Esta vez no nos vamos a referir a un tema cultural artístico (música, danza, literatura, plástica, audiovisual, teatro). Esta vez vamos a referirnos a temas que mucha gente ubica en otras áreas, pero que sí tienen que ver con la cultura, pero en su sentido antropológico. Para analizar las relaciones conceptuales entre cultura, naturaleza y medioambiente, cambio climático y desarrollo sostenible nos entrevistamos con Mario Pareja.
Mario es un profesional formado en las ciencias, naturales y experimentales, ingeniero agrónomo por la Facultad de Agronomía, tiene dos posgrados, M.Sc., en Ecología (Botánica) y Ph.D. en Fisiología de Cultivos (Agronomía), ambos de Iowa State University, de Estados Unidos. Se ha especializado en formulación, seguimiento, evaluación y gestión de organizaciones, programas y proyectos. En su trabajo como agrónomo ha integrado el enfoque social de pobreza y vulnerabilidad utilizando la metodología de “seguridad de los medios de vida” (“livelihood security”). Se retiró después de más de 50 años de trabajar en cuatro continentes como investigador y docente con la industria, universidades y centros internacionales. También trabajó para un gobierno departamental del Uruguay, una institución de cooperación agrícola (IICA) y una ONG humanitaria (CARE). Mario se ha reinventado varias veces. Cuando percibió que su trabajo de investigación quedaba confinado a bibliotecas sin llegar a los que realmente necesitaban apoyo se unió a una ONG humanitaria y de desarrollo en donde trabajó con pequeños agricultores de América Latina, África y Asia en programas de desarrollo socioeconómico, respuestas a emergencias y rehabilitación después de desastres. En esta ONG inició un programa de “medioambiente en desastres” y realizó mapas de pobreza y vulnerabilidad para cinco países de África del este. También trabajó en seguridad alimentaria en campos de refugiados ruandeses en Tanzania. Desde su retiro profesional, hace más de 10 años, Mario trabaja en gestión cultural haciendo extensión y educación artística en la periferia del Área Metropolitana de Montevideo.
¿Cómo definirías la cultura según el concepto antropológico moderno?
La pregunta me recuerda que el significado de una palabra es el resultado de las bocas en las que ha estado anteriormente. Cultura es un ejemplo. En 1952, dos antropólogos estadounidenses listaron 164 definiciones de cultura. La concepción más aceptada de cultura es hoy la antropológica. Pero vamos a lo básico y visitemos el diccionario de la RAE. Ahí se dice que cultura es “el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Para la RAE cultura es algo que se adquiere como el conocimiento y es sinónimo de “educación” y “sabiduría”. Esta definición es muy cercana a la que limita cultura a las artes y letras. Para Squirrú, esto es considerar a la cultura como “un bien de lujo, un bien suntuario, algo así como bombones en una canasta familiar”. Etimológicamente, “cultura proviene del latín cultura, su significado está emparentado con el cultivo de la tierra, con la agricultura, su concepto proviene de la naturaleza” (Urbanavicius, 2023).
Para Gonzalo Carámbula, “la cultura tiene que ver con cómo vive, piensa, hace, sueña y comunica una comunidad y su relación con otras, desde la organización de sus instituciones hasta las relaciones humanas con la naturaleza”. Unesco define a la cultura como el “conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social”. O sea que, antropológicamente, “cultura abarca todas las acciones humanas”, incluyendo idioma, conocimientos, actitudes, costumbres, creencias y prácticas.
¿Qué relación hay entre cultura y cambio climático?
Esta pregunta es muy interesante porque nos hace visualizar y pensar en la relación bidireccional general entre la cultura, en su concepto antropológico, y el ambiente. Hay efectos del cambio climático (CC) sobre la sociedad y, viceversa, del hombre sobre el ambiente y el CC en particular.
El CC, al igual que las guerras, amenaza y pone en riesgo el patrimonio cultural, los recursos naturales y, lo que es aún más trágico, muchos modos de vida. El Centro del Patrimonio Mundial de Unesco estima que el CC amenaza la mayoría de los sitios patrimoniales del mundo poniendo en riesgo el patrimonio material e inmaterial. Amenaza “prácticas del patrimonio cultural inmaterial como tradiciones orales, rituales, celebraciones, artesanía tradicional e interacciones y relaciones de la sociedad con la naturaleza, como prácticas de producción agropecuaria”. Los desastres naturales y eventos climáticos extremos afectan sobre todo a las comunidades que tienen “una conexión cultural significativa con la tierra, el mar, los recursos naturales y los ecosistemas, como los pueblos indígenas, la población rural o los pescadores”. Estos eventos obligan a comunidades y pueblos enteros a migrar, lo cual, además de tener efectos económicos, “provoca estrés emocional y afecta la cultura y modos de vida de las comunidades”. En suma, el CC genera no solo injusticias ambientales sino también sociales.
A la inversa, la cultura determina los efectos antropogénicos sobre el CC. Las dos modalidades de respuestas humanas al CC son la mitigación –disminución de sus impactos– y la adaptación y adecuación a ellos. Por un lado, la cultura determina los estilos de vida, consumo y modos de producción y reproducción de la humanidad. Por lo tanto, es la responsable del tipo y cantidad de gases de efecto invernadero que se generan y contribuyen al CC. La adaptación al CC está también determinada por la cultura ya que implica que las comunidades tienen que evaluar riesgos y elaborar respuestas, variables del comportamiento cultural.
¿De dónde viene tu interés por estos temas y cómo te especializaste en ellos?
Los antecedentes son estructurales y coyunturales. Por un lado, mi educación ha sido en ciencias; provengo de ellas. Durante años estudié –cinco años de licenciatura, dos de maestreado y cuatro de doctorado– y lidié con química, bioquímica, fisiología vegetal, ecología y agronomía. Pero en paralelo, me crie en un medio en donde la cultura era parte de la vida diaria. Padres muy lectores y amantes de la música, un padre médico, una hermana pianista –concertista y profesora– y un tío artista, pintor y pedagogo. La música, la literatura y el arte me han acompañado siempre. Ciencia y cultura coincidían en mí o yo coincidí con ellas. Mi vida de errante por el mundo, residiendo en siete y trabajando en más de 30 países de cuatro continentes, me hizo convivir con diversas culturas, religiones, idiomas y costumbres. Algo muy enriquecedor y que te abre la cabeza.
Lo coyuntura fue serendipia. Desde mi retiro profesional estoy inserto en la cultura trabajando para el Centro Cultural Miguel Ángel Pareja, en Las Piedras. Me interesa un amplio menú de temas culturales. Desde el año pasado he tomado varios cursos sobre temas culturales. Uno de ellos, muy recomendable, fue el de CTC-Claeh sobre Patrimonio y Comunicación. Con él me metí en temas patrimoniales y, entre otras cosas, me crucé con un proyecto en ejecución en Canelones llamado Marcas Patrimoniales. Identifiqué y contacté a los ejecutores, el director de Patrimonio de Canelones, y el alcalde de una de las localidades piloto, Los Cerrillos. Cuando conocí el proyecto me pareció muy innovador no solo por su fin, salvaguardar valores patrimoniales, sino principalmente por la metodología participativa para identificar y poner en valor el patrimonio, tareas a cargo de propia comunidad. Comencé a pensar en la integración de los dos patrimonios, el cultural y el natural. Escribimos un artículo, inmediatamente aceptado, para un número especial de la editorial argentina Revista Gestión Cultural. El artículo, titulado “Cultura y ambiente: el patrimonio paisajístico territorial gestionado por la comunidad”, fue publicado en enero y es un ensayo basado en el proyecto Marcas Patrimoniales integrando cultura y ambiente.
Concuerdo con Marie Orensanz –artista francoargentina– que “El arte y la ciencia son las aventuras del pensamiento”, los dos grandes motores de la cultura, fuentes de creatividad y marcadores identitarios de la sociedad. Recordemos que arte y ciencia han estado en histórico divorcio; “ciencias humanas” –culturales, sociales y artísticas— por un lado, y las “naturales y experimentales” –química, física, biología, ecología—por otro. “En Occidente, el Renacimiento inició una era de especialización y compartimentación del conocimiento humano. Las ciencias se agruparon como un conjunto de procesos y visiones del mundo y el arte se movió en su propia dirección, ignorando en gran medida las agendas de la ciencia”. Charles Snow decía que había “dos culturas” con lenguajes y visiones del mundo diferentes. “Se trata de dos grupos polarmente antitéticos: los intelectuales literarios en un polo y, en el otro, los científicos”. Recién en el siglo XX “la teoría crítica deconstruye vacas sagradas, como las pretensiones privilegiadas de la ciencia a la verdad y la objetividad, y las pretensiones del arte a una sensibilidad especial”. Con ella se inicia la reconciliación, aún en proceso, entre las artes sociales y humanísticas y las ciencias naturales y experimentales acercando “la objetividad a la sensibilidad”. Y en eso estoy, intentando construir puentes que unan ciencia y cultura, objetividad y sensibilidad, pensamiento lineal y lógico con pensamiento divergente. Entusiasma encontrar seres diferentes que suman a esos puentes, como Leonel Gómez, que expuso en agosto en el Centro Cultural Miguel Ángel Pareja, médico neurocientífico y artista plástico, o los médicos que han conformado la Sociedad Uruguaya de Médicos y Artistas (Sumart).
Cuando decimos: “es un tema cultural” ¿a qué nos referimos?
Veamos otro enunciado de la definición antropológica. La cultura es un constructo social comprensivo: “todo es cultura: salud, vivienda, trabajo, educación, economía, seguridad, ambiente; todo se incluye en la visión antropológica”. ¿Cómo lo aplico a mis experiencias internacionales? Esta es una pregunta difícil de responder porque, al haber vivido en 7 países y trabajado en 32, estoy tentado a decir que esos “rasgos distintivos, espirituales y materiales” los he experimentado en mi vida todo el tiempo. Rescato lo que ello me ha ayudado a comprender, más que tolerar, “al otro”, al aparentemente “diferente”, por origen étnico, color de piel, religión, hábitos de vida, costumbres, ideología, o lo que sea. Valoro también el haber “aprendido a aprender” de todas las experiencias de vida y de todos. Poder conversar una noche alrededor de una fogata con un jefe de tribu en Sud África y que te diga algo tan sabio que nunca he olvidado, como “no es que unos sepan más que otros, es que todos sabemos distinto”. O, si bien con años de educación agronómica, haber aprendido de campesinos iletrados de Meso América, sobre cómo proteger los cultivos de las plagas utilizando prácticas agronómicas ancestrales.
La Agenda 2030 no tiene un objetivo específico para la cultura, pero “ella está presente de manera transversal en metas relacionadas con la educación, el logro de ciudades sostenibles, la seguridad alimentaria, el crecimiento económico, las pautas de consumo y producción sostenibles, la promoción de sociedades inclusivas y pacíficas y la protección del medio ambiente. Eso fue en el 2015 ¿Se está cumpliendo?
En los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 hay solo referencias generales a la cultura, pero, que yo recuerde, la única explícita es: “Nos comprometemos a fomentar el entendimiento entre distintas culturas, la tolerancia, el respeto mutuo y los valores éticos de la ciudadanía mundial y la responsabilidad compartida. Reconocemos la diversidad natural y cultural del mundo, y también que todas las culturas y civilizaciones puedan contribuir al desarrollo sostenible y desempeñen un papel crucial en su facilitación”.
¿Hemos avanzado? Repasemos los titulares de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): 1) Pobreza, 2) Hambre; 3) Salud; 4) Educación; 5) Género; 6) Agua y saneamiento; 7) Energía; 8) Trabajo y crecimiento económico; 9) Industria; 10) Desigualdad; 11) Ciudades; 12) Producción y consumo; 13) Clima; 14) Vida submarina; 15) Ecosistemas terrestres; 16) Paz y justicia; 17) Alianzas. Desde el punto de vista de la paz, las confrontaciones culturales y algunas de ellas religiosas, están culminando en guerras. El estado global de la educación muestra niveles de analfabetismo todavía muy elevados en muchos países. La seguridad alimentaria es aún deficitaria con miles de personas que no tienen la alimentación adecuada. El ambiente está aún amenazado por modelos de desarrollo no sostenibles y por el CC. Los derechos humanos están siendo ignorados a nivel global.
Obvio que la respuesta es NO. No ha habido muchos avances. Pero ¿esto tiene relación con la cultura? Creo que sí. Escasean muchos valores como “tolerancia”, “respeto mutuo”, “sensibilidad” y “solidaridad”. Pero hay algo que preocupa tanto o más que los imitados avances en los ODS y es su olvido. Este año hay elecciones en más de 70 países, entre ellos Uruguay y EUA. En muy pocas plataformas electorales se mencionan a los ODS. Los ODS mencionados son solo hambre, pobreza y educación. No obstante, hay que reconocer que se ha avanzado en algunos temas. A nivel mundial, hay una mayor conciencia de la importancia y la transversalidad de la cultura en su relación con el ambiente, el desarrollo sostenible y el CC. Algunos avances en los países desarrollados son notorios. Un ejemplo es la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS) que impulsa la integración de la cultura en los ODS. REDS ha creado un repositorio de casos inspiradores de aportes culturales a la AGENDA 2030, en donde tenemos el privilegio de ver incluido el Proyecto Marcas Culturales de Canelones. REDS también ha generado pautas de cómo el sector cultural puede contribuir a la protección ambiental. En los países en desarrollo también hay una mayor atención a estos temas como es el caso de la convocatoria “Cultura, medio ambiente y CC: aproximaciones desde la gestión cultural” de la editorial cultural argentina. En Uruguay, la creación del Ministerio del Ambiente, los intentos de normar la gestión ambiental y las movilizaciones de la sociedad civil en defensa del ambiente son indicadores de avances. Hay mucho camino aún por recorrer, pero se está avanzando.
Un vínculo del cambio climático con la cultura se evidencia en su impacto sobre los grupos humanos. Eventos climáticos extremos y desastres naturales desplazan comunidades y pueblos enteros. ¿Qué experiencia has tenido o conocido en tu actividad?
Con CARE trabajé con campesinos, principalmente en Centro América, Perú, Bolivia y África, con medios de vida diezmados por prolongadas o recurrentes sequias. Muchas comunidades son obligadas a migrar buscando mejores condiciones climáticas para sus cultivos, pero sus medios de vida se deterioran al volverse colonos en territorios que no están preparados para recibirlos por carecer de los servicios esenciales. En Tanzania y Uganda realizamos estudios en los cuales caracterizábamos las condiciones de vida familiar intentando diagnosticar los factores limitantes de la seguridad de los medios de vida para luego identificar qué intervenciones eran necesarias. Más que injusticias ambientales, el CC genera injusticias sociales.
¿A qué se refiere Néstor García Canclini cuando define la cultura como “el conjunto de procesos donde se elabora la significación de las estructuras sociales, se la reproduce y transforma mediante operaciones simbólicas”?
Su concepción es que “La cultura no solo representa la sociedad; también cumple la función de reelaborar las estructuras sociales e imaginar nuevas”. Es difícil demostrar la causalidad entre la acción cultural y su impacto social, peroes factible revelar cómo ella contribuye a crear dicho impacto, aunque no necesariamente lo provoque. La cultura promueve la educación, la paz y la no violencia, nos hace valorar la diversidad, más sensibles, reflexivos y contribuye a la cohesión social y la solidaridad entre generaciones.
¿Qué sigue a la Agenda 21 de la Cultura?
Para responder a esta pregunta quisiera redondear mi concepción sobre las relaciones de la cultura con el medio ambiente. Dar una mirada comprensiva a la salvaguarda ambiental, el desarrollo sostenible y el CC y sus relaciones con el ecosistema cultural.
Para avanzar hacia un mundo mejor es necesario unificar conceptos y acciones de las gestiones cultural y ambiental. El patrimonio cultural, que en un sentido amplio incluye lo natural, es un constructo social de lo que socialmente se considera digno de conservación, el legado cultural y natural de la sociedad. Debemos demostrar la relación entre cultura y naturaleza y generar un nuevo marco de actuación pública en donde el “patrimonio paisajístico territorial” sea la idea-fuerza para la ordenación territorial. El sustrato es la naturaleza, el agente transformador es la cultura, y el resultado es el paisaje territorial.
La cultura no debería ser solo el cuarto pilar sino el central del desarrollo sostenible. Ella garantiza la preservación de identidades, la gobernabilidad, la cohesión social y territorial, la creatividad, la defensa del medio ambiente y la sostenibilidad del desarrollo. La cultura es el medio para difundir el mensaje de la sostenibilidad.
Para lograrlo hay que establecer el diálogo entre gestores culturales y ambientales. Por un lado, los individuos agentes culturales –arqueólogos/as, etnólogos, antropólogos, historiadores/as del arte— y las instituciones –ministerios de cultura, facultades de arte y humanidades–, y por otro, los individuos agentes del medio ambiental –agrónomos/as, biólogos/as, ingenieros/as, ambientalistas— y las instituciones –ministerios de ambiente, recursos naturales, agricultura y ganadería, facultades de ciencias— debemos aproximarnos y trabajar de manera coordinada bajo conceptos y criterios semejantes. Necesitamos políticas públicas culturales que promuevan la salvaguarda del patrimonio paisaje y territorio integrando cultura y ambiente. El patrimonio, cultural y natural, es la memoria viva de la cultura del pueblo y el nexo entre el Hombre y su ambiente. Las comunidades, como tutoras del paisaje territorial, deben ser quienes identifican, ponen en valor y gestionan su patrimonio.
En 1973, Barry Commoner estableció las 4 leyes de la ecología y una de ellas es que “todo está relacionado con todo”. Su legado fue la ecología vinculante, una herramienta científica para demostrar que la contaminación ambiental, la desigualdad social, las guerras políticas y la economía del exceso deberían abordarse y entenderse como partes interrelacionadas de un problema central y global. Era un llamado a que, en conjunto y coordinadamente, los varios niveles de gobierno –global, nacional, departamental, municipal–, el sector privado y la sociedad civil previnieran una inminente crisis ambiental. Un llamado a la cultura que ya ha cumplido más años que la agenda 2030.
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