La juventud que vivís es una fuerza de cuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión sois responsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivo sentimiento de su posesión permanezca ardiente y eficaz en vosotros. Yo os digo con Renán: “La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida”.
J. E. Rodó, Ariel.
Nuestro país no solo se encuentra estancado en sus fuerzas económicas, sino también en su vitalidad, que es en definitiva la fuerza y el espíritu de su juventud. De hecho, en el Uruguay de hoy fallecen más personas de las que nacen. Los datos presentados por el Instituto Nacional de Estadística referidos al último censo nacional vuelven a exponer la baja cantidad nacimientos que está por debajo de la tasa de remplazo.
Este problema no es nuevo, y ya desde la década de los 90 se podían percibir signos preocupantes. Sin embargo, en un momento en que se insiste en la necesidad de crecer económicamente o de hacerle pagar mayores impuestos a un enorme porcentaje de la población a través de lo que podría ser un IVA personalizado –dependiendo cómo sea su implementación– para financiar la miríada de políticas sociales que el próximo gobierno piensa articular, el problema del bajo crecimiento demográfico no debería soslayarse.
Por más que este sea un problema global que afecta especialmente a las sociedades occidentalizadas, cabe pensar que una sociedad que decrece es una sociedad en la que hay suficientes signos para sostener que algo no está funcionando bien.
Recordemos que en 1908 en Uruguay la tasa era de 6 hijos por mujer, o sea el 41% de la población tenía entre 0 y 14 años –lo que llevó que Juan Zorrilla de San Martín en su Epopeya de Artigas expresara que Uruguay era un país con un gran vitalismo que se exteriorizaba en su alto índice de natalidad–, realidad que auguraba que nuestro país tendría un prometedor futuro en el concierto de las naciones.
No obstante, al mismo tiempo que Uruguay se modernizaba, comenzó a gestarse un cambio en su fisionomía social que tuvo como consecuencia que ya en 1963 la tasa de hijos por mujer fue de 2,9, pasando en 2011 a 1,8 y actualmente a 1,7.
Esta pronunciada caída de la natalidad en nuestro proceso modernizador no ha sido del todo ni efectivamente explicada, aunque se han señalado algunas hipótesis. Según un estudio titulado La fecundidad: evolución y diferenciales en el comportamiento reproductivo, realizado por Carmen Varela Petito, Raquel Pollero y Ana Fostik, “el comportamiento reproductivo de las mujeres en el Uruguay se ha caracterizado por iniciar el control y la reducción de la fecundidad desde muy temprano en la historia del país. Mientras que la mayoría de los países de América Latina iniciaron las transformaciones propias de la primera transición demográfica a partir de 1960, Uruguay lo hizo a fines del siglo XIX y principios del XX”.
Las claves que explicarían este proceso parecen haber sido bastante similares a las de los países europeos, tanto en el tiempo como en la forma. Una de las razones de este comportamiento sería el impacto que tuvo la inmigración europea, sobre todo la propiciada por el batllismo en las primeras décadas del siglo XX.
Las investigadoras en el estudio mencionado ut supra manifiestan que “los fenómenos que explican el enlentecimiento en el descenso de la fecundidad en la segunda mitad del siglo XX deben buscarse, entre otros, en las brechas en el comportamiento reproductivo en intensidad y calendario, entre las mujeres de diferentes áreas geográficas, niveles educativos y condiciones sociales y económicas. En particular, las sucesivas crisis económicas por las que atravesó el país, con un incremento de la pobreza que alcanzó en 2002 a un 31% de la población total (de acuerdo con la línea de pobreza INE, 2002, PNUD, 2005), contribuyeron al “empobrecimiento de la reproducción””.
En esa línea, puede establecerse una relación entre desarrollo económico y natalidad. De hecho, el Estado uruguayo durante el batllismo se volvió un Estado intervencionista, no solo en lo económico sino también en lo social, poniendo en espacial énfasis en la fuerza laboral de los sectores populares urbanos. Esta orientación tenía obviamente sus intereses políticos, pero terminó por generar una brecha importante entre la cosmovisión de –llamémosle así– el interior del país y la de la capital.
Educativa y culturalmente se incentivó un Uruguay urbano, en el que el que la expresión de “m’hijo el dotor” –que magistralmente Florencio Sánchez llevó al teatro– se volvió icónica del choque entre lo urbano y lo rural. Esta escisión entre ambas categorías nos recuerda un cuento de León Tolstoi titulado ¿Cuánta tierra necesita un hombre? (1886), en el que narra la historia de una mujer que llegó a visitar a su hermana menor a la aldea. La mayor estaba casada con un comerciante de la ciudad; la menor, con un campesino. La primera comenzó a jactarse de las ventajas de vivir en la ciudad. A la segunda esto la molestó y se puso a enaltecer su vida campesina:
“Yo no cambiaría mi forma de vivir por la tuya. Quizá nuestra vida sea gris, pero no vivimos angustiados. Vuestro estilo de vida es mejor que el nuestro, pero, aunque ganáis más de lo que necesitáis, siempre estáis en peligro de perderlo todo. Con frecuencia sucede que quienes son ricos un día, al día siguiente se encuentran pidiendo limosna. Nuestra vida campesina es más segura; el campesino tiene el estómago delgado, pero largo; no seremos ricos, pero siempre tendremos suficiente para comer”.
El fragmento en cuestión expresa la importancia que tenía –para el autor– la vida rural, no solo desde el punto de vista económico y social, sino también como salvaguarda de la verdadera identidad rusa. Si hacemos una extrapolación a nuestro país, podemos apreciar que la población rural uruguaya también ha sabido tener su propia idiosincrasia, la cual de alguna forma representa al criollo, fruto de ese mestizaje entre lo europeo y lo americano.
Entonces resulta oportuna la reflexión de Martín Aguirre de su columna titulada “Montevideo versus interior”, en donde opina que en ese interior del país tildado de atrasado y conservador parece haber una mirada mucho más crítica de la política, muy diferente de lo que ocurre en Montevideo.
Lo que nos lleva a pensar en el otro aspecto preocupante que señaló el Censo 2023: el descenso de la población rural. Uruguay –un país que tiene una tradición económica y cultural ligada al medio rural– lidera el ranking internacional con la menor población rural del mundo, algo que en su momento Un Solo Uruguay (USU) señaló como una “exitosa política de Estado” que constituye un “genocidio de la ruralidad”.
Según los relevamientos que ha hecho el MGAP a partir de 1916 –a través de las estadísticas de los establecimientos rurales– podemos apreciar que la población rural creció hasta 1951, alcanzando un pico de 453.912 habitantes. Este crecimiento tenía su causa en la cantidad de establecimientos de tipo familiar de menos de 100 hectáreas, orientados a abastecer al mercado interno. A partir de 1951 fue decreciendo la población rural, pasando de 453.912 a 413.859 en 1956. En 1961 la población rural descendió hasta los 389.850, en 1970 a los 318.166, en 1980 a los 264.216 y en el 2000 a los 189.838 (Censos Agropecuarios DIEA-MGAP).
En efecto, si comparamos nuestra población rural con la de otros países industrializados podemos ver claramente que el caso uruguayo es doblemente grave, porque nuestra población es netamente urbana en ciudades que no tienen industrias. Según un estudio publicado en noviembre de 2020 por el Insee, Francia cuenta con 30.775 municipios rurales con una población de 21,9 millones de habitantes, es decir el 33% de la población de Francia. La población rural en Alemania fue de 22,55% en 2020 y la de Reino Unido fue de 16,10%.
En nuestra región el caso más interesante es el de Brasil, donde la población rural está creciendo, a diferencia de lo que sucede en casi todo el mundo.
En definitiva, cuando se habla de los problemas estructurales de Uruguay se debería hablar de “desequilibrios estructurales”. Especialmente si se considera que el motor económico del país está en el agro. Pero, además, ahora que se habla tanto de batalla cultural, especialmente porque los habitantes de la principal urbe del país son esencialmente desde hace décadas votantes del Frente Amplio, el valor y el papel de la población rural como un factor de resistencia y de cambio no debería desestimarse.
TE PUEDE INTERESAR: