No se trata de un influencer. No pretende cambiar el mundo. Pero con su mirada crítica, aguda, sensible, con códigos y mucho humor, nos devuelve con centelleos certeros una mirada de cómo somos los uruguayos con toda la “no nostalgia” regada con unas pocas gotas de generosa compasión. Mientras, radicado en Chicago y fiel a sí mismo, el periodista, músico, escritor y docente Elbio Rodríguez Barilari (Montevideo, 1953) trabaja en pro de lo que siempre amó.
En una entrevista para Página 12, Martin Sassone hace referencia a tu labor como director artístico del sello discográfico Delmark como “reserva ecológica del blues”. ¿Por qué un uruguayo radicado en la cuna del jazz asume tal misión? ¿Qué te orientó hacia ese cometido (eres músico y amante del jazz, pero eres “blanco” y encima extranjero)?
No soy “blanco”. Entendámonos. En Uruguay, a pesar de ser biznieto de indígena, era “blanco”. En EE. UU. cambié automáticamente de raza. En EE. UU. soy un latino, denominación preferida por los que somos de origen latinoamericano. O hispanic, como nos dicen ellos, los otros. Así que de entrada hay que corregir eso de que soy “blanco”. Soy latino, soy miembro de una minoría, con todo lo que eso conlleva. Segundo, el blues estuvo en mi vida incluso antes del jazz. Desde los 14 años en adelante fui un enamorado del blues. Y con Daniel Bertolone, que me enseñó todo lo que sé de guitarra eléctrica, nos castigábamos hasta altas horas escuchando a los maestros y tratando de sacar sus “piques”. Luego me dediqué más a la composición clásica, como todo el mundo debe saber a esta altura, soy el compositor de muchas obras sinfónicas. Y al jazz. Pero siempre con ese amor al blues y en los 90 tuve mi propia banda: Planeta Blues. Acompañando a Andrea Curbelo fuimos la primera banda uruguaya de blues en hacer una gira en Europa y la primera en grabar un CD de blues en Uruguay, para el sello Sondor, grabado en vivo en la Sala Carlos Brussa. Y fuimos elegidos para tocar con Buddy Guy en su primer concierto en Uruguay. Así que mi conexión con el blues viene desde la adolescencia y la profundicé al radicarme en Chicago, desde 1998. Además, Delmark Records es un sello de blues y jazz, las dos corrientes. Siempre lo fue. Así que asumí la tarea con conocimiento de causa y conocimientos musicales, con enorme responsabilidad, mucha dedicación. Mucho respeto, claro. Y tuve mucha suerte.
Hablaste de ayudar a mantener el blues con vida. ¿Está en peligro de extinción? Es un capital cultural que hay que defender y atesorar, pero diste a entender que subyace un tema de segregación racial, además. ¿Qué acciones o plan implementaron hasta ahora junto a Julia Miller, guitarrista, compositora e ingeniera de sonido, que además de ser tu esposa preside el sello Delmark, para cumplir esos objetivos?
Peligro de extinción inmediata, no. Pero hay una presión inmensa para “blanquear” el blues. La mayoría de los concursos, premios, fundaciones, etc., tienden a promover un blues blanqueado. Sus clientelas se sienten más cómodas de esa manera. Los blancos que votan en las encuestas se sienten más cómodos votando por artistas blancos como ellos. Entonces es muy importante mantener el carácter afroamericano del blues, su sentido social, histórico y cultural. Es mucho más difícil promover el blues de verdad que promover productos de blues-rock o rock-blues, tocados a todo volumen y a millón de notas por minuto, pero totalmente vacíos de contenido. Es un tema de consumo y comercialización. A nosotros no nos interesa competir en ese terreno. No interesa mantener el legado histórico que tenemos. En eso consiste nuestro catálogo de más de doce mil canciones de blues y jazz. Lo que hemos hecho es modernizar el modelo del negocio. Digitalizamos todo el catálogo, que está disponible en todas las plataformas. Seguimos reeditando esos álbumes históricos y lanzando nuevos discos de artistas actuales. Hacemos muchos LP, que hoy en día se venden más que los CD. Usamos la tecnología para difundir y para distribuir. Y les ofrecemos acuerdos equitativos a nuestros artistas y defendemos sus derechos.
¿Cómo fue el proceso desde que te fuiste a Chicago en 1998, cuando te contactaron para dirigir La Raza, el semanario más importante de habla hispana en EE. UU.? ¿Te fuiste de Uruguay por eso?
Sí, me fui porque tenía esa oferta de Luis Rossi para convertirme en el editor jefe del semanario, que era en ese momento el semanario en español más importante en EE. UU. Me tentó mucho. Y acepté un contrato por cinco años. A los dos meses ya sabía que me quedaba. Y por supuesto empecé a conectarme musicalmente. Ya tenía contactos y los fui desarrollando. En El País hacía periodismo musical y tenía mi columna de Sábado Show, que me daba mucha libertad. Pero en Chicago pasé a dirigir un semanario con casi 100 empleados, todo un departamento editorial, varios suplementos y 120 páginas semanales. Un lindo desafío. Y me fue muy bien. Ganamos un montón de premios y llevamos la circulación a casi 200 mil ejemplares por semana. En el 2005 Luis Rossi vendió La Raza a una corporación y yo ya no me sentía cómodo. Me pasé al campo académico, primero en la Universidad de Chicago y luego en la Universidad de Illinois, donde estoy enseñando hace 16 años, ya.
Desde 1975 fuiste músico y periodista. Trabajaste en Radio Sarandí con Rubén Castillo, durante 37 años en las Páginas Culturales de El País, tienes una columna mensual en el Semanario Relaciones. ¿Cómo te formaste para el periodismo? ¿Cuáles fueron tus referentes? ¿En qué formato te gustó más hacer periodismo? ¿Y la crítica? ¿Cómo ves hoy el panorama del periodismo cultural en Uruguay?
En 1975 Rubén Castillo me llevó a trabajar a Discodromo, en Sarandí, y seguí por muchos años. En 1977 Jorge Abbondanza me incorporó a la excelente Página de Espectáculos de El País. Aprendí mucho de estos dos referentes, dos de mis mentores. Y desde ahí para acá nunca he dejado de hacer radio y periodismo escrito. También he escrito para la BBC y para el New York Times en español. Hoy tengo un programa que sale hace 18 años en la cadena de WFMT, un espacio semanal de una hora sobre música latinoamericana que se emite en inglés en más de 350 radios en siete países. Y luego de dejar de escribir para El País, donde ya no me sentía cómodo, he seguido escribiendo para otros medios, incluyendo la excelente Revista Relaciones, donde continúo hasta el día de hoy. Respecto a la formación, en los 70 no había escuelas de periodismo. Te hacías directamente en la redacción, en la práctica. Y lo disfruté mucho. Los referentes fueron Rubén Castillo y Jorge Abbondanza, por supuesto. Y en cuanto a la crítica seria de música popular uruguaya, me tocó un poco inventarla. Tomarla con la misma seriedad con que Washington Roldán escribía en la misma página acerca de música clásica. Y terminé escribiendo más de ocho mil artículos sobre música popular uruguaya en El País. Hay gente que no sabe de todas las otras cosas que he hecho. Me recuerdan por el peso de todos esos artículos acerca de la música uruguaya. Otra gente me recuerda por la columna en Sábado Show, por el humor, especialmente. Del periodismo cultural de hoy en Uruguay casi no se puede ni hablar. Hay excepciones individuales, muy honrosas. Pero lo que se ve son camarillas de narcisistas escribiendo para un restringido círculo de amigos. Y sin el menor rigor. Y me hago responsable de lo que digo.
Como docente te capacitaste en el IPA, fuiste al Conservatorio, estudiaste en Alemania y llegaste en el 2007 a dar clases en La Universidad de Illinois de Música Latinoamericana y de Historia del Jazz. ¿Qué te dejó la docencia? ¿Crees que hay cambios necesarios pendientes? ¿Qué le recomendarías a un joven estudiante?
La enseñanza ha cambiado varias veces desde que yo estudiaba. Ahora, al Conservatorio no le debo nada. Era espantoso en la época de la dictadura. Como educadores mi deuda es con Coriún Aharonián, Graciela Paraskevaídis y Héctor Tosar. En la Universidad de Illinois sigo hasta el presente, como dije antes. Y ahora con la inteligencia artificial se plantea todo otro desafío que los educadores todavía no sabemos cómo enfrentar. La docencia ha sido algo permanente en mi vida, desde que le hice suplencias a Carlos Machado en Secundaria cuando yo tenía 20 años. He aprendido tanto de los alumnos como lo que yo les he enseñado a ellos. No sé qué recomendarle a un joven estudiante. Excepto que no subestime la importancia de la educación y que se dedique a estudiar algo que lo haga feliz.
Como músico eres saxofonista, guitarrista y compositor. En los 90 fundaste Planeta Blues, en el 2006 Global Warming. Pero tus composiciones exceden lo jazzístico y alcanzan alto nivel por ej., en música de Cámara. ¿Podrías hablarnos de tus últimas obras?
Ofrendas es una obra para gran orquesta, inspirada en las tradiciones latinoamericanas del Día de los Muertos. Se estrenó en el Simphony Center de Chicago. Canyengue es de inspiración tanguera, estrenada por el Grant Park Festival. Música inmigrante es más como una fusión de inspiración latinoamericana, estrenada por la Chicago Arts Orchestra. Estas dos últimas obras han sido estrenadas también en Montevideo por la Orquesta Filarmónica. Con respecto a la banda Global Warming, duró desde el 2002 al 2005. La que ha durado más es Volcano Radar, que fundamos con Julia Miller en el 2012, con la que grabamos con Paquito D’Rivera, hemos ido a Europa y sigue en pie.
¿Prefieres trabajar musicalmente en grupo o crear más en solitario? ¿Mantienes vínculos con algunos de tus referentes? ¿Con alguna institución en especial? ¿Qué quisieras componer o interpretar en estos momentos? ¿Te consideras un compositor especialmente influenciado por una época o estilo? ¿Cómo ves el panorama de la creación musical hoy en el país? ¿Qué opinas de las plataformas? usas AI?
Crear, lo que se dice componer, en solitario. Y le dedico horas a eso, todos los días. O casi. Por otro lado, me gusta improvisar colectivamente, y para eso Chicago es probablemente el mejor lugar del mundo, con una larga tradición. Ahora estoy componiendo muchas canciones. Grabé una, en el disco de homenaje a Macunaíma, con Fernando Cabrera como invitado. Pero espero grabar varias más muy pronto. Con respecto a la parte clásica me conecto mucho con los compositores latinoamericanos de los años 20’s y 30’s, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, y con brasileños como Villa-Lobos y Camargo Guarnieri. Y entre los vivos, con Leo Brouwer, que he tenido la suerte de tratar, aprender de él y que Leo dirigiera el estreno de mi Concierto para Oboe con la Filarmónica de Montevideo, en el Solís. Todo un honor. Elvira Casanova fue la solista. Con respecto al panorama de la creación musical clásica en Uruguay, lo veo más variado, más abierto que antes. Y aparecen talentos. Lo importante es que salgan, que viajen, que respiren, que no se queden limitados a un ambiente donde les van a tocar una obra cada diez años, con suerte. En la música popular es diferente, y siguen apareciendo talentos hasta de debajo de las piedras. El manantial es inagotable.
¿Cómo presentarías hoy día tu creación literaria? ¿Qué crees que diría Borges de Posibles versiones, de Lugares comunes, Fuera de la nada o La mitad del infinito? ¿Siempre escribes o te tomas espacios de trabajo interior?
Uy… la verdad, me fue muy bien cuando traté a Borges. No lo iba a poner en el aprieto de opinar sobre mí. A Onetti le gustó “Posible versión de Cordes”, un cuento que interactúa con “El Pozo”. Me lo mandó decir por una amiga en común. Más, no sé, porque nunca nos encontramos. De todas maneras, tanto en literatura como en música sigo el consejo que me dio Piazzolla: “Hacé exactamente lo que se te dé la gana y nunca le lleves el apunte a los críticos o a los colegas. Solamente vos sabés lo que vos escuchás en tu cabeza”. Con respecto a los espacios interiores, sí. Siempre. Son imprescindibles.
Eres muy activo en redes sociales. ¿Sientes que eres un activista cultural, como algunos opinan? ¿Qué te parece la respuesta que recibes? ¿Te castigan por ser directo en tus apreciaciones? ¿Eres un provocador exprofeso? ¿Te diviertes haciéndolo?
No me castigan. Para que te castiguen tenés que dejarte castigar. Y yo no me dejo. Nunca me he sentido víctima. Y si intentan, me muero de la risa. Soy un activista cultural, sí. Empecé a opinar públicamente en Discodromo cuando tenía 20 años y nunca paré. A estas alturas tengo un compromiso de no callarme. Un compromiso con la gente. Y a los que no les guste, mala suerte. Y sí, me divierto.
Tu conocimiento del Uruguay permanece muy actualizado y sigues casi todos los temas de actualidad con una mirada crítica y reflexiva no necesariamente tratando de buscar consensos. ¿Sientes que en algún momento puedes volver? ¿Qué te estimularía o no para tomar esa decisión? El vínculo sigue estando ahí nomás, ¿no?
No, sinceramente, no volvería. Uruguay forma parte de mí y de mi pasado. Es mi pasado. Aunque por mis conexiones de prensa y culturales me entero de todo. A veces me entero de cosas antes de que se enteren allá. Pero me sería muy difícil volver a un país sin la diversidad a la que me he acostumbrado. Diversidad de todo, de gente, de costumbres, de cultura. Hasta de comidas. Y me amarga mucho ver que en Uruguay tanto los hunos como los hotros demuestran todos los días que la cultura les importa un bledo. Con la cantidad de talentos que surgen y que se merecen otro apoyo. Entre otras cosas. Y es un país con mucha censura social, con mucha presión del qué dirán. Un país en el que los pelados mandan a los peludos que se corten el pelo. Acá en el norte, por otro lado, están pasando cosas que nunca pensé ver en mi vida. Cosas difíciles y peligrosas. Pero ya iremos viendo. Crucemos los dedos.
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