El siglo XIII es el siglo de las universidades porque es el siglo de las corporaciones. En cada ciudad donde existe un oficio que agrupa a un número importante de miembros, estos se organizan para defender sus intereses e instaurar un monopolio en su beneficio. Esta es la fase institucional del desarrollo urbano que materializa en comunas las libertades políticas conquistadas y en corporaciones las posiciones adquiridas en el dominio económico. La palabra libertad es aquí equívoca: ¿independencia o privilegio? Se encontrará esta ambigüedad en la corporación universitaria. La organización corporativa petrifica ya lo que consolida. Consecuencia y sanción de un progreso, dicha organización hace sentir ya un jadeo, el comienzo de una decadencia. Y esto ocurre en las universidades del siglo XIII de conformidad con el contexto del siglo. El desarrollo demográfico está en pleno auge, pero de pronto se aminora, y la población de la cristiandad pronto permanece estacionaria. Los grandes desmontes para conquistar las tierras necesarias y asegurar la alimentación de ese crecimiento humano se despliegan y pronto se detienen. El impulso constructor levanta para ese pueblo cristiano más numeroso una multitud de iglesias nuevas, con un espíritu nuevo, pero la era de las grandes catedrales góticas termina con el siglo. La situación universitaria presenta la misma curva: Bolonia, París, Oxford nunca tendrán tantos profesores y estudiantes y el método universitario –el escolasticismo– nunca construirá monumentos más extraordinarios que las sumas de Alberto el Grande, de Alejandro de Halés, de Roger Bacon, de san Buenaventura, de santo Tomás de Aquino.
Los orígenes de las corporaciones universitarias son a menudo tan oscuros para nosotros como los orígenes de las corporaciones de otros oficios. Se organizan lentamente, mediante conquistas sucesivas, a favor de incidentes fortuitos que son otras tantas ocasiones. Los estatutos a menudo sancionan esas conquistas sólo tardíamente. Nunca estamos seguros de que los estatutos que llegaron hasta nosotros sean los primeros. Y en esto no hay nada asombroso. En las ciudades en que se forman, las universidades (por el número y la calidad de sus miembros) revelan una potencia que inquieta a los otros poderes.
Las universidades adquieren su autonomía luchando tanto contra los poderes eclesiásticos como contra los poderes laicos. No obstante, los universitarios habían encontrado un aliado todopoderoso: el papado.
En 1194 Celestino III acuerda a la corporación de París sus primeros privilegios, pero son sobre todo Inocencio III y Gregorio IX quienes aseguran su autonomía. En 1215 el cardenal Roberto de Courson, legado pontificio, da a la Universidad de París sus primeros estatutos oficiales. En 1231 Gregorio IX, que había reprendido al obispo de París por su incuria y había obligado al rey de Francia y a su madre a ceder, acuerda nuevos estatutos a la universidad en virtud de la famosa bula Parens scientiarum de la cual se dijo que fue la Carta Magna de la universidad. En 1229 el pontífice había escrito al obispo: “Siendo así que un hombre sabio en teología es semejante a la estrella de la mañana que irradia luz en medio de las nieblas, ilumina a su patria con el esplendor de los santos y apacigua las discordias, tú no sólo has descuidado ese deber sino que, según las afirmaciones de personas dignas de crédito, o; causa de tus maquinaciones has hecho que el río de las enseñanzas de las bellas letras que, por la gracia del Espíritu Santo, riega y fecunda el paraíso de la Iglesia Universal, se haya salido de su lecho, es decir, de la ciudad de París, donde corría vigorosamente hasta entonces. En consecuencia, dividido en muchos lugares, quedó reducido a la nada, así como un río salido de su lecho forma innumerables arroyos que luego se secan”.
En Oxford es también un legado de Inocencio III, el cardenal Nicolás de Tusculum, quien procura a la universidad los comienzos de su independencia. Contra Enrique II, Inocencio IV coloca la universidad “bajo la protección de san Pedro y el Papa” y encarga a los obispos de Londres y de Salisbury que la protejan contra las empresas reales.
En Bolonia es Honorio III quien coloca a la cabeza de la universidad al arcediano que la defiende contra la comuna. La universidad se emancipa definitivamente cuando en 1278 la ciudad reconoce al Papa como señor de Bolonia.
A fines del siglo el dominico Tomás de Irlanda escribe: “La ciudad de París es como Atenas, está dividida en tres partes: una es la de los mercaderes, de los artesanos y del pueblo que se llama la gran ciudad; otra es la de los nobles donde se encuentra la corte del rey y la iglesia catedral y que se llama la Cité; la tercera es la de los estudiantes y de los colegios que se llama la universidad”.
Jacques Le Goff (1924-2014), historiador medievalista y escritor francés, especializado en los siglos XII y XIII. Fue docente en la Escuela Normal Superior de París. Fragmento del libro: “Los intelectuales en la Edad Media”.
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