por dinero. “Como era tan chico, la gente me decía que era un desfachatado, pero yo lo tomaba como una profesión. Esperaba a que estuvieran jugando a la baraja o tomando una copa, y les decía que ellos no jugaban nada y que yo si quería les ganaba, así los provocaba y aceptaban jugar conmigo”, confesó.
Consultado sobre su técnica, Iroldi señaló: “El secreto es que yo me dediqué de lleno a esto. Cuando no había nadie me metía a la cancha, buscaba golpes, cosas que otros no hacían, miraba a los mejores jugadores de otros deportes y los copiaba y perfeccionaba”.
Fue así que ganó los cinco campeonatos mundiales. En el año 1966 en Montevideo, en el año 1970 en San Sebastián, en el año 1978 en Francia, en el año 1980 en Polonia y en 1981 en Francia. Todos los campeonatos internacionales Iroldi los jugó con su compañero Cesar Bernal, con quien se llevaba 13 años. “Desde el año 1964 que nos juntamos nunca más nos separados. Cuando en el año 1986 perdimos el campeonato mundial él me dijo: ‘bueno, negro, hasta acá llegué, me voy a retirar’, y yo por respeto, también lo hice”, indicó.
A sus 72 años, hoy Iroldi juega poco, reconoce, sobre todo luego de que le hayan operado los dos tendones de Aquiles y todos los tendones de la mano izquierda que rompió jugando doce partidos desde las 10 de la mañana hasta las 18 horas en Punta del Este, con un banquito de lustrador en la mano, con el fin de darle ventaja a su contrincante (llegó a jugar con dos sillas en su espalda y con un sueco de madera de quebracho como paleta).
“No podían creer como podías ganar con eso, pero era la forma en la que yo me perfeccionaba, de igual manera que puede hacerlo un artista de circo”, señaló.
Actualmente, Iroldi es entrenador de más de una veintena de jóvenes que se acercan a jugar al club vasco Euskal Erría a través de un convenio con Wanderers. Por otro lado, el trabajo social continúa siendo parte de su labor. “Se trata de chicos que tienen su problema para pagar el club, algunos vienen de contextos complicados, yo los ayudo, los enseño, les brindo apoyo en todo lo que pueda. Ellos están formando una familia”, confesó. “Me ha dado muchas satisfacciones”, aseveró. Añadió que es positivo que la juventud esté practicando un deporte en lugar de estar en la calle y señaló que la pelota vasca no ha perdido vigencia. A la hora de explicar su técnica a las futuras promesas de este deporte en Uruguay, Iroldi hace énfasis en que el desplazamiento dentro de la cancha son pasos de baile.
En cuanto al nivel actual de Uruguay, el excampeón mundial mencionó que la pelota olímpica ha ido mutando, perdiendo la velocidad y la dureza, haciendo que cada vez se acerquen más personas. Claro, lejos está del parecido de la pelota de Germán. “Con la que nosotros jugamos los mundiales deben haber cerca de ocho jugadores que la puedan manejar”, opinó.
En concreto, Iroldi confesó que está satisfecho con la carrera que hizo. “La pelota vasca es mi vida, lo fue todo”, dijo. Reveló que cuando concurre a su club siente una vibración especial. Mira las baldosas donde aprendió a caminar, observa las tribunas que tantas veces barrió a escobazo limpio, tirando aserrín con agua. Y limpiando la cancha otra vez, que se hacía interminablemente larga cuando debía repasarla varias veces. “Las calderas de la UTE y la cervecería cercana a Wanderers largaban un hollín espeso y se metían por el techo de la cancha”, explica Iroldi, y se queda pensativo. Luego de unos segundos vuelve a la escena para corregir desde los palcos la postura de uno de los jugadores que hoy entrena en este deporte que fue su razón de vida.
El entrenador Benitez Muñoz
En el año 1952 se jugó en el Cantegril Country Club de Punta del Este un campeonato de paleta con balín femenino donde Ricardo Benítez Muñoz fue el entrenador y juez, otorgándole una copa a Sara Giannattasio de Methol y a Marta Blengio.
Benitez Muñoz fue en Punta del Este el propulsor de toda la parte de la paleta. “Tenía gente que iba, que eran también señoras que jugaban al tenis, que iban a perfeccionar el golpe a la cancha de pelota”, señala.
Iroldi tiene el mejor recuerdo de Benitez Muñoz. “En Euskal Erria fue uno de los propulsores que descubrió prácticamente a Bernal”, explicó. Después de Euskal Erria fue que se fue de director deportivo del club Cantegril de Punta del Este, donde estuvo muchos años. “Ahí él hacía los eventos en el cual nos llevaba a Bernal conmigo a jugar partidos internacionales y hacer exhibiciones”.
Para Iroldi fue un “maestro”. “Fue una persona excelente”, expresa. “Te sabía inculcar lo que él sabía, más la categoría de persona que era, ¿viste? Él te enseñaba muchas cosas, como que te venía a pulir. Era una persona que tenía aparte una simpatía especial. Por eso estuvo tantos años en Punta del Este y lo querían. Era una persona completamente extraordinaria. Todo lo que hacía era siempre para darte para adelante y para hacer el bien para todas las personas. Ayudaba muchísimo”.