Frente a los problemas que enfrenta la granja para subsistir, algunos productores consideran que hace falta un instituto para solucionar y atender los problemas en la producción, que se traducen en pérdidas para todos los productores. Un claro ejemplo es lo que está pasando actualmente con los tomates.
Nunca hubo dudas y la pandemia reafirmó la importancia de la granja respecto a la soberanía y la seguridad alimentaria del país, sin embargo, aún falta avanzar en políticas que den estabilidad al productor, que es quien pone sobre nuestra mesa los alimentos que consumimos a diario. Parece una obviedad que no se respeta, pero ya no se puede dilatar más la puesta en marcha del Instituto Nacional de la Granja para que el sector unifique criterios y políticas que beneficien y den certezas al productor y a toda la cadena hasta el consumidor final.
Este año hay un “exceso de cosecha” de algunos productos de granja, dijo a La Mañana Erick Rolando, directivo de la Confederación Granjera del Uruguay. Eso sucedió “por no tener un sistema de planificación sobre qué plantar o no plantar”, cosa que estamos viendo ahora y de forma muy clara y grave en los tomates. “Ni siquiera se están cosechando, se dejaron abandonados porque hubo un momento en que no tuvieron precio, aunque ahora se está comenzando a regular, y eso puede pasar con varios rubros porque no hay herramientas fidedignas para conocer la intensión de siembra de los productores”.
Eso que vemos ahora con los tomates “es normal que pase con varios rubros”, incluyendo a la fruticultura, donde tenemos un caso particular “por la importación en exceso de manzanas que ahora se están cruzando con la nacional”, distorsionando el mercado.
La situación del tomate es diferente, lo que sucedió es que “se plantó de más” en “condiciones del clima que fueron normales”, lo que “generó una sobreoferta que el mercado no alcanzó a cubrir. Por oferta y demanda, cuando la oferta es mucha los precios bajan y la baja fue tal que se tiró mercadería y se abandonó la producción porque no daba ni para pagar la cosecha”, señaló.
“Ese es un problema del sector, que no tiene forma de medir las plantaciones”, dijo Rolando, “sumado a los avances de la tecnología, los apoyos que se dan para riego que hacen que sea más confiable y estable producir”, lo que es bueno, pero tiene la contracara de que “no se exporta porque somos un país muy caro respecto a la región. Todo eso llevó a tener los excedentes” de tomates tipo americano que se consumen frescos.
Ese tipo de tomates “no es muy apetecible para la industria porque tiene mucha agua y sacarla es un costo energético para la industria nacional”. A su vez, nuestra industria “no tiene apoyo, en estos momentos de crisis. Si lo tuviera, se podrían sustituir importaciones” y revertir que “actualmente el 80% del consumo de pulpa de tomate es importado”, aseguró el productor y directivo de la Confederación Granjera del Uruguay.
Importancia del Instituto Nacional de la Granja
Rolando reivindicó la necesidad de contar con el Instituto Nacional de la Granja, “el cual ya está votado y solo falta reglamentarlo y ponerlo en funciones”. Con una institución como esa, “la situación sería otra porque, entre otras cosas, nos permitiría planificar a futuro la intención de siembra”.
En contraste, “uno observa lo que está pasando con el Inavi [Instituto Nacional de Vitivinicultura], que desde hace meses está buscando una solución a la cosecha que viene, porque no se va a poder colocar en su totalidad. Esa es la agilidad que le da un instituto público que se rige por derecho privado y cuenta con otros mecanismos para tratar y accionar en situaciones de complejidad”.
Un Instituto de la Granja “no va a ser la gran solución a todo, pero a futuro, si pensamos en políticas de Estado y a largo plazo, es la herramienta necesaria para desarrollar al sector y la exportación”, explica Rolando.
“Uruguay tiene grandes posibilidades de tener productos diferenciados” en los que “no es tan importante el costo. Hay mercados que demandan esa diferenciación, con productos que cuiden el medioambiente, que marquen la huella social, de agua y de carbono. A eso podemos llegar porque a través del MGAP, junto con INIA y la Facultad de Agronomía se ha trabajado muchísimo en ese tipo de normas, lo que hace que tengamos un producto en mucho más inocuo que la gran parte del tomate que se produce en el mundo. Si certificamos ese tomate, tendríamos un plus para acceder a mercados a los que ya se llega con la carne”.
Ese potencial exportador “no solo lo tenemos en las hortalizas, también en el área frutal”. Todo eso “necesita de la institucionalidad” y “un acuerdo entre los partidos políticos para crear una política de Estado que se mantenga cualquiera sea el gobierno”.
Por otra parte, Rolando destacó que el productor granjero de Uruguay “absorbe muy rápido el avance de la tecnología y en el caso de la horticultura está muy avanzada, alcanzando producción a niveles del mundo desarrollado; también en la fruticultura”. Lo que falta “es el capital para hacer las inversiones necesarias, pero rápidamente se podrían conseguir inversores extranjeros que se asocien para abastecer determinados mercados tipo inversión venture, como existe en otras partes del mundo”. Para todo eso “necesitamos voluntad política”, subrayó.
“La granja puede dar mucho en producción, mano de obra y en ingresos de divisas”, y si hay institucionalidad y políticas claras que perduren en el tiempo, “podrían generarse soluciones para los segmentos de la sociedad que están muy cerca de las producciones granjeras, otorgando trabajos dignos”.
Qué hacer con el tomate que no se comercializó
Otra arista del problema es qué hacer con el tomate que no se comercializó. La presencia de esa producción en las chacras acaba descomponiéndose y se convierte en un foco de enfermedades: “Los que hacemos producción integrada estamos obligados a destruir todo lo que es descarte, pero en este caso el producto fue al mercado, regresó y hubo que tirarlo. También hay tomate en la planta que no fue cosechado porque los números no dan ni se genera rentabilidad para todo el proceso que sigue después de la cosecha”, explicó.
En los casos de la planta de tomate que no se cosechó, “se arranca y se quema”.
Productivamente, los pasos a seguir pueden ser “replantar algún otro cultivo, siendo muy cuidadoso en qué se planta porque son pocas las opciones que pueden producirse en los tres meses que quedan del período estival”.
Hay que “evaluar qué plantar para evitar que todos los productores plantemos lo mismo, porque si cometemos ese error nos va a pasar exactamente igual que con el tomate, generando un exceso que no se puede colocar”.
Los tomates en invierno
Rolando destacó la importancia de la granja en la soberanía alimentaria, que asegura contar con alimentos de calidad a precios razonables, algo que todos vimos durante la pandemia. Esa soberanía también permitió la donación a los sectores más carenciados, datos que están documentados, y también afecta la conformación de IPC (Índice de Precios al Consumo), el cual es regulado en un 3% por las frutas y verduras.
En el invierno pasado el tomate, con toda la tecnología y el costo que lleva, se vendió a precios de ruina. “No se tiró porque se vendía, pero a costos tales que el productor no cubrió lo que invirtió, aunque al menos pudo recuperar algo”.
Los precios estuvieron muy bajos para lo que son los costos de un producto de excelencia como producir tomate en invierno, que exige una tecnología especial y mano de obra especializada que se agrega a la inversión.
Los productores de tomate se encuentran en el sur –en los departamentos de Montevideo, Canelones y parte de San José–, y en el norte, donde se produce mayormente en invierno. “Lo que está pasando es que la tecnología avanzó tanto que esa ventana que había en invierno se está cruzando con la del sur, que también ha adelantado mucho en tecnología en cuanto a invernáculos. Las dos cosechas se cruzan, generándose los problemas de mercado” descriptos.
Excesiva importación de manzanas
En el caso de las manzanas, la situación es diferente a la de los tomates: “Se da porque se importó mucho más de lo que se sabía que se iba a consumir. No se entiende por qué, conociendo el mercado, se compró tanto, a no ser que fuera para descontar el IVA, lo que nos lleva a otro negocio que compite de forma desleal con la producción nacional”, planteó. Es que “los tributarios de Irae prefieren comprar importada porque descuentan el IVA, cosa que la nacional no”, por tanto, en plaza vamos a ver “manzanas de menor calidad que la nacional, porque es una manzana cosechada en agosto, mientras que la nacional se está cosechando en este momento y es de excelente calidad”.
“Tenemos un producto que compite con cualquier manzana del mundo”, aseguró Rolando, y “si hacemos una cata en algún lugar de venta, por ejemplo, de la manzana gala nacional, veremos que la nuestra es superior a la importada en cuanto a sabor y presión, es muchísimo más dulce y crocante”.
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