Dicen, y es comprensible que así sea, que a los poetas y a los escritores les resulta intolerable que los acusen de imitar a alguno de sus contemporáneos. No oponen reparos, en cambio, cuando se señala en ellos influencias de algún antecesor importante. No son pocos los que en algún momento de su actividad se han visto sometidos a esas comparaciones humillantes. Las acusaciones pueden graduarse en influencia, imitación y plagio.
Así, el escritor y poeta español Mauricio Bacarisse (1895-1931), que había sido acusado por Cansinos-Assens de imitar a Herrera y Reissig, viendo que dos años después el juicio había hecho carne, reacciona indignado. Articula su defensa publicando, entre otras, una nota en la edición de febrero de 1921 de la revista España titulada “Otra vez Herrera y Reissig”. Niega Bacarisse su filiación herrerista, por dos razones. Primero porque: “Yo pretendo escribir siempre en castellano, y el señor Herrera Reissig es un poeta que escribe en jerga bilingüe”, dice, refiriéndose al uso que hace Herrera de vocablos extranjeros. Y pone un ejemplo tomado de Las pascuas del tiempo, libropublicado en Uruguay y reeditado en España años más tarde:
Las damas ostentan aigrettes elegantes
de plumas que fingen rizos de flambeau,
y regios joyeles y polvos brillantes
que ostentan las reinas de un bello Watteau.
La segunda objeción es que en la obra de Herrera “las infracciones al lenguaje eran tan abismales como las lesiones a la delicadeza y los atentados al sentido común”. El ejemplo ilustrativo lo toma del mismo libro, se trata de una estrofa de la composición “Fiesta popular de ultratumba”:
Un estoico de veinte años, atacado por el asma,
Se hallaba lejos de todos. “Denle pronto este jarabe”.
Dijo Hipócrates, muy serio. Byron murmuró, muy grave:
“Aplicadle una mujer en forma de cataplasma”.
“No sé si habrá algún poeta joven de la nueva escuela que acepte estas influencias. Yo rechazo la imputación de haberlas imitado”, concluye.
Subirá
“Todo poeta es respetable. Si se mantiene inédito…” dice el doctor en derecho, musicólogo, escritor y compositor español José Subirá (1882-1980) en la publicación madrileña Nuestro Tiempo de diciembre de 1914. Y es razonable, todos tenemos derecho a borronear poemas. El problema se produce cuando decidimos publicarlos. Razona Subirá que hay poetas pésimos, malos (que es mejor que pésimos) y algunos excelentes. Entre estos últimos, según el escritor y diplomático venezolano Rufino Blanco Fombona (1874-1944), que fue cónsul de su país en Uruguay de 1939 a 1941, estaría nuestro Julio Herrera y Reissig. Subirá pone el juicio a beneficio de inventario.
Afirma que Fombona es “el más hiperbólico de cuantos prologuistas ha podido tener poeta alguno”. El venezolano lo asigna a la familia de Edgar Allan con Poe y de Baudelaire y da por cierto que es original y novedoso. Subirá responde que, en la realidad, esas novedades “cristalizan en frasesdonde el desapasionamiento no calentado por la amistad afectuosa solo ve torturas ideológicas e idiomáticas”. Que parecería que el credo de Herrera es que, “todo lo nuevo es bueno” y que, en cambio, no se preocupa por “perseguir la belleza permanente”.
Los comentarios de español también están vinculados a Los peregrinos de piedra. Donde, si bien encuentra algunas composiciones hondas y sinceras, hay otras que considera olvidables por artificiosas, rebuscadas y prosaicas.
“Véase, por ejemplo, esta décima de la conceptuosa“Tertulia lunática”, con que se inaugura una Psicologación Morbo-Panteista rotulada La Torre de las Esfinges:
Fuegos fatuos de exorcismo / Ilustran mi doble vista / Como una malabarista / Rutilación de exorcismo… / Lo Sub-Consciente del mismo / Gran Todo me escalofría; / Y en la multitud sombría
De la gran Tiniebla afónica / Fermenta una cosmogónica /Trompeta de profecía.
¿Es esto bello? ¿Es tolerable siquiera?”, se pregunta retóricamente el comentarista. Y la pregunta no es mala.
Emir Rodríguez Monegal
La obra de Herrera y Reissig divide aguas. Algunos lo elogian hasta el ditirambo. El poeta, dramaturgo y narrador español Francisco Villaespesa (1877-1936) dicta una conferencia en la sede de la Unión Ibero-Americanaen el Paseo de Recoletos de Madrid, el día 7 de Julio de 1910 con motivo de la muerte de Herrera. “Acaba de morir en Montevideo –vasta ciudad de lo futuro– un alto poeta signado augustamente por la máxima sangre latina”, dice.
“Con su viva aspiración constante y desmesurada hacia las plenas armonías, con sus pródigas manos difundidoras de la luz y de las sombras, con su rítmica inteligencia engendradora de las más fúlgidas alegorías y de los más plásticos simulacros, extrajo del Universo la verdad absoluta, la verdad más pura de la poesía, aquella cuyo conocimiento es la más suprema victoria de la vida”. Es cierto que entre el público se encontraba el periodista y diplomático uruguayo Antonio Bachini (1860 -1932), quien al término de la conferencia “estrechó emocionado la mano del conferenciante”.
En toda la acumulación de elogios en que consistió la exposición no se mencionó ninguna de las poesías cuestionadas más arriba.
Algunos críticos han pretendido explicar esas creaciones con estados de locura o alucinación. Las circunstancias del poeta, vecino a la muerte por causa de la dolencia cardíaca que lo aquejaba, y que lo obligaba a consumir morfina, parecían una explicación plausible. El propio Darío, que en 1912 también pronuncia su conferencia necrológica en el teatro Solís, dice que “no hará la apología de lo anormal que en la producción del autor de los Peregrinos de Piedra se encuentra”. Y hablando, después, de los “paraísos artificiales”, aseguró que él mismo había frecuentado alguno, y que eran “infiernos verdaderos”. Herrera y Reissig, dice, “no fue culpable de apurar lo que, dada su constitución, representaba una necesidad física y moral”. Con respecto a eso, la hermana del poeta, Herminia Herrera, en sus Memorias afirma que la morfina se la había recetado el Dr. Bernardo Etchepare.
Muchos años después Emir Ramírez Monegal ofrece una lectura distinta a la de la generalidad de la crítica. Dice que “Herrera ha buscado parodiar toda una zona de la poesía modernista: la que trafica con el sadomasoquismo, con las blasfemas imágenes eróticas y con el misterio del ser”. Y, además, “destruir desde dentro el sistema que había impuesto Darío”, mediante el uso de la paradoja, la hipérbole y la ironía. Entonces, ni alucinación ni locura: cálculo frío.
De toda formas es más de mi gusto el tipo de poema que publica Caras y caretas (Buenos Aires) en 1905 y que titula Sepelio:
Mirándote, en lectura sugerente, / al término llegué de mis quimeras: / tus ojos de palomas mensajeras / volvían de los astros dulcemente…
Tenía que decirte las postreras / palabras, y callé espantosamente; / tenía que llorar mis primaveras / y, sonreí feroz, indiferente. / La luna, que tan bien calla su pena, / me comprendió como una hermana buena / Ni una inquietud, ni un ademán, ni un modo… /
…un beso helado, una palabra helada; / un beso, una palabra, eso fue todo: / todo pasó sin que pasase nada!
TE PUEDE INTERESAR: