Eutanasia significa “intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura” y “muerte sin sufrimiento físico” (DRAE). Pese a que estas definiciones parecen deseables, puede que no sea tan así.
Ante nada, es aconsejable preguntarse si cualquier acto que implique la muerte adrede de un ser humano puede ser algo bueno, y si de verdad existe la “muerte sin sufrimiento físico”. Sin embargo, el tema de la eutanasia ha dado lugar a largas discusiones y votaciones en muchísimos países del mundo, y Uruguay no fue la excepción. El 11 de marzo de 2020, el senador del Partido Colorado Ope Pasquet presentó un proyecto de ley a fin de legalizar la eutanasia y el suicidio asistido. En junio del mismo año fueron publicados los resultados de las encuestas realizadas por Equipos Consultores a pedido del SMU, en donde se vio que el 82% de los mayores de 18 años está a favor de la eutanasia, y un 62% de acuerdo con el suicidio asistido. Hubo agrupaciones que se opusieron, como la del diputado Rodrigo Goñi del Partido Nacional, quien afirmó: “Lo que hace la ley de eutanasia es decirle a alguien que está en cama ‘¿Por qué no te mueres?’ Y la gran cuestión es decirle eso o cuidarlo hasta el final”.
Todo esto y mucho más podría distraer nuestra atención hacia rumbos que no deseamos, porque la esencia no es discutir políticamente si hay que matar a alguien o ayudarlo a que se mate, sino cuál es la verdadera ética de hacerlo o de no hacerlo. Nuevamente estamos ante una cuestión de la verdad contra la cultura del descarte.
La aprobación de la eutanasia, del aborto, del suicidio asistido y de tantos temas más son falacias, es decir, afirmaciones que pasan como verdades pero que no lo son. Y no lo son porque pretendiendo ser algo bueno, son algo malo, y están mal ya que van contra el valor en sí mismo de la vida y contra la dignidad de la condición humana. La mayoría hemos tenido a familiares y a seres queridos en situación terminal, y sabemos, porque lo sabemos, que de haberles preguntado a ellos en ese momento, en el momento de estar a la puerta de fallecer, nos hubieran rogado: “¡Cúrenme, pero no me maten!” y “¡Ayúdenme a sufrir lo menos posible, pero no me maten!”. La esencia del ser humano es básicamente la esperanza, o sea el esperar algo más, un poco más, antes de llegar a la muerte.
Cuando el pueblo opina mediante encuestadoras, está opinando gente que no se halla en la mencionada situación límite, o que sí la ha conocido a través de allegados y que ahora se atreven a hablar por ellos. Pero no son ellos.
Los cuidados paliativos existen, y hoy en día están al alcance de todos, como lo estuvieron siempre. La mayoría hemos visto fallecer a personas cercanas bajo cuidados paliativos, haya sido en instalaciones sanitarias o en nuestro propio hogar. Porque, ciertamente, cuando la caridad era un valor fuertemente respetado, era la familia quien se colocaba sobre sus hombros dar cariño y dedicación a ese enfermo incurable. Sí, eso existió, y fue en el nombre del amor.
Los intereses económicos de los llamados “sistemas de salud” son los que más defienden a la eutanasia y demás recursos para acabar con la vida de alguien por una sencilla razón: ahorran mucho dinero no cuidando y no proporcionando personal ni medicamentos apropiados para el moribundo. Esta mentalidad materialista también está incrustada en muchos núcleos familiares, en donde sus integrantes se auto convencen de que lo mejor es acabar con esa vida a veces hasta por propia mano.
Estos cuadros esconden la gran atrocidad del homicidio, la contrariedad del “No matarás”, que independientemente de su contexto bíblico es un valor de por sí ya que intenta evitar que una persona –engañada, falsamente convencida o consciente de su actuar– se convierta en un asesino. O sea que el no a la eutanasia debería ser apreciado como un bien de doble sentido: uno que respeta el fin natural de la vida humana, cuidada y dignificada, y otro que guía la conducta de las personas para que no se transformen en homicidas.
Estas expresiones son claras y no se manejan así habitualmente en los ambientes médicos o familiares; tal vez esa resistencia a que se expresen con nitidez forma parte de una consciencia avergonzada, o sabiéndose cómplice de algo negativo, oculta acerca de lo que se pretende hacer o se hizo.
Todo ser viviente cumple un ciclo natural: nacer, vivir y morir. Así ha sido hecho naturalmente, se trate de un animalito insignificante, de un vegetal por quien nadie se interesa o de un ser humano con todas sus complejidades.
¿Por qué ir contra esa dinámica que fluye espontáneamente para interceptarla, interviniendo en ella de manera grotesca, creyendo que hacemos caridad?
¿Jugamos a que somos dioses?
*Psicóloga
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