¿A qué nos referimos cuando decimos que algo «antes era mejor»? ¿Antes de qué? Tal vez tenga que ver con que empezamos contando «primaveras» como en la letra de Misa de Once, seguimos con aquel Cipriano que a los 50 «abriles» calvo y sin pinta ya no daba «más jugo», y terminamos acumulando carnavales.
Ese «antes» se transforma en una dorada primavera que reconstruimos a piacere con nostálgica constancia. Como nos enseñó la «bolilla 1» del programa de Filosofía, la conciencia es selectiva, concepto acremente complementado por aquello de que también es la mayor pesadumbre al punto que convenía autopercibirse árbol, como aprendimos en Literatura.
Entonces, recreamos el pasado redondeando aristas, endulzando amargores y criticamos desde esa experiencia acomodada, la realidad presente problemática y febril.
Por cierto que ya sabemos todo eso, pero…
«Los carnavales de antes… Esos sí que eran carnavales», recuerda Víctor Soliño (1897-1983).
Refiriéndose a un carnaval, bien «de antes», Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) hace decir a uno de sus personajes: «No hay quien no tema en las carnestolendas./El capón teme muerte supitaña (súbita),/El gallo ser corrido en la campaña,/El perro, de la maza el desconcierto,/La dama, de que el perro sea muerto,/Las estopas, de verse chamuscadas,/Las vejigas, de estar aporreadas…».
Las alusiones al temor del perro o al de su dueña, procedían de la costumbre carnavalera de mantear canes (los colocaban sobre una manta y entre varias personas lo lanzaban al aire) o de someterlos a todo tipo de agresiones. También la crónica policial uruguaya del 900 está llena de carnavales que comenzaban arrojando huevos podridos y terminaban a puñaladas.
Pero Soliño no lamenta la ausencia de esos carnavales mataperros, sino que alude a los uruguayos de principios del ‘20, los de hace hoy cien años.
Los Atenienses
«Yo sé que [era] una época ingenua y cursi […] pero también la época en que el buen gusto y la elegancia espiritual no se habían convertido en prejuicios burgueses; la época en que los impactos teatrales no se imponían sobre la base de un lenguaje de carreros borrachos. […] el carnaval todavía no había renunciado a su alegría». Esto escribe en 1967, alguien que del tema sabía, y mucho. Nacido en España y radicado en Montevideo a los catorce meses, Soliño fue autor de letras de tangos tan conocidos como Garufa, Maula, Mocosita, Niño bien… Periodista radial, director de El Espectador, y hombre de la Troupe Ateniense.
Fundado en 1918, el Club Atlético Atenas concitaba un grupo de jóvenes no solo preocupados por el deporte sino interesados en las distintas actividades de la sociedad en que vivían. En 1922, enterados de un concurso organizado por el Centro de Estudiantes de Derecho que presidía Carlos Quijano, para una obra teatral, César Gallardo, Roberto Fontaina (1900-1963) y Soliño, se pusieron a trabajar en el tema. Ganaron, con un tribunal integrado nada menos que por Emilio Frugoni, Dardo Regules y Carlos María Prando y la buena acogida de la crítica en la representación de la obra en el Solis, auspició el nacimiento de lo que fuera la Troupe Ateniense.
Y todo esto «Sin guaranguerías, sin chistes espesos, sin buscar el aplauso fácil del público ignaro […] nos ha divertido y hecho reír sin ofender ni agraviar a las personas que ha caricaturizado», recoge una nota de prensa de la época.
Pero la Troupe no salía en carnaval sino en setiembre recibiendo la llegada de la primavera.
Ramón «Loro» Collazo (1901-1981) fue de ese grupo ateniense -que integrara entre otros Gerardo Matos Rodríguez-, el más vinculado al carnaval. Por algo el Teatro de Verano lleva su nombre.
Por esos años, los afiches de carnaval para los «veglioni» del Solis (no del Solís), se encargaban a cartelistas italianos de la talla de Leopoldo Metlicovitz y de Marcello Dudovich.
El 28 febrero de 1923, el presidente saliente, Baltasar Brum (1883-1933) junto con el entrante José Serrato (1868-1960) inauguran el monumento a Artigas en la Plaza Independencia, ejecutado por el italiano Angelo Zanelli ganador del concurso llamado en 1913. La oratoria, no podía ser de otro modo, estuvo a cargo de Juan Zorrilla de San Martín, quien había escrito como memoria para la creación del monumento, La epopeya de Artigas.
Desde el poder, y al influjo de la bonanza económica dejada por la guerra, se procuraba la creación de un país que pudiera ser tomado en serio.
País de ensueño que besa el mar
Tampoco los vimos, pero ya pasamos a la generación de nuestros padres. Esa época dorada de los ‘40, la de Al Carnaval del Uruguay en que los Lecuona Cuban Boys ya al mando de Armando Oréfiche hacían bailar a todos al ritmo de su famosa conga: «El Uruguay tierra ideal, país de ensueño que besa el mar, noches de amor y de pasión, Montevideo te hará gozar». Eso era todo. No se precisaba más.
Quince años después era infaltable en las reuniones familiares de mi niñez. Seguida casi invariablemente por «Apaga luz, Mariluz/ que yo no puedo dormir con tanta luz./Los borrachos en el cementerio/juegan ¡al mus!». (Siempre me intrigó cómo se había convocado esa velada de cartas en el camposanto). Pero la rúbrica era la piscina que en vez de agua tenía grappa con limón. Particularmente en épocas carnavaleras o festejos de fin de año, ese era el programa.
Esos tiempos de bonanza (otra vez la guerra) traían a Xavier Cugat, el «Rey del Mambo». Es cierto que la conflagración europea no invitaba a las giras artísticas y la moneda uruguaya era atractiva. Para escucharlo había que pagar entrada. El Bien Público del 17/03/1949 se alarma por los precios: 8 pesos la entrada en el Hotel Casino Carrasco. A los pocos días, 15 pesos ¡y sin derecho a consumición! Como para traer a Toscanini… «Porque diferencias hay ¡si las habrá!». A Cugat el juicio le tenía sin cuidado. Prefería hacer música popular y divertir multitudes.
Una reina popular
En 1950 (el de uruguayos campeones con música del tango La Brisa) la Intendencia montevideana había contratado a la actriz y cantante Abbe Lane para que fuera la reina del carnaval. «Pero cuando yo salí, dice Marta Gularte al Clarín de Buenos Aires, estaba espectacular y la gente se puso a gritar: Esa es nuestra reina. […] En ese carnaval, Xavier Cugat -que había venido con la norteamericana- me quiso llevar a los Estados Unidos». Un par de años después Cugat se casó con Abbe. Ahora se puede escucharla cantar con la orquesta de don Xavier «qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas», desde un teléfono celular…
Más allá de la oferta de espectáculos, estaban los «asaltos» de máscaras a las casas de familia, inocentes diversiones dificultadas hoy por rejas electrificadas, alarmas y todas las medidas conque los uruguayos intentamos protegernos de la delincuencia.
Pese a que el presidente Tabaré Vázquez afirmara satisfecho y orgulloso, que el carnaval es «la expresión máxima cultural popular que tiene el país», nos quedamos con los conceptos de Fernández Más: no puede haber «peor escenario para una tortura auditiva que una noche de murgas en el Teatro de Verano» (LM 19/02/2020).
Y sí, tienen razón don Víctor y don Ricardo: carnavales eran los de antes, aunque haya que precisar de qué «antes» estamos hablando.
TE PUEDE INTERESAR