En 1776 Adam Smith publicó su Investigación de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, considerada la obra que lanzó al mundo el tema de la economía como disciplina académica. Un cuarto de milenio después, el tema sigue suscitando un interés universal, como lo demuestra la decisión de anteayer de la Real Academia Sueca de Ciencias de otorgar su premio Nobel a tres distinguidos economistas que buscan explicar el éxito y fracaso económico de los países en función de su institucionalidad.
Se trata de Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson, cuyo estilo analítico se hace más amigable al típico lector por su enfoque histórico, aunque no por ello dejan de utilizarse las técnicas estadísticas del género para respaldar sus argumentaciones. Libros como Poder y progreso (Acemoglu y Johnson) y El corredor angosto: Estado, sociedad y el destino de la libertad” (Acemoglu y Robinson) resultan de placentera lectura aun al no iniciado en las ciencias de la economía.
La institucionalidad
Cuando se habla de instituciones, la imaginación visualiza grandes y sobrios edificios que albergan funcionarios cuyo cometido está determinado en detalle por procedimientos complejos. Pero en el vocabulario de los autores se trata de algo más simple: de cómo hacer las cosas o cómo nos organizamos.
Para ello es indispensable un paso anterior: ¿Qué es lo que buscamos? Para los europeos contemporáneos de Smith no era lo mismo establecer una colonia en el nuevo mundo para alejarse del yugo feudal, que establecer una cabecera de playa para comerciar con una civilización ya constituida o iniciar una invasión para apoderarse de fuentes de riqueza extractiva.
Las instituciones se establecían según los propósitos y en general estos no eran precisamente loables. Las instituciones creadas lo fueron según sus designios, resultando en debilidades a la hora de proteger derechos y en políticas de explotación que en nada estimulaban el crecimiento. Salvo contadas excepciones, la colonización presentaba una institucionalidad para la metrópolis y otra –más débil– para la periferia, notándose la discriminación en temas como el acceso a empleos oficiales, los niveles impositivos, la elección de puestos públicos y la creación de leyes.
El misterio uruguayo
¿Son aplicables estas observaciones al Uruguay o están dirigidas a países en situaciones más comprometidas? Algunas sí y otras no, parecería ser la respuesta.
Nuestro país lleva dos siglos de institucionalidad propia, reflejada en unas veinte mil leyes promulgadas (según la numeración de la más reciente). En promedio, una ley hábil cada día hábil de nuestra existencia independiente, pero probablemente con tendencia a intensificarse en tiempos menos lejanos. Evidentemente el acto de legislar en sí mismo no es la fuente de prosperidad. La cantidad no importa tanto como el contenido. Nos jactamos de nuestra estabilidad institucional en comparación a la región (y aun al resto del mundo), pero ella no parece ayudarnos a la hora de crecer y mejor los niveles de vida de nuestra población. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Seguimos prisioneros de un modelo que debió haberse abandonado décadas atrás?
Quizás el contenido de la legislación dé una pista, con la adjudicación de rentas, privilegios y beneficios mimetizada en algún inciso de un antiguo presupuesto. Ello podría explicar por qué –luego de estar en los top ten del PBI per cápita al cabo de la guerra de las Coreas –hoy nuestra posición es número la 59, representando el 28% del promedio de sus actuales integrantes.
Está claro también que la democracia –por sí sola– no es suficiente para el despegue económico. Ayuda, sin duda, pero no alcanza. Uruguay no logra escapar su rol de proveedor de materias primas (carnes, cultivos y celulosa) sin poder aumentar el valor agregado de su producción.
¿Será que a pesar de toda nuestra institucionalidad formal no hemos podido dejar atrás el modelo de explotación colonial?
Asedio a la democracia
Los premiados también han expresado su preocupación por las crecientes amenazas al funcionamiento democrático en países avanzados, mencionando la actual campaña electoral en los Estados Unidos como ejemplo.
En otro tema, han opinado que un factor importante en promover el crecimiento económico es delinear y defender claramente los derechos de propiedad. Sin embargo, al mismo tiempo expresan su aspiración a limitar la exorbitante concentración de ingresos en manos de unos pocos megamillonarios, quienes poseen suficiente dinero y status como para influir en las decisiones de los gobiernos y beneficiarse de ellas.
En síntesis, sigue sin aparecer la bala de plata que pueda eliminar la pobreza en el mundo, pero el aporte de los galardonados es importante para entender algunos de los obstáculos a dicho progreso y apuntar a la adopción de medidas que puedan mejorar la situación de los países más pobres del planeta.
Aclaración: este articulo carece de contenido atribuible a la inteligencia artificial. En cambio, puede contener algún elemento de ignorancia natural. Sepa el lector distinguir y disculpar.
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