El viernes 4 de abril se cumplieron cinco años de la partida de Luis Eduardo Aute, artista tan polifacético que nos cuesta definir con una sola palabra. Poeta, pintor, cineasta, autor e intérprete de inolvidables canciones coexistían en la misma persona animada por una creatividad incansable, condición a la que se sumaba su gran generosidad y espíritu solidario.
Los primeros años
Nacido el 13 de setiembre de 1943 en Manila, de padre español y madre filipina, pasó su infancia alejado de la España de la posguerra, lo que le facilitó una formación más diversa y universal. Su primera vocación fue la pintura, para la que mostró condiciones excepcionales desde edad muy temprana. Si bien su educación formal fue en inglés, su convivencia con otros niños filipinos le permitió un completo dominio del tagalo, idioma que siempre mantuvo en su memoria.
En 1954, Luis Eduardo se traslada con su familia a Madrid, y poco después comienza a interesarse por la música, llegando a formar parte de varios grupos musicales de la época, sin que eso le desvíe de la pintura, su vocación principal, por la que obtiene varios reconocimientos. Años más tarde se siente muy motivado por la poesía, que busca conciliar con la música, tal como lo hacían Bob Dylan y su admirado Leonard Cohen.
Su pasión por el cine le lleva a participar como ayudante en el rodaje de algunas películas, aprendizaje que le será muy útil en el futuro para la creación de varios cortos y del largometraje Un perro llamado dolor (2001), en donde usa, al igual que en El niño y el basilisco (2012), la animación de sus propios dibujos.
Antes de los veinte años Aute ya había realizado dos exposiciones individuales de pintura, en la que mostraba una indudable maestría. En 1967, dos de sus cuadros de gran formato son seleccionados para la Bienal de San Pablo. Continúa componiendo canciones y alguna de ellas, como “Rosas en el mar” cantada por Massiel y “Aleluya”, un largo recitativo dicho por el propio autor acompañado de una melodía sencilla, llegaron a tener un inesperado éxito.
En 1968 se casa con Marichu Rosado, mujer fundamental en su vida, con quien tiene tres hijos.
El artista
A lo largo de toda su vida Aute continúa componiendo canciones, en que música y letras guardan un especial equilibrio, llegando estas últimas a ser auténticos poemas, como los dieciocho incluidos en su disco Templo (1987) en que lo místico y lo erótico se unen de manera tan indisoluble como respetuosa. Es sorprendente cómo de manera profunda y sincera, reutiliza elementos de la liturgia y también vocabulario de la tradición cristiana. Cáliz, transfiguración, sacrificio, corona de espinas, crucifixión, incluso frases bíblicas como “encomendaré mi espíritu”, “no soy digno de entrar en tu morada” o la palabra “tentación”, son retomadas con un sentido que sugiere más una elevación de lo carnal que una profanación de lo religioso.
Pero también sus poemas tuvieron su propio espacio en poemarios como La matemática del espejo (1975), La liturgia del desorden (1976) y Templo de carne (1986), obras que serán reunidas en Volver al agua, con la que obtiene el III Premio Internacional de Poesía Ciudad de Cartago.
Si bien ha tenido no pocos logros con su pintura, en la que desarrolló un estilo muy propio donde también está muy presente la temática religiosa jugando entre lo onírico y lo irreverente, siempre sintió que esa faceta de su arte, que ejerció hasta sus últimos días, no había sido suficientemente atendida.
Un libro de reciente aparición, Vera-Opera. La pintura de Aute, del pintor y ensayista gaditano Antonio Álvarez del Pino, es una excelente aproximación a este aspecto a menudo desconocido del artista.
Como autor e intérprete de más de cuatrocientas canciones Luis Eduardo Aute recorrió España e Hispanoamérica en frecuentes y exitosas giras. A pesar de su discurso marcadamente intimista, alejado de la canción política combativa, mantuvo una actitud crítica y valiente respecto a la realidad social y política que percibía, tal como muestran, entre otras, sus célebres canciones “Al alba”, “La Belleza”, y “Prefiero amar”.
Un hombre bueno y singular
En sus conciertos, por más numeroso que fuera el público, no se sabe cómo Luis Eduardo era capaz de lograr un clima de tanta cercanía como el de una reunión de amigos. Canciones eternas como “De alguna manera”, “Sin tu latido”, “Las cuatro y diez” y “Queda la música” eran esperadas y ovacionadas
Y no podemos dejar de mencionar su enorme calidad humana demostrada en tantas ocasiones, como en su último concierto en Sevilla, cuando una persona del público sufrió un desmayo y él no solamente interrumpió su actuación, sino que bajó de inmediato del escenario para sumarse a las personas que la auxiliaban.
Su apoyo a los artistas emergentes y su buena disposición con todo el que quisiera saludarlo o plantearle una inquietud, también muestran una cualidad muy especial no siempre presente en el mundo artístico.
La vida de Aute estuvo desde sus primeros años signada por lo singular. En su Manila natal, aún no había cumplido los dos años cuando una tremenda batalla entre japoneses, filipinos y norteamericanos hizo que su casa quedara totalmente destruida por las bombas. Aunque no tenía recuerdos de ese episodio, sí que recordaba el olor de los cadáveres que habían quedado amontonados en la ciudad.
La muerte le llegó a la edad de 76 años, cuando la ciudad de Madrid, en plena pandemia del covid-19 se había convertido en un sitio desolado y fantasmagórico, con sus calles totalmente desiertas. Creemos que ese entorno insólito, nunca siquiera imaginado, puede que a él mismo le hubiera sugerido algo mágico, sorprendente y misterioso, que podría bien haber elegido para enmarcar la hora en que nos dejara, sin su latido, pero con el gran legado de su arte.
Madrid, abril 2025