Renato Opertti brindó a La Mañana una entrevista desde su hogar ubicado en Pinares, Maldonado, a donde decidieron mudarse en busca de un espacio con más verde junto con su esposa, Noralí, en época de pandemia, como tantos uruguayos. Opertti es sociólogo y máster en investigación educativa. Actualmente es presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos, asesor de gobiernos, organismos internacionales e instituciones públicas y privadas en diversas regiones del mundo. Se desempeñó como especialista senior en educación de la Unesco por 20 años.
¿Por qué se te ocurrió estudiar sociología? ¿Viene de familia?
Te diría que es como una confluencia de elementos. Mi padre fue profesor de Derecho Internacional durante mucho tiempo y mi madre maestra y directora de centros educativos. Siempre tuve la sensibilidad por los temas sociales, educativos, de formación. De chico leía mucho sobre temas sociales, en un contexto muy particular del Uruguay –era el período de la dictadura–, con lo cual era difícil, aunque en mi casa circulaban y había muchos libros. Yo era un poco ratón en la biblioteca, me gustaba leer y estudiar, y siempre tuve esa preocupación por lo social. Fui al colegio Richard Anderson desde educación inicial hasta cuarto año de liceo, donde mi madre ejercía.
¿Tuviste alguna experiencia que marcara el camino de tu elección?
A mis 16 años, tuve dos experiencias que fueron interesantes. Una, fue en 5º de liceo, cuando tuve la posibilidad de ir cuatro meses al Colegio Seminario. En pleno período dictatorial armamos un semanario. En aquel tiempo había mucho diario, mucha discusión con compañeros, incluso algunos son comunicadores, como Mauricio Almada y Javier Miranda, con quienes éramos compañeros de clase y de la misma generación. Javier de Haedo, Omar Paganini, mucha gente distinta que tuvimos la posibilidad de encontrarnos en un espacio de diálogo en un país muy resistido a eso. La otra experiencia importante fue que mi padre en ese momento empezó a trabajar en la Organización de los Estados Americanos (OEA) con sede en Washington, y por ese motivo inmigramos por tres años. Estados Unidos era y es una democracia y en aquella etapa era muy distinto de nuestro país, naturalmente.
En la secundaria tuve posibilidades de ver los temas sociales y la democracia en funcionamiento, de buscar explicaciones y respuestas y todas esas cosas me llevaron a mis tres grandes intereses, que son las ciencias sociales (donde incorporo la sociología, pero también la antropología, la psicología), la educación (hoy es muy amplia y es mi pasión de vida) y la filosofía, ya que es el tema del que más me gusta leer, incluso en un momento vacilé entre estudiar filosofía o sociología.
¿Qué sucedió cuando retornaste a nuestro país?
Cuando regresé al Uruguay, esa confluencia familiar y ese conjunto de experiencias –dentro y fuera del país–me llevaron e inclinaron a inscribirme en Estudios Sociales ya que en aquel tiempo no existía la Licenciatura en Sociología. Cuando volvió la democracia se regularizó y se hizo la carrera, fuimos una generación muy linda y los primeros egresados de Sociología posdictadura. Al principio de mi vida trabajé mucho en sociología, en investigación, en temas de salud, en políticas sociales, en pobreza, en infancia, pero la vida me llevó a meterme cada vez más en el tema de la educación, siempre desde una visión interdisciplinar.
Desde el punto de vista del conocimiento, lo que más me gusta es la capacidad de conectar cosas, ideas, enfoques, propuestas. Post pandemia escribí una serie de libros en los que trato de integrar conocimiento de filosofía, sociología, ciencia política, educación, neurociencia, antropología. Leo mucho sobre lo que va sucediendo en el mundo y ahí recorro muchas lecturas distintas, libros, publicaciones periódicas. Hoy el acceso a internet nos posibilita acceder a varias publicaciones en línea. Me desafío a mí mismo a conectar y darles sentido a las cosas, por suerte una parte del tiempo lo puedo dedicar a eso.
El conocimiento es algo tan importante y no todas las personas lo comparten, cuando lo compartimos aprendemos, pues vos al compartir estás reafirmando tus conocimientos. Si el docente es “bueno o malo” condiciona el aprendizaje.
Lo que decís es totalmente cierto y me da pie para varias cosas, primero, hablar de un educador, filósofo francés, pensador universal: Edgar Morin, que de alguna forma va a lo que decís. Hoy en día la complejidad de los fenómenos individuales, colectivos, sociales –como quieras llamarlos– requieren de una mirada mucho más profunda de lo que habitualmente se hace. En educación, como en otras áreas, me preocupa mucho. Necesitamos saber cómo se renuevan las categorías de pensamiento para pensar la complejidad del mundo en que vivimos y eso no lo da hoy el conocimiento fragmentado en disciplinas o en especialidades, que es absolutamente necesario, pero no permite entender la complejidad de los fenómenos. Eso está detrás de mucha incomprensión respecto a dónde poner el foco en los temas que hay que encarar. Por diferentes razones, caemos en simplificaciones de fenómenos complejos y la respuesta que se da desde la política pública a fenómenos complejos con respuestas simplificadas es un camino inconducente con mucha frustración. Hay que retomar la idea de la globalidad del ser humano, que es un todo indivisible, ahí hay una necesidad de atender la complejidad. El segundo punto muy importante que nombrás es el de aprender y compartir, lo que más me gusta es escribir una columna de opinión.
¿Te identificás con alguien al escribir tu opinión?
Sí, pero nunca vas a ver una nota o columna que haya escrito sobre un aspecto o tema de coyuntura para posicionarme de una manera u otra porque eso es parte del quehacer diario –que es parte de otro tipo de recorrido que no es el que yo quiero hacer–. Me identifico Fernando Santullo, que escribe de una manera que también refleja la idea de ir más allá de la coyuntura. Para mí es un referente en cuanto a la manera de ver las cosas, tiene esa visión de no estar “atado” a ninguna corriente, “no tiene pelos de la lengua”, dice cosas profundas y conecta ideas diferentes de temas diversos. Me encanta leer columnas donde se nota el pensamiento detrás, me aburren mucho las columnas descriptivas, me generan un cierto grado de incomodidad intelectual.
La tecnología es buena pero también distrae, cada vez nos miramos y nos prestamos menos atención.
Es bien interesante el tema de la atención. Hay todo un debate respecto a las tecnologías digitales, vivimos en un mundo digitalizado. Las tecnologías no son el problema, el desafío es cómo los humanos usamos las tecnologías para direccionar los objetivos que tengan que ver con nuestro bienestar, con nuestra convivencia, con nuestro desarrollo. La tecnología no nos puede privar, el problema es de nosotros mismos, de tener los tiempos. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han habla de las pausas, los tiempos para pensar, para dejar que el inmediatismo no nos “coma”, no nos absorba, tenemos que darnos tiempo en la vida para madurar, para ver las ideas, para entenderlas.
La atención en educación es un problema grave, porque no estamos dándole muchas veces a los niños y a las niñas los tiempos suficientes para que maduren sus conocimientos. Viven permanentemente saltando de una cosa a otra y no hay profundidad en los conocimientos para poder, justamente, tener la capacidad de ser libres. Porque uno es libre en la medida en que es capaz de manejar la lengua, de comunicarse, de producir, de relacionarse con el otro, de comprender, si esas cosas no pasan o no nos damos tiempo para que ocurran, después tenemos los problemas que indudablemente se dan más adelante, de convivencia, etcétera.
¿El conocimiento no está tan valorado en Uruguay?
Lamentablemente, en Uruguay el conocimiento no tiene la valoración necesaria, es algo accesorio a las políticas públicas o a la evidencia. Hay mucho discurso y poco conocimiento real de las cosas. Si el Uruguay aspira a ser una sociedad en términos de más desarrollo tiene que lograr tener una base más fuerte de conocimiento en la sociedad y este debe estar mucho más incorporado al ADN de los uruguayos y uruguayas. El ejemplo de lo que Uruguay exporta en servicios de tecnología, fundamentalmente de programaciones, a países como Estados Unidos, demuestra que eso es conocimiento, talento humano, capacidad humana. Si queremos una sociedad integrada, cohesionada, inclusiva, necesitamos hacer una apuesta mucho mayor al conocimiento y este tiene que estar mucho más presente en las bases de desarrollo de la sociedad.
El Uruguay tiene un problema muy serio con el futuro, vivimos muy apremiados por la coyuntura, siempre estamos pensando en la inmediatez, nos cuesta tomar decisiones para pensar en las nuevas generaciones. Tenemos que elevar la calidad de las discusiones en democracia y la calidad de las políticas públicas y de las miradas, hay que tener más profesionalidad, profundidad en los temas. Es un país que tiene una democracia basada en partidos políticos relevantes, pero le está faltando entender que no es suficiente. Cuesta pensar las cosas más allá de la discusión diaria de “ping-pong”.
¿Por un lado está lo teórico y por otro lo práctico?
Hoy el mundo es de integraciones. Ya no se habla de conocimiento teórico-práctico, no hay diferenciación entre ambos, se habla de conocimiento donde uno entiende, contextualiza, aplica, evidencia y vuelve el círculo. Todo es parte de un proceso donde tenemos que ir generando el rompecabezas necesario para entender cómo aplicamos determinados conocimientos, se analiza, se reflexiona, se saca conclusiones y después sigue un proceso de elaboración permanente. Está claro que, si la persona no se involucra emocionalmente con lo que aprende, no aprende. El involucramiento emocional es del educador y del alumno, juega en ambas partes y en la interrelación. Hay un tema central que es cómo desarrollamos la empatía, la conexión intergeneracional en la educación. Generaciones distintas tienen que buscar espacios comunes de entendimiento para que la educación tenga sentido.
Y eso es una tarea del educador con el alumno como coagente, como codesarrollador de la educación. El otro punto fundamental tiene que ver con entender que no hay un único enfoque para aprender y enseñar, para hacerlo no hay que optar por una cosa u otra. Hay momentos donde hay que trabajar con determinadas metodologías por la característica del tema y en otros tiene que haber otro tipo de metodologías, no hay una metodología única, hay una combinación de enfoques. Y el educador que combina sabiamente diversos recursos pedagógicos, curriculares y didácticos, es el que mejor conecta con el alumno porque sabe cuál es la conexión que debe hacer, como vos decías, ya no existe esa educación de impartir o de instruir, existe una educación de cohabitación y de complementariedad entre educador y alumno y, además, con las tecnologías digitales y fundamentalmente la inteligencia artificial (IA) generativa, que produce textos, contenidos, que genera una conversación con el otro, que podemos generar una conversación con el instrumento para explorar temas, para buscar respuestas para una cantidad de cosas.
Sin conocimiento no hay inteligencia para las nuevas tecnologías.
Hoy las relaciones educativas son relaciones triangulares entre el educador, el alumno y la IA, que es el recurso que le es útil al alumno y al educador. Pero esa relación única de empatía y conexión entre ambos no es mediada por la IA, es una relación que tiene la propia configuración de la respuesta única y específica que un educador le puede dar a un alumno. Hay que trabajar mucho de ambos lados esa capacidad de entendimiento recíproco ya que es la base para que la educación tenga sentido. Las tecnologías desafían a la educación en otro sentido ya que aportan, información, descripción, algún tipo de ordenamiento de ideas, conceptos, prácticas. Nos desafían como educador o como alumno a saber hacer mejores preguntas, más potentes a la IA para que efectivamente podamos avanzar en el conocimiento. La IA como instrumento potente requiere de una inteligencia humana aceitada, que implica que la educación ponga el énfasis en la capacidad de pensar.
La idea de la educación es formar seres libres y pensantes, tenemos que lograr que el alumno desarrolle un pensamiento autónomo, futurista, que sea solidario, empático, creativo y que sepa usar los instrumentos para responder a las preguntas, para avanzar sobre lo existente y no para describirlo. Ahí está la diferencia. No es la IA la que va a dar valor agregado a la educación, sino el binomio educador-alumno a partir de un buen uso de la IA, que nos da una base descriptiva con sus limitaciones, pero la base analítico-reflexiva es del alumno o del educador. Lo que importa es que la educación cada vez más ponga el énfasis en lo que se llaman las competencias de pensamiento crítico, creativo, autónomo, que en realidad no se contraponen a los conocimientos, podemos ser competentes si manejamos conocimientos. La IA coloca muy alta la vara del potencial de la inteligencia humana.
¿La tecnología no juega a veces un papel de “chupete electrónico”?
Es necesario entender que las tecnologías digitales –y sus diferentes avances, como la IA generativa– son instrumentos. En definitiva, lo que importa es el sentido del uso que le damos. Hay que invertir en la inteligencia humana, en la infancia, en que los niños puedan tener un desarrollo social, psicológico equilibrado, integral, que puedan tener acceso a diferentes estímulos, que puedan de alguna forma desarrollar su potencial para poder invertir en tecnología de una manera que dé resultados e impactos. El basamento de las políticas públicas es la necesidad de que una sociedad pueda desarrollar su inteligencia social y humana, lo que se llama “inteligencia colectiva de la sociedad”, que surge justamente de los conocimientos, de la capacidad de producir, de movilizar e integrar conocimiento.
¿En la educación se habla de las capacidades, de la inclusión?
Las capacidades de las personas son relativas a cada uno. En la educación cuando se habla de inclusión decimos que cada persona puede ser incluida porque cada ser humano tiene un potencial de excelencia, de talento, de capacidades. Lo que nos mueve es compartir ideas y aprender de otros, leer cosas, indagar, profundizar y tratar de no decir lo obvio, porque si no estoy haciendo perder tiempo al otro.
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