Al cumplir un año en el ejercicio de la Presidencia de Argentina, Javier Milei dijo un discurso que merece nuestra atención.
Dicen sus críticos que es de ultraderecha, otros que está demente y que no terminará su período de gobierno. Nosotros decimos que, antes de nada, es honesto y decente, es decir una rara avis dentro de la clase política argentina, cuyo análisis explica y da razón al exabrupto del Dr. Jorge Batlle cuando dijo que los políticos argentinos eran ladrones.
El presidente Milei recibió un país destruido por una de las clases políticas más ineficientes y corruptas del mundo. El caos y el desorden, el despilfarro y la molicie, el engaño y la venalidad, la ocultación y la falsedad, la trampa, el beneficio indebido y la ausencia de controles, entre otros vicios, contaminaron todos los poderes del Estado. La cleptocracia imperante en todas las administraciones kirchneristas permeaba todos los estratos del poder, convirtiendo en algo natural la coima o la mordida, el sobreprecio o la sustitución de lo adquirido, en adjudicaciones directas o licitaciones amañadas, aunque se tratara de los uniformes escolares comprados por cientos de miles o las 600 camionetas para la AYSA (la OSE argentina) pagadas muy por encima del precio de mercado por la mujer de Sergio Massa en trámite exprés.
A cargo de esa clase política, el Estado argentino llegó a la quiebra, con una moneda envilecida por una inflación devoradora, un déficit fiscal abrumador, un Banco Central vaciado y una deuda exterior impagable.
Frente a ese panorama se ha erguido la figura de Milei, elegido por un pueblo harto y cansado, imponiendo soluciones de implacable dureza, que ya había anunciado con total claridad, como único recurso para detener una sangría que había que combatir de todas maneras.
Pese a la cerrada oposición del frente político kirchnerista, sin tener mayorías parlamentarias y reclamando al pueblo un nuevo sacrificio, Milei pudo imponer durísimas medidas para evitar la superinflación y abatir al mínimo el gasto estatal: “No hay plata” fue su slogan.
Explicó sus logros : disminución increíblemente rápida de la inflación, reducción del tamaño del Estado, supresión de 10 de los 18 ministerios existentes, eliminación de organismos, secretarías, empresas públicas, estamentos estatales ineficientes, superfetación de tareas burocráticas, comisiones y subcomisiones aplicadas a tareas costosas que el Estado no debe realizar, intermediaciones de innecesaria y muy sospechosa vigencia en la asistencia social, bajando el déficit fiscal y buscando el equilibrio de las cuentas. Es decir, persigue la construcción de un Estado más chico y por lo mismo más eficiente y menos costoso.
Como contrapartida de sus logros, anunció la inmediatez de sus proyectos. Así propuso la rebaja de los impuestos para devolverle la plata al sector privado, la salida del cepo y la libre competencia de las monedas, la reducción del arancel impositivo externo, el fomento a la inversión, que ya asegura más de doce mil millones de dólares para las áreas de infraestructura, siderurgia, industria automotriz, energía, petróleo y gas. Augura una enorme inversión en un plan nuclear que le permita al país en un futuro cercano el desarrollo de la inteligencia artificial.
Sin olvidar los problemas de seguridad, propone una modificación de la legislación penal para combatir el crimen organizado, el narcotráfico, la delincuencia juvenil, bajar los límites de la imputabilidad y modificar la reincidencia y reiteración de los delitos, como las armas jurídicas que son necesarias para librar esa dura batalla.
Por encima de los cuestionamientos de orden personal, en sus modos exagerados y en exceso vehementes para defender sus posiciones, no dudamos en reconocer que se trató del discurso de un estadista, como hacía mucho tiempo necesitaba la Argentina.
Conociendo las posibilidades de su país, no vacila en anunciar un futuro promisorio de potencia, riqueza y bienestar que requiere el apoyo de la gente para su conquista, respecto de lo cual las elecciones legislativas de medio término a celebrarse el año entrante serán determinantes.
Lo que el presidente Milei llama despectivamente “la casta” es la oligarquía populista que desde años domina la política argentina para servir sus propios intereses, con un desprecio innegable por el bien común y una gran insensibilidad ante una pobreza colectiva que rompe los ojos por su evidencia. Uno de los graneros del mundo y un formidable productor de las mejores carnes del planeta exhibe hoy la vergüenza de que una parte muy considerable de su población pase hambre.
La gestión del presidente Milei está dando vuelta la página miserable de los gobiernos de la colusión y el fraude, el cohecho y la trampa, para imponer la transparencia, la moral burocrática, la limpieza de la gestión y la honestidad en el manejo de los dineros públicos. Si sus críticos están desconformes, que propongan algo mejor.
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