Un conocido de Nápoles me escribió para preguntarme si en Argentina se vive bien y si la vida es barata, por lo menos para un europeo que tiene euros. Naturalmente, eso me hizo pensar qué razones podía tener para estar interesado, y es lo que voy a explicar más adelante. Otro amigo de Roma me preguntó personalmente, como al pasar y en tono divertido, si en Argentina hay buenos lugares para poner en marcha un negocio. Ambos hablaban en broma, pero eso no es lo que importa.
En Bélgica, un país al que han ido a trabajar muchos italianos después de la Segunda Guerra Mundial, el papa dijo: “Estamos cerca de una guerra casi mundial”. Hace cinco años hablaba de una guerra mundial “en pedazos”, pero ahora ha pasado a ser “casi mundial”.
En los tiempos no tan lejanos de la covid-19 hubo personas –en Europa y en Estados Unidos– que abandonaron las grandes ciudades y se fueron a vivir a lugares más apartados. De esa manera pensaban escapar del flagelo del virus, que era especialmente virulento en aquellos lugares donde su humus estaba más concentrado. Algunos tenían una casa en el campo y la usaron para vivir, otros compraron una y la acondicionaron, otros se mudaron a pueblos pequeños o pequeñas localidades, o enviaron allí a la familia, e incluso hubo personas que compraron propiedades para vivir y trasladaron lo que necesitaban para continuar con sus negocios.
La covid ha terminado –al menos por ahora y tal como lo conocemos– y algunos de los que habían puesto distancia con el virus volvieron a su lugar de origen, la ciudad, pero manteniendo un pie en las afueras, porque nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro. Les resulta relativamente fácil y económico desplazarse de un lugar a otro, ya que las distancias en Italia son cortas en comparación con las de América del Sur. El objetivo era transitar indemnes una pandemia que tarde o temprano remitiría, pero cuyo principal epicentro eran las grandes concentraciones humanas. Pero si la guerra a la que los europeos asisten en su continente se convierte en global y nuclear, desplazarse unas pocas decenas o cientos de kilómetros ya no será suficiente. Pasar de Barcelona a Salamanca o de Milán a Bari no alcanza para evitar las partículas radiactivas o las bacterias dispersas en la atmósfera. La seguridad –incluso relativa– solo se puede encontrar en otro continente. ¿Y qué otro continente le resulta más familiar a un español, un italiano o un libanés que América Latina? ¿Y en América Latina, Argentina o Uruguay?
La última vez que estuve en Italia expuse estas observaciones a un grupo de amigos con los que estaba cenando. También mencioné la posibilidad, y no es ciencia ficción, de que volviera a producirse una nueva emigración europea hacia América del Sur. Una emigración diferente a la del pasado, esta vez rica, o por lo menos de buen pasar, porque trasladarse de un continente a otro requiere dinero. La seguridad, ahora, se paga cara y hay quienes están dispuestos a hacerlo. La reacción de la mesa de compatriotas ante el audaz razonamiento fue de sorpresa al principio, y después empezaron los comentarios divertidos, pero no lo suficiente como para impedir que regresaran pensativos a su casa.
Los argentinos a los que enseño en un barrio pobre de Buenos Aires escucharon este mismo razonamiento con mucha atención. Algunos eran hijos o descendientes de inmigrantes –italianos, españoles o árabes– y tienen idea de lo que significa emigrar. Hicieron preguntas, todas orientadas a comprender la verosimilitud de lo que estaban escuchado. Después también hubo bromas, como “los estamos esperando”, “que vengan y serán bien recibidos”, “necesitamos euros”, “les alquilo mi rancho”. Pero era evidente que la cosa no les parecía totalmente improbable.
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