La Cumbre del Mercosur que se desarrollará el próximo 5 y 6 de diciembre en Montevideo podría no ser una cumbre cualquiera, más eso dependerá de qué papel interpretará Uruguay de cara al futuro. El Mercosur se encuentra frente a una disyuntiva, seguir como está, sin cambiar absolutamente nada, o avanzar en dos aspectos: en la flexibilización del bloque externamente; y, en el aspecto interno, hacer funcionar la unión aduanera, que obviamente nunca ha funcionado como tal.
También hay que decir que la cumbre ha estado precedida por las especulaciones que se han ido tejiendo en torno a cuál será la tesitura del presidente argentino, Javier Milei, por el rumor de una posible salida de Argentina del Mercosur en caso de que nuestro vecino país firmase un tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. Desde la Casa Rosada han calmado –momentáneamente– las aguas, expresando que el objetivo de Milei –quien asumirá la presidencia pro tempore del bloque– es flexibilizar sin salir del bloque.
Recordemos que el Mercosur tiene una cláusula que impide avanzar en negociaciones comerciales bilaterales sin tener la anuencia obligatoria del resto de los miembros. Este tema no es nuevo, Uruguay durante la presidencia de Luis Lacalle Pou trató por todos los medios de firmar un TLC con China y, al no contar con la aprobación de Alberto Fernández primero ni de Lula da Silva después, insistió en reiteradas ocasiones en la necesidad de flexibilizar el bloque.
No obstante, con Yamandú Orsi al frente del Ejecutivo y con las señales que dio con su primer y rápido vuelo a Brasil, se plantea una interrogante. ¿Será capaz el presidente electo de defender los intereses económicos de Uruguay por encima de alineamientos ideológicos?
Porque, como decíamos al comienzo, para el Mercosur parece haber dos opciones. Por un lado, está el espejismo del tan mentado tratado de libre comercio Mercosur-Unión Europea (UE), del cual ahora Lula da Silva es el nuevo adalid y que por más que sea un hermoso sueño las posibilidades de concretarse son bastante escasas, considerando la oposición que existe puertas adentro de la UE, sobre todo y especialmente en el sector agrícola.
Pues como bien había señalado para La Mañana Lorenzo Carrasco, presidente del Movimiento de Solidaridad Iberoamericana, tras haber participado de la Cumbre Agro Global, que se desarrolló en Brasilia en octubre de este año, el TLC entre Mercosur y UE “es una ficción, porque una apertura de los mercados europeos destruiría la agricultura europea, o sea, Europa no puede competir con América del Sur por un problema de escala. ¿Cómo vas a competir cuando tú tienes haciendas que son del tamaño de un municipio en Europa, en Mato Grosso o en Rondônia, o en regiones enormes de Argentina, de Paraguay, de Bolivia? En Europa no van a aceptar eso. Recordemos que a principios de año ocurrieron las revueltas de los europeos, o el año pasado en Holanda, donde quisieron reducir un cuarto de las vacas holandesas, simplemente eliminarlas, y eso provocó una reacción violenta, incluso con implicaciones en el Parlamento, porque surgió un partido de la agricultura que está creciendo. Y las revueltas en enero en Alemania y en Francia obligaron a parar todo el Pacto Verde. En ese contexto no va a haber posibilidad de que los europeos acepten un acuerdo de libre comercio. Simplemente es una utopía. Y esa agenda se va a ir apagando en la medida en que se va destruyendo y va desapareciendo el Partido Verde en las elecciones europeas”.
De hecho, desde comienzos de semana, frente al nuevo impulso que se ha querido dar al TLC Mercosur-UE, que cuenta con el apoyo de Ursula von der Leyen, agricultores franceses, polacos y alemanes han comenzado a realizar acciones de protestas. Por lo que, si somos realistas, hay pocas chances de que el sueño se haga realidad.
Porque no hay que olvidar que el tratado que está sobre la mesa entre el Mercosur y la UE consta de dos partes. De un lado está el apartado comercial, en el que la Comisión Europea puede avanzar sin necesidad de la aprobación de los 27 parlamentos miembros. Y, por otro, está el marco institucional y de derechos humanos, que requerirá la ratificación de todos los parlamentos de los Estados miembros. Y es muy factible que termine naufragando el acuerdo en esta instancia.
Sin embargo, Lula da Silva, en busca acaso de un protagonismo perdido, ha encontrado en la firma de este TLC una oportunidad para reivindicarse como un actor de la escena global. Y no parece querer ver por dónde viene la jugada, aunque ello signifique permanecer en la inmovilidad. Pero, además, más allá del espejismo, habría que ver si efectivamente los pequeños y medianos productores de alimentos del bloque se verán beneficiados con este acuerdo. Porque quienes verdaderamente impulsan este acuerdo son los cárteles de alimentos y los promotores del Pacto Verde de la UE, y en este sentido el futuro de la agricultura oscila entre intereses económicos globales y una cultura agropecuaria familiar que lucha por sobrevivir.
De hecho, tras las recientes declaraciones realizadas por el CEO de Carrefour, Alexandre Bompard, manifestando que la firma de alimentos dejaría de comprar carne del Mercosur porque no cumple con los estándares europeos de calidad, los productores brasileños instantáneamente dejaron de venderle carne a los supermercados Carrefour de Brasil, que es donde la compañía tiene –después de Francia– la mayor cantidad de sucursales en el mundo, lo que no solo motivó las rápidas disculpas de Bompard, sino que develó además la jugada política que está detrás de esta maniobra.
Porque las críticas a los sistemas productivos del Mercosur y a la sostenibilidad de la carne no son de recibo ni rigor cuando los sistemas productivos del Mercosur son naturalmente sostenibles, como ya han comprobado innumerables investigaciones. Pero, además, según informaba el presidente del INAC, Conrado Ferber, este lunes en Desayunos informales, el problema que está haciendo la UE por el tema de la entrada de la carne es algo insignificante en cuanto a números, porque se trata de 99.000 toneladas de carne bovina sin aranceles, que es únicamente un 1,6% del consumo de carne de toda Europa en el año.
Es obvio que el tema es político. Porque, en el fondo, la reacción de los productores europeos –condicionados por las exigencias ambientalistas– ante la firma de un posible TLC con el Mercosur es en definitiva una oposición al Pacto Verde de la UE y a las políticas llevadas adelante en este sentido por la Comisión Europea, que está haciendo que la producción del continente esté siendo ahogada.
Por el otro lado, el cambio de postura de Argentina en materia de relaciones internacionales –ya que la economía argentina necesita crecer– hace eco de un viejo reclamo de Uruguay: poder firmar tratados bilaterales con terceros países sin salir del bloque. Por lo que este cambio de Argentina es una oportunidad única para Uruguay. El Mercosur tiene la posibilidad de avanzar en distintos sentidos y sería genial que como bloque pudiese firmar un tratado de esas dimensiones, pero debería primar el pragmatismo y el realismo. Porque de otro modo, lo que debería ser una plataforma de desarrollo se convierte en un freno.
Uruguay exporta el 80% de lo que produce y faena 2.200.000 vacunos por año aproximadamente, por lo que la apertura comercial es fundamental para que esa productividad pueda seguir aumentando. Habrá que ver cuál será la postura de Yamandú Orsi, si permanecer en el Mercosur estático que promueve Lula o elegir un Mercosur dinámico que se consolide como bloque en el concierto internacional, no como un actor de segunda, sino como una economía pujante capaz de funcionar bien hacia adentro como hacia afuera.
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