Desde esta línea editorial hemos insistido en innumerables ocasiones acerca de la importancia que tiene la inversión en innovación y desarrollo para el crecimiento de la economía. Sin embargo, en un país que se ha acostumbrado a ser pequeño –no solo en la superficie de su territorio, sino también en su espíritu– la grandes e irrepetibles oportunidades se dejan pasar sin pena ni gloria.
Nos encontramos en un momento histórico –favorecido por distintas circunstancias geopolíticas– en que la energía y la inteligencia artificial parecen ser los pilares en los que se apoyará el desarrollo tecnológico y, por ende, económico en los siguientes años. Dentro de ese proceso de transición energética –impulsado especialmente por Europa– que busca descarbonizar la economía para detener las emisiones de efecto invernadero a través de la no utilización de combustibles fósiles, nuestro país ha firmado varios acuerdos y contratos para convertirse en un productor de hidrógeno verde.
El hidrógeno verde es aquel que se produce sin la participación de combustibles fósiles. Es por eso por lo que su producción se realiza únicamente a partir de energías renovables y el método que se propone es la electrólisis del agua (H₂O), de forma tal que a partir de energía eléctrica proveniente de fuentes renovables y agua se obtienen por separado hidrógeno (H₂) y oxígeno (O₂). Por tanto, la producción del hidrógeno verde es un proceso con cero emisiones de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, semanas atrás el electroquímico uruguayo Carlos Zinola, en una entrevista brindada en exclusiva para La Mañana, manifestaba que “el verdadero hidrógeno sustentable no es de agua dulce ni de acuífero, es de agua salada”. Y explicó cómo en nuestro país –a pesar de las dificultades endémicas que tiene la investigación científica para subsistir– se ha avanzado significativamente en esta área: “La mayor parte de la gente no sabe de este trabajo que tenemos y estamos volviendo sobre el tema. Esperemos que el gobierno entrante escuche, porque esta es la verdadera posibilidad. Muchos países lo están haciendo, el camino es ese. El agua dulce era la que tendríamos que haber usado cuando estuvimos en sequía, y el acuífero también, teníamos derecho a utilizarlo y no se hizo, se mezcló directamente con agua salada. Y se ignora todo este tipo de desarrollo que Uruguay tiene. Es necesario llamar a los científicos, mostrar lo que está hecho y tratar de escalarlo, y ya con eso tenemos solucionado el tema: producir un combustible propio, como hidrógeno, sin alterar para nada el acuífero, sin alterar el ecosistema ni poner diques ni nada de lo que quieren poner estas empresas en Tacuarembó y Paysandú”.
Recordemos que en Uruguay son cuatro son los proyectos de producción de hidrógeno verde que buscan instalarse: uno en Pueblo Centenario (Durazno), otro en Tambores (límite entre Paysandú y Tacuarembó) y dos en Paysandú. Estos se encuentran en diferentes etapas de desarrollo, al tiempo que también tienen diferencias respecto al agua que se proponen usar, tanto en su origen como en la cantidad que demandarán.
Según un informe sobre la instalación de emprendimientos de generación de hidrógeno verde en el territorio nacional realizado el año pasado por un equipo académico integrado por docentes de la Universidad de la República (Udelar), el emprendimiento de la localidad de Tambores (Tambor Green Hydrogen Hub) planea utilizar 700 metros cúbicos de agua subterránea por día. La empresa hasta el momento no ha especificado si dicho caudal será cubierto con agua superficial, explotaciones del acuífero Arapey o del acuífero Guaraní (ambos se encuentran bajo esta zona, pero el segundo se ubica a mayor profundidad que el primero). Por otra parte, se estima que el emprendimiento HIF Global en Paysandú utilice alrededor de 9000 metros cúbicos de agua por día –unas 13 veces más que el de Tambores–, pero este volumen se tomaría del río Uruguay.
Ahora bien, ya ha trascendido que en Paysandú las plantas que se instalarían no son de hidrógeno verde, sino para producir combustible sintético y metanol para exportar a Europa, de forma que lo que se va a instalar en Paysandú es una refinería. Y como explicó Zinola: “En el proyecto famoso HIF en Paysandú quieren captar todo el anhídrido carbónico que está emitiendo ALUR, y esa captura del CO2, con hidrógeno verde, formar metanol. En los números y en los papeles parece que funciona, pero hay algo que es mejor todavía y en ningún momento lo pensaron: en lugar de abastecer a la fábrica de portland con gas natural, ¿por qué no la abastecemos con hidrógeno? Eso nadie lo pensó. Porque en realidad lo que estaban planteando es un arma de doble filo, donde vinieron muchísimas empresas cuando vieron que ya estaba firmado y dijeron: ‘Esto es una garantía’. Ahí empezó a aparecer Chile, Japón, una cantidad de países, y después se empezó a desinflar porque las reacciones electroquímicas pueden llegar a ser 90%, hasta 100%, pero esa conversión de hidrógeno con la captura de CO2 para dar metanol no es 100% eficiente, porque hay tres o cuatro productos diferentes que siempre aparecen. Uno es monóxido de carbono, que es sumamente tóxico, y otro son las olefinas, reacciones que son más viejas todavía que esta de la electrólisis. Pero como la firma del proyecto de HIF fue a puertas cerradas y las cláusulas están vedadas, no se sabe bien cuál es el catalizador”.
Lo de Paysandú, posiblemente, al igual que otros emprendimientos que llegaron con la intención de traer crecimiento y desarrollo real, no pase de la promesa y de las buenas expectativas. No obstante, cabe preguntarse por qué Uruguay, a través de las investigaciones que se están desarrollando a nivel local en este tema en concreto, no busca formas de financiamiento para convertirse en un país a la vanguardia en la producción de este tipo de combustibles.
Parecería que gran parte del sistema político estuviese ignorando el papel que ha cumplido la investigación científica en el desarrollo de las sociedades contemporáneas. Por ejemplo, en 1919 el número total de físicos y químicos alemanes y británicos juntos llegaba quizás a los 8000. A finales de los años ochenta, el número de científicos e ingenieros involucrados en la investigación y el desarrollo experimental en el mundo se estimaba en 5 millones, de los que casi 1 millón se encontraban en los Estados Unidos (Historia del siglo XX, E. Hobsbawm).
En definitiva, el gran problema de Uruguay en el transcurso del siglo XX y en lo que va del XXI es que las ciencias y la investigación científica han tenido un lugar demasiado marginal para su importancia a nivel estratégico. En esa medida, y volviendo al tema del hidrógeno verde, tanto el Ministerio de Industrias como Ancap parecen ignorar el valor del conocimiento científico nacional y de su aplicación en el establecimiento de una industria nacional efectiva.
Porque como explica en esta edición de La Mañana Érika Teliz: “Para que el hidrógeno verde genere empleo de calidad es imprescindible una estrategia de desarrollo tecnológico que conecte la investigación, la industria y la formación de recursos humanos, por lo tanto, esto requiere la alineación de instituciones académicas como son la Udelar y la UTEC, junto con la formación en diferentes niveles, incluyendo las carreras técnicas de UTU, de manera que respondan a las necesidades del sector productivo. También es clave no descuidar la investigación básica, ya que es el motor de la innovación a largo plazo”.
Al final de cuentas, la articulación entre la academia, el sector productivo y las políticas públicas es fundamental si se quiere articular una estrategia de crecimiento que trascienda la eterna ciclicidad de la llanura.