Un momento como el actual, de tensiones y competencias geopolíticas, en el que muy pronto asumirá un nuevo gobierno en nuestro país –un Uruguay que necesita salir del estatismo y de la inmovilidad en que se encuentra desde hace décadas–, nos recuerda a aquel fragmento del libro de Arturo Ardao La inteligencia latinoamericana, en el que el filósofo nacional se refiere al gran problema que afecta a nuestra región en lo que respecta a ser más consumidores que productores:
“La filosofía latinoamericana, manifestación no única de la filosofía en Latinoamérica, es la que especialmente nos importa en lo que respecta a su función actual. En el seno de la última, es dicha manifestación la que representa, no el mero conocimiento filosófico, por funcional –positivo o negativo– que en cualquier caso sea sino el propio filosofar. Bajo el primer aspecto, el sujeto del conocimiento lo es solo como su consumidor; bajo el segundo, lo es como su productor. […] A lo largo de su historia, Latinoamérica ha sido más consumidora que productora de filosofía. No se trata, claro está, de invertir los términos; pero sí de equilibrarlos o balancearlos”.
En definitiva, el problema que señalaba Arturo Ardao –ser en mayor medida consumidores que productores– no solo es aplicable a la filosofía, sino también a la economía, a las ciencias, a la tecnología, a la producción e industria nacional, etcétera. Y en ese sentido, sigue siendo un debe en nuestro país el fortalecer la iniciativa privada uruguaya.
De hecho, como bien señaló para La Mañana Marcelo Sibille, gerente de asesoramiento económico y financiero en KPMG Uruguay: “La mayoría de los empresarios valora la estabilidad macroeconómica, pero persiste la preocupación por la competitividad”.
Ahora bien, cabe preguntarse, ¿por qué, a pesar de los sucesivos diagnósticos económicos y sociales que se han realizado a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años, no se ha encontrado una solución política al problema?
En definitiva, esta realidad parece estar muy ligada a lo que ha sido el modelo de Estado implementado por el Frente Amplio como parte de su proyecto de país a partir de su primer gobierno, basado fundamentalmente en el endeudamiento nacional y en el aumento del gasto público, favoreciendo a los consumidores, pero castigando a los productores.
Sin embargo, el nuevo gobierno del Frente Amplio (FA), tal como le sucedió a Tabaré Vázquez en su segundo mandato, no tendrá el viento de cola propiciado por un escenario internacional favorable, amparado básicamente en el vertiginoso crecimiento de China. No hay que olvidar que fue justamente esta tendencia económica –beneficiosa para los países exportadores de commodities– de principios del siglo XXI la que le permitió al FA un aumento –por no decir derroche– del gasto público, y obtener de esa forma réditos políticos, sobre todo a nivel de relato. Ahora bien, este escenario inmejorable fue efecto de un momento histórico que ya tocó su techo, y no solo eso, sino que, además, desde la pandemia de covid-19 aún no se han podido recuperar las ratios de crecimiento global que habían antes de ella.
No obstante, el aumento del gasto y de la recaudación a partir del primer gobierno del FA –a través del IRPF, IASS, etcétera– no generó una mejora y una sostenibilidad a largo plazo del sistema social y económico uruguayo. Por el contrario, provocó un mayor déficit fiscal con la excusa de implementar políticas “sociales”. Y, peor todavía, ese gasto y esas políticas fueron totalmente ineficientes, tal como lo hemos visto dos décadas después. Pues como bien señala el Libro blanco de reforma penitenciaria en Uruguay, de la doctora en sociología Ana Vigna, presentado en diciembre del año pasado, entre 2000 y 2023, mientras la población general creció un 2,8%, la cantidad de personas privadas de libertad aumentó un 243%, alcanzando una tasa de 432 reclusos por cada 100 mil habitantes, la más alta de América del Sur y la octava más alta del mundo. Este dato, en definitiva, refleja que las políticas implementadas no han tenido los efectos deseados en lo que atañe a los niveles educativos, niveles de cohesión social o de reinserción social.
Lamentablemente, se ha instalado en el electorado la falsa idea de que mayor gasto es igual a mayor bienestar, sin considerar los efectos a largo plazo de tener una economía que en las últimas décadas ha tenido un pobre desempeño en lo que refiere a su crecimiento y a su competitividad. Y dentro de gran parte del imaginario colectivo nacional palpita la idea de que el Estado debe ser una suerte de padre dadivoso, que por su estatura, peso y dimensión parece haber confundido su verdadera naturaleza y el objeto propio de su ser, convirtiéndose en una suerte de paquidermo que no solo se mueve con lentitud, sino que no parece llegar a ningún sitio en concreto.
Ahora bien; ¿a qué le llamamos el bazar global? El nuevo mandato de Donald Trump al frente de Estados Unidos no solo ha levantado polémica a nivel de la opinión pública internacional, sino que su triunfo puede explicarse como un síntoma del descontento que comienza a haber en distintos países respecto a las políticas que se han implementado en los últimos cincos años en Estados Unidos y en la Unión Europea. Y en ese sentido, es evidente la fragilidad del escenario geopolítico global que se instaló desde la pandemia de covid-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania en adelante.
En esa línea, según Politico, “el presidente Donald Trump firmó el lunes por la noche una orden ejecutiva retirando a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud. La medida, que era ampliamente esperada, hará que Estados Unidos abandone el organismo de salud mundial dentro de un año a partir de la notificación oficial a las Naciones Unidas y la OMS, que Trump encargó al recién confirmado secretario de Estado, Marco Rubio”. De forma que el organismo mundial de salud no solo podría perder cientos de millones de dólares en financiación, sino que además Trump fijaría un precedente importantísimo en lo que refiere a la idea de defender la soberanía nacional por encima de cualquier organismo de cuño globalista.
Por otra parte, a pesar de las ambiciones regionales de que haya una mayor apertura de Estados Unidos hacia la región, lo cierto que es ya dejó en claro cuál iba a ser su postura al afirmar: “Estados Unidos no necesita a Latinoamérica, ellos nos necesitan a nosotros”.
Frente a nuestras circunstancias actuales, la realidad resulta obvia y hasta dolorosa, mas ese no debería ser un impedimento para seguir nuestras más justas ambiciones. Parece ser imprescindible para el gobierno de Yamandú Orsi saber moverse en los estrechos márgenes que le tocan. Pero resulta al menos esperanzador lo que ha afirmado Alfredo Fratti –el futuro ministro de ganadería– en entrevista exclusiva para La Mañana: “Nosotros tenemos que crecer y lo que tenemos más cerca para hacerlo es que nazcan más terneros”, y también agregó: “Creo que hay que revisar la Ley Forestal. La intención de los legisladores cuando se votó la ley original era clara y fue exitosa. Trajo y sigue trayendo beneficios al país. Me parece que después de 30 años hay que ver en qué estamos. Una de esas cosas es que se debería respetar la voluntad de los legisladores que en su época realizaron una ley que creo que dio resultado, pero que claramente establecía que los bosques se iban a ubicar en aquellas tierras menos productivas. Sigo pensando que aquellos legisladores en 1987 tuvieron razón y que tuvo razón el Parlamento en 2021 cuando aprobó por mayoría la ley que aclaraba la situación y que, lamentablemente, luego fue vetada. Por lo tanto, considero que hay que volver sobre el tema”.
En definitiva, potenciar el agro para seguir creciendo debería ser uno de los principales caminos a seguir y para eso no solo se necesitan que nazcan más terneros, sino que, además, se necesita disponer de las mejores tierras para toda la actividad agrícola. Con esto nos referimos al gran problema de la expansión de la forestación sin seguir un meticuloso orden que determine el mejor uso de la tierra de cara al futuro. Por otra parte, teniendo en cuenta los avances en el mundo financiero que hacen que una persona –aunque no sea dueña de una hectárea ni de un ternero ni de un eucaliptus– tenga dinero invertido ahí, hay que reformar los controles del Banco Central del Uruguay, de forma que el verdadero potencial de nuestro agro no encuentre más limitaciones.
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