Uno de los fenómenos sociológicos más preocupantes y negativos del siglo XX y lo que va del XXI, es la migración campo – ciudad. Esto ha ocurrido en todo el mundo, y por supuesto en Uruguay. Miles de hombres y mujeres nacidos en el campo o en ciudades del interior, decidieron en su momento migrar a la capital en busca de un futuro laboral, familiar, social, cultural, aparentemente mejor que el que les ofrecía su pago de origen. Mi madre fue una de ellas.
Y si bien es cierto que durante décadas, muchos de estos migrantes internos mejoraron su situación económica y social, y se forjaron un futuro prometedor en la capital, en las últimas décadas, no son pocos los que terminaron engrosando los cinturones de pobreza de la ciudad. El gran atractivo de Montevideo, más allá de las oportunidades de esparcimiento que ofrece, siempre fue la abundancia relativa de oportunidades laborales más o menos dignas. Y por eso el éxodo sigue, con mayor o menor intensidad, al punto que a veces, parece no tener fin.
Poco se habla, sin embargo, de un fenómeno mucho más reciente y menos conocido –que también se está dando en otros países del mundo-: me refiero a la migración ciudad – campo. Por ahora, este fenómeno es cuantitativamente menos importante que su opuesto. Pero da la impresión de que podría mantenerse en el tiempo, e incluso podría crecer. No como para revertir el éxodo campo – ciudad, porque la población que migra hacia el interior tiene otras características y busca otras cosas; pero si podría contribuir a revalorizar la vida rural, y en las ciudades y pueblos del interior.
Por supuesto que siempre, lo más importante, es tener un trabajo relativamente estable y digno. Hoy, las posibilidades que abren tanto el teletrabajo como la educación a distancia de los hijos, facilitan bastante la migración a pueblos o zonas rurales. Ahora bien, ¿por qué la gente huye de Montevideo y otras grandes capitales?
En primer lugar, a causa de la inseguridad. La gente está harta de la violencia -siempre creciente y provocada directa e indirectamente por los narcos-, y teme que ellos o sus hijos sean asaltados, heridos o asesinados en cualquier momento. No son pocos los padres que quieren proteger a sus hijos de las drogas y de ciertas ideologías en boga, más presentes en la capital que en el interior.
Otros, migran al interior buscando reducir el estrés laboral, auditivo, olfativo y visual: a nadie le gusta llegar cansado del trabajo, tras un viaje en ómnibus lento, incómodo e inseguro, y tener que soportar el ensayo de unos tamborileros hasta bien entrada la noche. A ello se suma el fétido olor de los containeres de basura, desbordados en casi todas las esquinas de Montevideo, y/o la visión de desgradables graffitis que afean aquí y allá edificios y espacios públicos otrora hermosos… La decadencia de la capital, es brutal.
Para peor, el pago de impuestos municipales, no se traduce en servicios mínimamente aceptables. La Intendencia, distraída con la organización de recitales de cantores progres o marchas del orgullo o la memoria de turno, no mueve un dedo para solucionar los problemas reales de los ciudadanos. ¿Será porque quienes los provocan son “compañeros”…?
Por eso, para quien pueda conseguir un trabajo medianamente digno, hoy el interior es una opción de vida atractiva, tanto en zonas rurales como en ciudades o pueblos.
¿Cuáles son los principales atractivos de las zonas rurales? Por un lado, la posibilidad de emprender proyectos de autosuficiencia energética y alimentaria; y por otro, la posibilidad de tener una vida relativamente más tranquila y en contacto con la naturaleza: para muchos, es un auténtico lujo contemplar un bello amanecer o una hermosa puesta de sol, o despertar oyendo el canto de los pájaros…
Si bien algo hay de cierto en aquello de que “pueblo chico, infierno grande”, en ciudades o pueblos pequeños la vida suele tener una dimensión mucho más humana. Los vecinos se conocen, y aunque no falten las desavenencias, en general conviven y se relacionan mucho más que los vecinos de un edificio capitalino. Y cuando las papas queman, casi siempre se terminan ayudando.
Este fenómeno social por ahora incipiente, es digno de ser analizado y seguido de cerca. No es para todos, por supuesto. Pero es claro que mientras muchos siguen migrando del campo a la capital en busca de trabajo, otros están migrando de la ciudad al campo en busca de una mejor calidad de vida.