Kosme María de Barañano Letamendia (Bilbao, 1952) es doctor en Historia del Arte, académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos (Valencia, España), destacado museólogo, curador de arte y docente. Ha dirigido museos en varios países y es autor de innumerables libros, catálogos, ensayos y artículos.
A lo largo de su carrera, Kosme de Barañano ha desarrollado vínculos de trabajo y personales con muchos artistas latinoamericanos, particularmente con los uruguayos Gonzalo Fonseca y Pablo Atchugarry. La Mañana aprovechó su estadía en Uruguay, donde fue curador de una exposición del escultor Anthony Caro en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), para conversar sobre su formación y sus vínculos con el arte escultórico uruguayo y en general.
¿Cómo fue tu llegada al mundo del arte, tu desarrollo y tu gusto por él?
Mi gusto por el arte proviene, en primera instancia, de mi casa. Los domingos, mi padre nos llevaba a mi hermano y mí al Museo de Bellas Artes de Bilbao a ver un cuadro, solamente veíamos un cuadro, dependiendo de la época del año y la sala. Mi padre no era del mundo del arte, pero para él era como un ritual. Visitábamos a una tía mayor enferma, íbamos al museo, él se tomaba un vermut y nosotros unas patatas fritas. Pero te quedabas con la imagen de Goya en el Museo de Bellas Artes, el mejor museo en España después del Prado.
Después, el segundo momento de acercamiento al arte tiene que ver con que hablo muchos idiomas, pero los hablo todos mal porque tengo mal oído y mala pronunciación, por lo que en un momento empecé a fallar en las clases de inglés en el colegio y mi padre me envió a aprenderlo con un amigo de él, José María Uzelai, un pintor famoso en el País Vasco que se había exiliado durante la época de Franco y estaba en el mismo pueblo de veraneo que nosotros. Entonces fui a aprender inglés y además adquirí un gran interés y amor por la pintura. Él era un pintor conocido. En el pabellón de España para la Exposición Universal de 1937, en París, que incluía los pabellones del País Vasco y de Cataluña, fue el comisario o curador del pabellón vasco, donde estaba el Guernica de Picasso. Era un personaje muy relacionado en la época. A mí me sirvió como una gran guía porque me daba todas las semanas dos libros para leer en casa, en inglés, francés y también en español. Y cuando los devolvía le tenía que hacer un resumen en dos minutos de lo que contaba el libro y en otros dos minutos cuál era mi opinión, si me había gustado o no. Eso me dio una musculatura intelectual impresionante. Tenía 14 años.
¿Cómo continuaste los estudios de arte?
Lo hice en contra de la voluntad de mi padre, porque Bilbao es una ciudad industrial y necesariamente todo el mundo tenía que ser ingeniero, pero yo quise hacer Historia del Arte y mi padre dijo que no. Entonces me apunté en la marina mercante porque era la forma de ver el mundo y eso no le pareció mal. Después hice Historia del Arte porque me ha gustado, no pinto ni toco ningún instrumento, ni bailo, pero me gusta el mundo del arte.
Has desarrollado tu carrera no solo en España, también has trabajado en otros países.
Estoy casado con una americana, y he sido catedrático de Historia del Arte antes en Alemania que en España. He vivido muchos años en Alemania, también en Italia, he sido profesor en Venecia, dos semestres. He hecho dos exposiciones en la Bienal de Venecia y en la Academia de Venecia. Cosas de la vida: mi mujer es americana y yo hoy estoy en Maldonado.
¿Ya conocías Uruguay o es tu primera vez?
Es mi primera vez. Me ha parecido fantástico. Lo más impresionante ha sido –aunque yo sabía que a Pablo Atchugarry le gustaba Gonzalo Fonseca porque hay dos catálogos míos, quizá los más importantes sobre Fonseca, y se los había enviado– ver su pieza aquí y la de Piero [Atchugarry]. No se trata de un “cuadrito” de Fonseca, es una pieza clave en su historia, Y la pieza de Piero, ese mural, también es de gran museo. Por su parte, las dos piezas de Pablo, los dos olivos, también son extraordinarias.
Con Pablo Atchugarry son amigos desde hace tiempo. ¿Cómo fue ese encuentro, cómo se conocieron?
Lo conocí en Venecia porque voy mucho y tengo muchos contactos allí, uno de ellos es el dealer que Pablo tiene en esa ciudad. Lo conozco desde hace muchos años y compartimos el interés por la materia. Una cosa que no he contado de Fonseca es que vivía medio año en un pueblo en Carrara, donde están las canteras de piedra, y conocía todos los caminos. Con él hemos recorrido y observado cómo se bajaba la piedra como en la época de Miguel Ángel. Pablo tiene también ese amor por la materia, por la cantera. Tiene la misma visualidad que Miguel Ángel para ver un bloque cortado y saber si tiene veta o no. Es un conocimiento de muchos años, de mucha intuición y de mucha visualidad.
¿Qué otros artistas de Latinoamérica has conocido?
La amistad con Gonzalo Fonseca es vital para mí. Hemos ido de vacaciones juntos, para estar con él, hablando y leyendo y nos pasábamos horas. Ahora te vas a la Siri o Wikipedia y preguntas, pero yo he llamado a Fonseca, cuando estaba en Nueva York o en Italia, para consultarlo por cualquier cosa: “Gonzalo, ¿cómo se dice tal cosa en arameo?”. Y tardaba dos segundos en responder. Era una enciclopedia viviente, un hombre del Renacimiento, con un gran manejo de idiomas, de profundidad filosófica, con conocimientos de arqueología e historia, pero no solo de libros, sino sobre el terreno.
Conozco la obra de Torres García y he hecho exposiciones suyas. También conozco a Roberto Matta, Jesús Rafael Soto, a la viuda de Wifredo Lam. Tengo amistad con Julio Larraz, un pintor cubano que vive en Miami.
¿En qué lugar ubicarías a Pablo Atchugarry en ese contexto, y más ampliamente en el de la escultura contemporánea?
Atchugarry es un fenómeno. Cuando ves sus piezas, piensas que es fácil, sencillo, lo que es propio de los grandes artistas, que hacen cosas muy complejas que cuando las ves parecen fáciles. La escultura del siglo XX tiene cuatro líneas. Una proviene de Rodin, Brâncuși, sigue la estatuaria clásica, la pieza, el bloque de bronce o de mármol como elemento formal, y eso está en Atchugarry. Otra línea es la escultura que hacen los pintores como Matisse, Gauguin, Renoir, que no es conocida por el gran público, pero los artistas contemporáneos si la conocían. Esa escultura que proviene de pintores, que no son escultores que ya están pensando en tres dimensiones desde jóvenes, está también presente en Atchugarry, quien empezó con la pintura. Una tercera línea es producto de un cambio mental a principios del siglo XX, que proviene de la arqueología y de la antropología, de Stonehenge, de toda esta gente que se vuelve al paleolítico, al neolítico, la pintura de las cuevas, los menhires y empiezan a sacar la escultura, como Henry Moore, al aire libre, a colocarla en el paisaje. También Atchugarry está ahí, o sea, sus piezas están para la naturaleza. Y la cuarta corriente es la que arranca con Picasso, cuando deconstruye, coge elementos, por ejemplo, un manillar de bici y un asiento, y hace la cabeza de un toro. Todo eso abre una línea que luego siguen Julio González, David Smith en Estados Unidos y es en la que entra Anthony Caro. Pero en esa línea no entra Atchugarry, él compone a través del bloque, no va añadiendo cosas. O coge un olivo, una raíz de olivo y ve la escultura que está dentro. La expresión de Anthony Caro es como lo contrapuesto.
Por cierto, has sido el curador de la obra de Anthony Caro que llegó al MACA, ¿cómo organizaste la exposición?
He intentado, en el espacio de las cinco salas, presentar cinco momentos para que la gente pueda entender una obra de 60 años. La primera sala son dos piezas con 30 años diferencia, pero organizadas como composición de elementos. En la segunda sala hay tres piezas grandes, de décadas muy diferentes. La tercera es una especie de popurrí con varias piezas, de manera que la gente pueda ver cómo va trabajando con diferentes materiales. La cuarta es para comparar el sentido de la escala. Por último, la sala de los dos dibujos, con un poco de referencia a Picasso y a Miró.
¿Qué es el arte para ti y cuál es su lugar en el presente?
El arte es una forma de pensar y mejorar el mundo. Algo que nos abre horizontes como la literatura o la poesía. Y soy optimista, creo que estamos mejor que nunca, esto es un ejemplo [por el MACA]: un artista privado que hace un museo. No creo que hubiera en el siglo XIX artistas que hicieran esas cosas.
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