Mientras que en nuestro país quedan menos de tres semanas para el balotaje del 24 de noviembre que definirá quién será el próximo presidente de Uruguay, el día de ayer Estados Unidos vivió una jornada electoral intensa para determinar cuál será el próximo inquilino de la Casa Blanca, si la demócrata Kamala Harris o el republicano Donald Trump.
Más allá de cuál de los dos resulte triunfador, es evidente que, por diversas causas internas y externas, la potencia norteamericana tiene un escenario bastante desafiante por delante. No olvidemos que a inicios de agosto se desató un rumor que provocó un artículo de la BBC titulado “Por qué hay temor a una recesión en EE.UU. y qué consecuencias está teniendo en los mercados del mundo”, en el que se hizo referencia a la incertidumbre que generó un informe publicado en el que se exponían las cifras de empleo en Estados Unidos. El análisis mostraba una desaceleración del mercado laboral mayor de lo que se esperaba, con una tasa de desempleo que subió en julio a 4,3%, un máximo en casi tres años. Ahora bien, externamente el escenario no es menos complejo, por varias razones que están ligadas –más no exclusivamente– a la guerra en el este de Europa y en Oriente Medio, que han tenido como una de sus principales consecuencias para el comercio las perturbaciones en las cadenas de suministro global.
Por otro lado, según el informe del Banco Mundial del 11 de junio de 2024, el comercio global se encuentra en un periodo de desaceleración desde hace varios años, y se prevé que la economía mundial se mantenga con un crecimiento estable en torno “al 2,6%, antes de aumentar poco a poco hasta alcanzar un promedio de 2,7% en el período de 2025-26. Esta cifra es muy inferior al promedio del 3,1% de la década anterior a la covid-19”. Además, anticipa que “la previsión implica que, en el transcurso del período de 2024-26, los países que representan en conjunto más del 80% de la población mundial y del PIB mundial seguirán creciendo a un ritmo más lento que durante la década anterior a la covid-19”.
China, quien se creía iba a ser el gran “ganador” luego de la pandemia de covid-19 viene mostrando un crecimiento menor al esperado. Estados Unidos ha estado al borde de la recesión estos últimos años tres años, con un encarecimiento del país en base a emisión y endeudamiento. Esta situación es seguida muy de cerca desde nuestra región, que depende exclusivamente de los mercados internacionales para seguir creciendo. China y Estados Unidos se disputan la mayoría de nuestras exportaciones.
En definitiva, esta realidad nos lleva a pensar en el aspecto cíclico de la historia, y nos recuerda un artículo de Arnold Toynbee titulado “¿Se repite la historia?”, en el que plantea una cuestión, muy común en los siglos XVIII y XIX, cuando solía discutirse este problema como ejercicio académico. Y si bien en ningún sentido Toynbee quiso ver un determinismo en la historia de las civilizaciones y de los pueblos que componen el trayecto de nuestra humanidad, sí podría hablarse de ciertos factores estructurales intrínsecos a los acontecimientos –a los hechos– que no solo forman parte del discurso o narración que llamamos “historia”, sino que tienen un componente inherente a la anatomía social de la vida humana.
Toynbee se plantea las siguientes preguntas: “¿Era la Guerra de Secesión un acontecimiento único en su especie? ¿O es dable hallar otros sucesos históricos que muestran similitud y afinidad suficientes para permitirnos tratarlos como representantes de una especie de acontecimientos donde la historia se ha repetido, al menos dentro de ciertas limitaciones?”. A lo que responde: “Me inclino hacia esta última opinión”.
Su argumento era el siguiente. “La crisis que representa en la historia norteamericana la Guerra de Secesión se repitió ciertamente, en un sentido importante, en la crisis simultánea que representan las guerras de Bismarck en 1864-71 en la historia alemana. En ambos casos, una unión perfecta mostró visos de disolverse totalmente. En ambos casos la disputa entre la disolución de la unión y su efectivo establecimiento se decidió mediante la guerra. En ambos casos triunfaron los partidarios de la unión efectiva. Y en ambos una de las causas de su victoria fue su superioridad técnica e industrial. En ambos, por fin, a la victoria de la causa de la unión siguió una gran expansión industrial que convirtió a Estados Unidos de posguerra, como al segundo Reich alemán, en formidables competidores de Gran Bretaña”.
En esa línea, el razonamiento de Toynbee es que aún con las sustanciales diferencias que puedan tener distintos acontecimientos históricos, podemos distinguir elementos que se repiten en una u otra situación, lo que nos permite hacer algunas analogías entre diferentes periodos o hechos.
Así, más allá de que los acontecimientos de las primeras décadas del siglo XX respecto al XXI son diferentes, ya que las causas y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial obviamente no son del todo comparables con las de la pandemia de covid-19, podemos ver esa ciclicidad en el estancamiento económico que ha afectado al mundo en los últimos tres o cuatro años.
Si consideramos la historia de nuestro país de hace más o menos un siglo, también podemos ver cómo tras finalizar la Primera Guerra Mundial Uruguay ingresaba en un período de crisis financiera y bancaria. Y entre 1925 y 1929 no solo la deuda externa aumentó 22%, sino también la recaudación y el gasto público. Según Miguel Arregui las razones de este excesivo gasto fueron que “el número de funcionarios públicos creció 152% entre 1905 y 1930 y comenzó a tomar un gran peso la seguridad social, cuyas jubilaciones y pensiones venían ampliándose desde 1896. También aumentaron los déficits, las deudas del gobierno y el descuido de la moneda. La economía nacional era menos sólida de lo que parecía cuando llegó el golpazo de 1929, con el Crac de Wall Street” (El Observador, 22-1-20).
En el Uruguay de hoy, si bien el gobierno actual ha sabido manejar cada una de las crisis y dificultades externas que se le presentó desde la pandemia y la guerra en Ucrania hasta la sequía, la sola posibilidad de que haya un gobierno del Frente Amplio, que promete mayor gasto público y que podría hacer reformas a ley de la seguridad social, podría echar por tierra los sutiles equilibrios que han sostenido a nuestro país en los últimos cinco años.
Además, teniendo en cuenta los signos políticos de nuestro vecindario, parecería más adecuado un gobierno liderado por Álvaro Delgado, sobre todo teniendo en cuenta lo fundamental que es para nosotros el buen relacionamiento con Argentina. Porque las relaciones internacionales serán esenciales en los próximos cinco años, no solo para abrir mercados, generar mayor presencia de la marca Uruguay en el mundo, sino también para acoplarse a las nuevas dinámicas que están presentes, tanto geopolíticas como económicas. Lo que nos vuelve a traer a la memoria la importancia que tuvo hace también poco menos de un siglo la Séptima Conferencia Panamericana celebrada en Montevideo entre el 3 y 22 de diciembre de 1933.
La conferencia que estuvo enmarcada en un difícil contexto regional e internacional, teniendo en nuestro continente la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, y a nivel internacional los coletazos de la Crisis del 29, contó con la presencia del secretario de Estado de Estados Unidos, Cordell Hull, de todos los cancilleres de la región y de una destacada representación uruguaya, con importantes figuras como Juan José de Amézaga, Sofía Álvarez Vignoli, Martín Echegoyen, Luis Morquio, Dardo Regules, José Serrato, don Pedro Manini Ríos y Luis Alberto de Herrera. Allí se realizaron una serie de acuerdos que se conoce como “Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados”, o también como “Convención de Montevideo”, de donde salieron aspectos interesantísimos que perduran hasta el día de hoy, como por ejemplo la definición y elementos que debe tener un “Estado”. A su vez, fue un espacio de búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos armados, significando, acaso, el comienzo de un giro político de la política exterior de Estado Unidos hacia América del Sur, basada en las buenas intenciones que preconizaba un recién electo Franklin Roosevelt.
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