Con el tiempo es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil.
Thomas Mann
La realidad de la mentira ha sido constante desde los albores de nuestra cultura milenaria y a ella le han dedicado sus reflexiones pensadores, filósofos y moralistas.
Desde siempre ha tenido mala fama el mentiroso y las mentes sencillas han sabido expresarlo a través de numerosos refranes y sentencias. Antes de esta era posmoderna, tanto en la educación escolar como hogareña, se le daba una importancia especial a no mentir y se descalificaba especialmente al chico mentiroso. Asimismo, en el ámbito bíblico, el tema adquiere tal seriedad que al Maligno se lo define como “el Padre de la mentira” (J 8:34) que “se disfraza como ángel de luz” (Cor. 11:14).
Definida de una forma sencilla, la mentira consiste en afirmar algo que no responde a la realidad, o atribuirle un sentido que no tiene. Por ejemplo: declarar que tal dinero se destinó a una ayuda social, cuando sé lo usó para pagar coimas a intermediarios.
El que miente quiere, para conseguir sus fines, que las cosas sean como no son. Aunque muchas veces pertenece al mundo de la vida cotidiana, la mentira, en cuanto negación de la realidad o querer hacer valioso lo que no lo es, implica una cierta patología mental. Como irrealidad, todo lo que se sostenga sobre ella está destinado al fracaso. La fantasía, en cuanto simulación, falsa e inauténtica, es inconsistente y no tiene futuro. Por otro lado, no deja de acarrear inconvenientes para el mentiroso mismo. Porque “el castigo es que luego no le creen, aunque diga la verdad” (Aristóteles). Si bien se busca “aprovechar la ocasión”, no se puede esperar nada positivo. Es una torpe debilidad, porque para sostener una mentira debe enredarse en inventar otras más.
Discordancia entre lo que se sabe y lo que se dice, incoherencia que perturba el orden del psiquismo interno del que miente, además de una falta ética, crea un conflicto entre el conocimiento y la expresión y se perturba el limpio contacto con la realidad. Es un signo de egocentrismo, porque significa optar por el propio interés. En síntesis: la verdad es realidad y la mentira es irrealidad. La mentira es un mecanismo psicológico altamente improductivo que termina dañando a su propio autor. Además, es patológica. Por ejemplo, la hipocresía del mentiroso compulsivo que, para encubrir rasgos de sí mismo y de su vida que no quiere aceptar, miente tan repetidamente que termina creyendo su propia mentira. Damos por sentado que en las raíces de toda mentira está el miedo a la realidad. De otro modo, ¿cómo explicarnos el apelar a un mecanismo tan lamentable?
Serán como dioses
Lo más frecuente es la utilización de la mentira para defenderse a sí mismo (por ejemplo, de una acusación) o algo que se desea proteger (una ideología, un hecho histórico). También se la usa para atacar a otro a través del engaño.
Hay dos tipos de lenguajes en la comunicación humana: el verbal y el preverbal. El primero es el que todos conocemos, el uso de palabras. El otro es el lenguaje corporal, con mensajes a través de las posiciones del cuerpo, los gestos, los tonos de voz. Este lenguaje tiene una importancia fundamental en la comunicación porque es inevitable, habitualmente inconsciente, pero con una fuerza sugestiva que produce un profundo efecto en el sujeto receptor del mensaje. Y acompañado con imágenes de la fantasía, metáforas y símbolos, verdades a medias, insinuaciones y sugerencias, se puede perturbar el funcionamiento racional de la víctima y hacer bajar sus defensas.
La metáfora simbólica del Paraíso resulta una muestra magistral de lo que decimos, y en su brevedad condensa, como un cuadro acabado, la psicología del engaño. Adquiere particular relieve y merece nuestra atención, porque se ubica ya en las páginas iniciales de la Biblia y aparece como la primera acción del hombre en la historia. “La serpiente dijo a la mujer: ‘¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?’. La mujer le respondió: ‘Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. pero respecto del árbol que está en el medio, Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte’. La serpiente dijo a la mujer: ‘No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como Dioses, conocedores del bien y del mal’” (Gen. 1-5).
Psicología del autoengaño
Hemos hablado de mentira cuando una persona busca al engañar al otro. Pero existe también el caso del autoengaño, cuando la persona se expresa sin ser del todo consciente de que la realidad no es realmente así. Puede ver cómo son las cosas, pero utiliza mecanismos psicológicos para “no saber”, se resiste a enterarse, y así no resulta claramente sabedor de su distorsión. Sabe y no sabe. Hay una fuerte tendencias a “no querer ver”.
Es un hecho que estamos rodeados de autoengaños. ¿Cómo puede el hombre mentirse a sí mismo? Aristóteles dice que el hombre es un animal racional, pero no dice que siempre actúe racionalmente. A veces las pasiones oscurecen la razón, a veces las fuerzas inconscientes son más fuertes que las conscientes. ¿Cómo se puede elegir lo perjudicial? Porque en ese momento se ve lo que hará mal, no como tal sino como un bien, por lo atractivo; y a la otra opción como un mal, por no atractivo. Ve con los sentidos y no con la razón. Piensa con los ojos y no con el cerebro. Se buscan subterfugios o pretextos y con ellos se logra distorsionar u opacar la verdad para sí. ¡Acá nuevamente nos encontramos con la negación de la realidad! Además, suele estar presente la racionalización, el mecanismo de justificación de una conducta con argumentos “razonables” (socialmente aceptables) cuando en realidad hay otras motivaciones que se ocultan. Por ejemplo: “Perdí los apuntes y no me pude presentar” (le tenía miedo al examen). A veces el autoengaño envenena nuestra esfera moral. Agustín de Hipona lo sintetizó con aquel texto: “Hiciste mal”, nos dice la conciencia. “No, no lo hiciste”, dice la voluntad. Y la conciencia cede y la memoria trata de distraerse y olvidar. En conclusión: no se puede ignorar que no hay hipnosis que no sea autohipnosis. Y que no puede tener vigencia un autoritarismo si no ha logrado el autoengaño de la población. Por algo decía el nazismo: miente y miente mil veces, que algo queda.
Maestros de la sugestión
En el terreno psicológico, la manipulación del otro usado como objeto y típico instrumento del engaño es una conducta psicopática. Circunstancialmente se pueden dar en cualquier cuadro psicológico y en cualquier persona, pero ocupan el papel esencial en lo que llamamos psicopatías. La personalidad psicopática carece de sentido ético y no es capaz de distinguir lo lícito de lo ilícito y es un maestro en el uso de los ardides para lograr sus propósitos. Su comunicación verbal, notablemente hábil, viene acompañada de una cantidad de sutilezas preverbales (gestos, tonos de voz, suspensos) para encontrar los puntos débiles del otro. Allí están presentes la sugestión, la ambigüedad, la seducción, la verdad a medias, y de ese modo se despotencia la capacidad de defensa del otro, que queda a merced del victimario. La expresión con que buscan esclavizar y que sirve para un diagnóstico concluyente es la de “no te das cuenta de que te estás volviendo loca”. Y el factor sorpresa es su arma predilecta. A la vez que una absoluta carencia afectiva, incapaz de fraternidad, compasión o ternura, suelen poseer una notable inteligencia, por lo cual, con frecuencia arriban a altas posiciones sociales y a funciones de mando. Lo que los hace más temibles es su capacidad de intuir las necesidades del otro, que les permite acertar en sus ardides y lograr sus fines. Los grandes dictadores de la historia han sido personalidades psicopáticas.
La sana contracara de la mentira, del engaño y del autoengaño es la sinceridad. Su valor, tanto de la vida diaria como de la vida pública, se juega en ese terreno, porque todo vínculo interpersonal supone al menos un mínimo de sinceridad. Sólo nos bastaría encontrar sinceridad en una persona para considerarla mental y moralmente sana. De ahí que la mayor parte de las psicoterapias, cualquiera sea su método, tengan por objeto central el “darse cuenta”, que el paciente “despierte” de sus autoengaños inconscientes. Así es bueno saber que una de las formas de adquirir sinceridad es “saber escuchar”, porque los demás nos dicen lo que nuestro inconsciente oculta. No podemos tener una sociedad feliz con una vida pública llena de mentiras, simulaciones y engaños. Pero hoy en el mundo tenemos gobiernos enteros presos del autoengaño, si no del engaño consciente, y multitudes guiadas por ellos. Nos cuesta entender que, sin sinceridad, una vida social sana no es posible. Seguimos anhelando un “pacto moral” que indudablemente es necesario.
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