Conocí al P. Pablo Touya SJ en el entonces denominado Colegio del Sagrado Corazón (ex Seminario), en marzo de 1970, cuando cursaba con diecisiete años, Preparatorios de Derecho. Él cumpliría el 14 de diciembre de ese año dos años de Ordenación Sacerdotal.
En el pequeño Oratorio de la planta baja del Colegio, entrando por Martínez Trueba, en el recreo largo, recibíamos de sus manos la Comunión. Y a lo largo de estos cincuenta y cinco años transcurridos y vividos desde aquel entonces, me han permitido conocer a un sacerdote y jesuita cabal. Siempre me impresionaron sus virtudes humanas, hábitos operativos buenos, en ejecución constante, permanente y consecuente.
Honestidad: a la que traduciría como “realismo cruel”. No era nada complaciente. Sabía disparar un dardo al corazón. De él siempre llegaba la palabra apropiada, oportuna, certera, que no era la que queríamos oír. Sin embargo, en nuestro fuero íntimo sabíamos que era la que convenía, la que precisábamos escuchar.
Lealtad: consigo mismo, con sus semejantes, con sus compañeros jesuitas, con la comunidad eclesial, con Dios. Lo que tenía para decir, por más duro que fuese, lo decía sin edulcorante, con la autoridad que da la verdad.
Fidelidad: a sus principios más acendrados, a sus convicciones más profundas. Fiel a su conciencia, a su vocación cristiana y sacerdotal, a la Compañía de Jesús, a la Iglesia local y universal. Fiel a Dios, su Único Absoluto. Por eso resistía los personalismos y la autorreferencialidad.
Austeridad: una vez alguien me dijo: “El P. Touya SJ es un asceta”. Y Pablo, como lo llamábamos quienes nos sentíamos más cercanos, recuerdo que me confió, que en la vida espiritual “la acción diaria implica ascetismo, y hay momentos en que la mística nos impulsa, como la barca con viento a favor”.
Generosidad: con su tiempo, con sus enseñanzas, desprendido con los bienes materiales, con el dinero. Aunque según él, cuando era niño no quería prestar su pelota. Siempre se tomó muy en serio el “Ut serviam”, que yo sirva. El espíritu de servicio había calado hondo en él, y era integral: material, afectivo, espiritual.
Me admiraba comprobar cómo no hacía distinción, ni acepción de personas. Se relacionaba, apoyaba y acompañaba tanto al ignorante y carenciado, como al sabio y encumbrado. En cada uno de los lugares a los que fue destinado, en cada obra o misión que llevó a cabo, trabajó y se entregó con la misma pasión, dedicación y responsabilidad.
Nunca parecía cansarse, vivía las rutinas diarias como nuevas cada día. Tampoco, nunca pude saber en cuál o cuáles se sintió más a gusto. Siempre me pareció que en todas ellas.
Una vez me contó que en sus inicios de juventud en la Compañía quería ser misionero. Sin embargo, más tarde se dio cuenta de que en la dirección y acompañamiento espiritual también se puede serlo.
Fortaleza: que incluye valentía para acometer, y paciencia para soportar. Dado que el signo del cristiano es la cruz,no estuvo exento de ella. Con la Gracia del Altísimo supo sufrir por amor, como enseña el Evangelio, soportando “el yugo como suave y la carga como ligera”.
Sus 66 años en la Compañía de Jesús y sus casi 57 años de Sacerdocio Ministerial, son elocuentes de por sí. Padre y madre de los huérfanos, amigo de los atribulados, brújula en el camino, luz en las tinieblas, ofrenda a Dios y a tus hermanos.
Muchas gracias, querido Pablo SJ. Ahora contamos con tu intercesión desde la Vida Eterna.
Ivannah Toniolo Borrelli