“Tantas guerras, desencadenadas por la avidez de materias primas y de dinero alimentan una economía armada que exige inestabilidad y corrupción. ¡Qué escándalo y qué hipocresía: la gente muere mientras los negocios que causan violencia y muerte prosperan!”
Las palabras corresponden a una reciente publicación en la cuenta oficial del papa Francisco en la red social X. Horas antes pidió rezar juntos por la paz “en la martirizada Ucrania, en Oriente Medio –Palestina, Israel, Líbano, ahora Siria–, en Myanmar, en Sudán y dondequiera que se sufra por la guerra y la violencia”.
Hay una sensación de fragilidad muy grande en el mundo y ya no solamente en los países subdesarrollados, sino también en muchas naciones que desde hace tiempo gozan de un Estado de bienestar. Los cambios geopolíticos han determinado un nuevo escenario internacional distinto al de la Guerra Fría o al de la hegemonía unipolar, donde se entrecruzan múltiples actores e intereses en un tablero de ajedrez a varias bandas.
El sociólogo argentino y experto en relaciones internacionales Juan Gabriel Tokatlián opinó recientemente en una entrevista con el diario La Nación que una de las crisis relevantes a los fines de la política internacional fue con los bombardeos de la OTAN a Kosovo en 1999, la primera intervención internacional sin la aprobación previa del Consejo de Seguridad de la ONU. Esto, desde nuestra visión, sentó un precedente que luego utilizaron Estados Unidos en Irak y Rusia en Georgia y Ucrania, por citar algunos ejemplos, dado que se ha ido normalizando una doctrina de “guerra preventiva” contra amenazas que suelen identificarse como terroristas.
Tokatlián advierte una “falta de factores de moderación en el sistema”. “El problema es que Naciones Unidas no solamente está en una crisis tremenda solamente, sino que empieza a ser cuestionada su legitimidad”, subraya. Entre esos factores menciona también una “democracia en retracción”. En este sentido, agregamos, es indudable que los cambios cualitativos y cuantitativos en la comunicación y el acceso a la información a través de nuevas tecnologías ponen en cuestionamiento el argumento de autoridad, ya no solo de los políticos sino también de los periodistas, de las maestras y profesores, de los policías y hasta de los padres en el hogar. Esa horizontalidad que está derribando o al menos interpelando, para bien y para mal, instituciones muy arraigadas en la cultura y la sociedad.
Continúa Tokatlián explicando que “la política exterior siempre se entendió como ese delicadísimo equilibrio entre el imperativo doméstico y la responsabilidad internacional” y alerta sobre una primacía de la política interna y la necesidad de movilizar a la opinión pública en función de un enemigo, así como del componente religioso que aparece cada vez con más fuerza en la política. El marco que nos dan las palabras de Francisco y el análisis de Tokatlián nos invita a pensar cuál es el lugar de Uruguay y el Mercosur en este escenario, y cómo se interpreta el acercamiento con la Unión Europea.
Vocación por la paz y el respeto al derecho internacional
El Mercosur es, antes que todo, una zona de paz y eso no debe pasarse por alto fácilmente. Que se soslaye o se dé por obvio es un error, sobre todo cuando se plantean iniciativas que pretenden tomar distancia del destino regional o a tomar partido en conflictos lejanos. Es cierto que esa paz está amenazada por el crimen organizado y en especial por el narcotráfico, un aspecto que tampoco deben olvidar los románticos de la integración.
En Uruguay hay una larga tradición diplomática, jurídica y política de defensa de principios fundamentales como la no intervención y la solución pacífica de las controversias, así como se ha destacado el país por su participación en operaciones de mantenimiento de la paz en varias guerras alrededor del mundo. Uruguay ha sido un protagonista del fortalecimiento del multilateralismo comercial desde lo institucional, tanto por lo que significa el Tratado de Montevideo de 1980 que creó la Aladi como por el impulso a la Ronda Uruguay del GATT en 1986 que culminó años después en 1995 con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta política va indisolublemente unida a la vocación por la integración y la cooperación latinoamericana, consagrada también en nuestra Constitución.
Un mundo en el que se dinamiten las normas establecidas y pase a regirse por la ley del más fuerte es infinitamente más perjudicial para Uruguay. Aun cuando con razón podemos cuestionar duramente algunas instituciones de ese sistema multilateral, ya sea por sus acciones u omisiones, no sería aconsejable subirse al tren de los que llaman a su abolición. Al menos no mientras estamos lejos de vislumbrar algo diferente y superador que lo sustituya.
El acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea puede ser visto como una señal en la dirección de rescatar ese multilateralismo que se ha estancado en los últimos años, sobre todo ante la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su postura hipercrítica hacia la OMC y la ONU. La dirigencia de la Unión Europea ahora toma cierta distancia de Washington, pero en lo que va del siglo XXI mantuvo una política exterior estrechamente alineada a Estados Unidos y a la OTAN, precipitando situaciones como la invasión de Rusia en Ucrania, que ahora, paradójicamente, puede encontrar una salida negociada de la mano de Trump.
Europa sabe muy bien el valor de la integración regional para la paz porque su Unión es fruto del acercamiento entre Francia y Alemania después del desastre de las Guerras Mundiales. Ese espíritu de Adenauer, Schuman, Monnet y De Gasperi es el que debe inspirar nuevamente a los europeos. En la medida que se procura el acercamiento con nuestra región eso debería reflejarse también en la condena al colonialismo y sus resabios, como el que todavía existe en la ocupación de las islas Malvinas e islas del Atlántico Sur.
Democracia y derechos humanos
Desde la creación del Mercosur en 1991 hasta la fecha hay un período eminentemente democrático en los países fundadores, reafirmado en el Protocolo de Ushuaia aprobado en 1998. Si bien hubo crisis políticas agudas que llevaron a un resquebrajamiento institucional, sobre todo en Argentina y Brasil, solamente dos veces se activó la cláusula democrática, contra Paraguay –2012– y luego contra uno de los nuevos miembros que fue Venezuela –aún vigente–. El Mercosur mostró su resiliencia y sobrevivió a las distintas crisis y a los cambios de signo político en todos los gobiernos, incluso con presidentes que manifestaban su idea de salirse del bloque pero que luego por la fuerza de la realidad económica y comercial se apartaron de ese camino.
El bloque sudamericano sigue siendo intergubernamental, es decir, no hay una burocracia por encima de los gobiernos que les imponga decisiones. Esto lo diferencia de la Unión Europea y su modelo supranacional. El desarrollo institucional europeo con más de medio siglo ha sido exitoso, aunque en los últimos años vive su período de mayor dificultad en la medida que los jerarcas continentales aparecen cada vez más distanciados de los reclamos de los ciudadanos de los distintos países.
Respecto a la democracia y la promoción de los derechos humanos, hay mucho por avanzar y cooperar entre el Mercosur y la Unión Europea. Pensemos en temas como el combate al narcotráfico y la trata de personas, actividades que generan violencia y amenazan a la democracia a través del blanqueo y el financiamiento ilegal de la política. No obstante, desde Europa no puede pretenderse la imposición de agendas identitarias a los países sudamericanos, del modo que lo hicieron contra Hungría o Polonia. Los sudamericanos iríamos por muy mal camino si aceptamos la proscripción de candidatos por supuestos “discursos de odio” o la anulación de elecciones democráticas por supuestas “injerencias extranjeras”.
Los desafíos para la economía y la producción
Como señala el investigador uruguayo Nicolás Pose respecto al acuerdo Mercosur-UE, “una de las formas que se consiguió para que las industrias de Argentina y Brasil no se opongan a este acuerdo es a través de las reglas de origen”. Contempladas las principales preocupaciones de los sectores industriales de estos países, el acuerdo a todas luces parece beneficioso para las economías de la región sudamericana. Desde luego, siempre y cuando tengan condiciones de competitividad y cada país asuma las reformas necesarias para que se aprovechen las ventajas que se proporcionan.
El asunto ahora es valorar hasta qué punto los compromisos ambientales presentes en el acuerdo pueden afectar la producción sudamericana de alimentos, en especial a los pequeños y medianos productores. Por un lado, los europeos han puesto como condición la aceptación del Acuerdo de París, que apunta a reducir la emisión de gases de efecto invernadero y luchar contra el cambio climático. Por otro lado, la imposición del Pacto Verde, tan cuestionado por productores europeos, para el caso del Mercosur tiene la particularidad del reconocimiento de los sistemas nacionales de monitoreo y certificación.
Como se puede apreciar, no hay una solución perfecta ni ajena a conflictos de diversa índole. Pero es posible que en esta hora de la historia esté en juego ser o no ser como Mercosur, en un mundo que parece cada vez más una jungla impredecible, con varios focos de guerras y amenaza nuclear.
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