Incluso antes de convertirse en el ministro de Economía para el gobierno de Adenauer, el “arquitecto del milagro alemán” ya venía trabajando para sentar las bases de la recuperación económica de Alemania. Erhard rechazaba el concepto de “milagro” y prefería atribuir el desarrollo económico de la postguerra a una combinación de políticas acertadas y un gran esfuerzo nacional por salir adelante.
El economista bávaro liberalizó los precios de una economía trabada por controles de precios y racionamientos que no ofrecían al sector privado ningún incentivo para producir, e implementó una reforma monetaria que puso a circular al nuevo marco alemán, restableciendo así la necesaria confianza en la moneda.
Luego de implementar estas dos medidas, Erhard centró su atención a poner en pie la economía real. Esto implicaba reconstruir viviendas y fábricas, al mismo tiempo que convertir soldados en trabajadores, entre tantas otras cosas. Era una situación compleja para la cual no existían fórmulas tecnocráticas. Es en ese momento que empieza a tomar forma el concepto de una economía social de mercado, que intenta balancear las leyes mercado con los intereses más amplios de la sociedad, mediados por un Estado dispuesto y preparado a intervenir cuando los intereses de la población y la comunidad lo ameritan.
Para Erhard, la misión de su economía social de mercado era fomentar una economía libre de intereses sectoriales y que fuera capaz de garantizar una existencia digna a toda la población, sin que ello implicara descuidar la eficiencia. Pero Erhard enfrentó al inicio el escepticismo de los formulismos académicos, que se expresaban a través de las recientemente creadas instituciones multilaterales. El propio FMI no veía en el marco alemán ningún tipo de futuro, idea a la cual se refería como un “mal chiste”, algo que debemos tener siempre presente cada vez que escuchamos a este organismo pontificar sobre algo. ¿Cuál fue el secreto de Alemania?
Existen muchas razones que explican este “milagro alemán”, pero el rol del empresariado fue crucial. Este empresariado alemán tiene dos características que lo distinguen del resto: las empresas tienden a ser medianas y pequeñas, y en su gran mayoría son todavía empresas familiares.
Los alemanes llaman “Mittelstands” a sus pymes y, a diferencia de nuestro país, lejos de ser una categoría estadística constituye una institución venerada por la sociedad y la cultura, ni que hablar por los actores económicos. Erhard decía que era “la idea del negocio y el espíritu del gerenciamiento los que determinan si una empresa es un Mittelstand o no”.
Idea y espíritu, dos valores que no entran en los modelos económicos que se aprenden en la universidad. Y como es sabido, si algo no entra en el modelo, lamentablemente no existe.
La familia, hasta el día de hoy, tiene gran relevancia para la economía alemana; testimonio de ello es que más del 90% de las empresas en ese país son familiares. Esto no solo incluye los Mittelstands, sino también alrededor de 200 empresas cuya facturación se mide en miles de millones de euros. Arraigadas a lo largo del territorio, estas empresas constituyen uno de los pilares que explican la dinámica económica de Alemania.
Para Erhard, la misión de su economía social de mercado era fomentar una economía libre de intereses sectoriales y que fuera capaz de garantizar una existencia digna a toda la población, sin que ello implicara descuidar la eficiencia.
Las empresas familiares también son las principales creadoras de empleo, actuando como factor estabilizador en momentos de crisis. De hecho, entre 2006 y 2014, las 500 empresas familiares más grandes aumentaron el número de empleados en un 19%, mientras que las empresas no familiares listadas en la bolsa de Frankfurt solo lo incrementaron un 2%.
Estas empresas familiares piensan en términos de generaciones, por lo que tienden a ser más responsables con el medio ambiente y a reinvertir sus ganancias en mayor medida que sus equivalentes listadas en bolsa, sujetas a los vaivenes de los mercados. Pero donde hacen una mayor diferencia es en las áreas rurales, donde los trabajos son más escasos, ya que las grandes empresas tienden a crear empleo en las zonas urbanas.
Los estudiantes también valoran de forma creciente la posibilidad de trabajar en una empresa familiar. De acuerdo a un estudio de la Universidad de Munich, 83% de los consultados considera que el ambiente de trabajo y el espíritu de equipo es mejor en una empresa familiar, comparado con solo el 2% que preferiría trabajar en una gran corporación.
Una de las principales fortalezas de la empresa familiar es el alineamiento de intereses entre quien controla y quien asume el riesgo de las decisiones. Esto que se conoce como “problema de agencia” es virtualmente eliminado, ya que la responsabilidad pasa a tener una cara humana y el nombre de la familia sufrirá las consecuencias de cualquier mala decisión. Esto permite desarrollar confianza entre el vendedor del producto o servicio y el adquirente. El resultado es que el 88% de los alemanes confía en las empresas familiares, mientras solo el 30% confía en su propio gobierno y el 15% en las empresas multinacionales listadas en bolsa.
Pero para que el modelo de economía social de mercado fuera efectivo, los mercados debían ser balanceados con la intervención del Estado. Y así como la primera medida de Erhard fue una liberalización de precios y mercados que produciría envidia en muchos neoliberales de libro de texto, complementó esto con un férreo combate a los cárteles. A menudo este aspecto queda soslayado por aquellos que combaten la intervención del Estado en la economía.
“Las uniones cartelarias provocan primeramente el grave peligro de que aquellas ramas de la economía que han de cubrir un consumo ineludible absorban de hecho más capacidad adquisitiva de la que afluiría a ellas en un mercado libre. Lo que los cárteles pueden proteger y asegurar artificialmente son a lo sumo puestos de trabajo estériles, improductivos, con el peligro consiguiente de que toda la economía nacional se inmovilice en un estadio inferior de rendimiento, que a la larga ha de resultar fatal en un mundo que practica la competencia internacional”, decía Erhard inequívocamente. Un economista de inspiración liberal que no estaba dispuesto a mirar para el costado mientras unos pocos empresarios abusaban de la población.
Lo distintivo del modelo alemán es que permitió articular diferentes intereses económicos y sociales dentro de un esquema de libertad política y económica, por un lado ofreciendo a los empresarios incentivos a invertir, y por el otro protegiendo a la población de los excesos. Este modelo también deja en evidencia que la suerte de la familia y la pyme están ligadas. Y si la pyme es fundamental para la creación de empleo, entonces la familia pasa a ser la unidad básica en la economía.
La economía social de mercado sigue siendo un ejemplo inspirador para toda nación que deba enfrentar un proceso de reconstrucción económica y moral.