La semana pasada hablamos de la alternativa que se le presenta al señor presidente electo entre gobernar para todo el país, construyendo a la vez un poder personal, que es una posibilidad cierta puesta a su alcance por unas circunstancias históricas excepcionales, o gobernar para su partido, como lo ha hecho la coalición frentista en sus tres administraciones.
Los primeros pasos nos están demostrando una clara inclinación hacia un gobierno de partido, lo que viene a tener su lógica dada la complejidad de una interna difícil de domeñar, si de lo que se trata es de satisfacer las exigencias electorales de todos los grupos, subgrupos y facciones que reclaman su parte en el triunfo del conglomerado, cuyas fuerzas se reúnen por yuxtaposición o suma y no por integración dialéctica.
La demostración más cabal es el tema de la planta potabilizadora, cuyo contrato acaba de firmar el presidente saliente. La solicitud del electo presidente Yamandú Orsi por carta dirigida al actual mandatario, Luis Lacalle Pou, aún en funciones, significa desconocer en forma absoluta la gravedad de la sequía que sufrió el país y sus productores y que por milagro de la divina providencia finalizó un poco antes de lo que hubiera sido un colapso catastrófico.
Podrán alegarse discrepancias, como ocurre con todo emprendimiento de importancia, pero no existen razones sólidas para rechazarlo. Los embates del presidente electo y del próximo ministro Ortuño no son de suficiente entidad para ameritarlos y mucho menos lo son las razones de orden económico que se alegan.
Mala memoria tienen el presidente electo y su futuro ministro si se ponen a discutir por el endeudamiento de una nueva fuente de producción de agua potable.
Porque alegar la obra de Casupá, que es solo un reservorio de agua, no soluciona nada. Y endeudarse por una obra que nos pone al amparo de la posibilidad cierta de otra sequía es olvidarse de que en las gestiones del frenteamplismo a Ancap hubo que recapitalizarla en 800 millones de dólares, que por obra del Cr. Danilo Astori y su amigo Campiani entre Pluna y Alas Uruguay se perdieron 200 millones de dólares y que la famosa regasificadora de Mujica costó hasta ahora 300 millones y seguirá costando hasta que se decida la extracción de los pilotes que con sorna recordaba el extupamaro Zabalza como testimonios flagrantes del fracaso de una gestión errónea.
Poco mérito y orfandad argumental le vemos al pedido de Orsi y Ortuño, y aplaudimos la decisión del presidente Lacalle Pou de culminar la gestión de un proyecto que ha llevado largo tiempo de estudio y análisis durante su mandato y que obedece a una necesidad que no admite postergaciones.
Hoy en día se le puede preguntar a los productores agrícolas y lecheros sobre la necesidad de la obra, vista la sequía que actualmente los preocupa y ante la que solo cabe una solución: aguantar y tener esperanzas.
Mala decisión sería la del presidente Lacalle si se abstuviese de suscribir un contrato que se trabajó con toda seriedad durante su administración y que se hace en cumplimiento de una necesidad nacional comprobada y acuciante que no da margen para caprichosas dilatorias.
Porque los fundamentos del reclamo en lo técnico se refutan ampliamente por quienes en su proyecto ya han escuchado todas las voces y analizado todas las alternativas, incluyendo facetas que suponen atender los diversos reclamos planteados por parte de quienes de una u otra forma consideraban afectados sus intereses. En lo económico, ya hemos manifestado que las administraciones frentistas no se han caracterizado por la prudencia o la contención en el gasto de los dineros públicos.
Por el contrario, se ha insistido en el despilfarro, el gasto inconducente y la pérdida de millonarias sumas invertidas en proyectos de quiméricas ilusiones, sin estudios de factibilidad ni necesidades apremiantes de realización, como es el caso de una nueva fuente de producción de agua potable.
Es más, sería una irresponsabilidad de presidente saliente acceder a un reclamo para detener la obra, que parece no tener en cuenta las muy duras lecciones de la realidad.
O acaso el presidente electo y su futuro ministro reclamante, cuya experiencia en la materia no obedece a una especialización académica, sino que se reduce a una gestión de un período en OSE representando a la minoría, son capaces por sí mismos de ponernos al amparo de un colapso que como todos sabemos es impredecible, inevitable y no causado por la voluntad humana.
De tal modo que ha sido correctísima, atinada y de absoluta necesidad la actitud del señor presidente Lacalle Pou en desatender una solicitud de insólita ligereza y singular desapego ante una necesidad del país y del sentir colectivo de llevar adelante una obra que resguarda a la gente y a la producción y las pone al amparo de cualquier calamidad proveniente de los avatares climáticos.
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