“El pueblo lanzó un fuerte grito y se tocaron las trompetas. El pueblo prorrumpió en un griterío ensordecedor, y el muro se desplomó sobre sí mismo.” (Josué 6:20)
La comparación de Trump con las “trump-etas de Jericó” que hizo recientemente Julio de Brun tiene, más allá de la metáfora bíblica, una intuición profunda: Trump no está destruyendo un orden viejo; está fundando uno nuevo.
Solo que no lo hace como lo haría un arquitecto clásico del poder —ni como lo soñó Orwell en 1984—, sino como un maestro del reality show.
Y eso desorienta a casi todo el periodismo internacional, que sigue buscando lógica racional donde ya gobierna la lógica escénica.
No es 1984. Es Big Brother.
La gran confusión reside en pensar que vivimos una mutación autoritaria clásica: censura, control, represión.
Pero el mundo que está emergiendo no necesita prohibir ni vigilar al estilo orwelliano. Basta con capturar la atención y convertir cada evento en un episodio de entretenimiento.
Trump entendió —antes que nadie— que el poder real en el siglo XXI no es tener razón, sino tener rating.
No controla a la gente mediante el miedo. La fascina, la indigna, la magnetiza.
Ha transformado la política global en un reality donde los Estados ya no administran consensos racionales, sino combaten por la atención emocional de sus públicos cautivos.
Ucrania, drones y el teatro de la guerra
Un ejemplo brutal de esta transformación:
Hoy, un ataque masivo de drones sobre Ucrania puede ser presentado como una “nueva gran ofensiva”, aunque el saldo real sea de tres muertos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, tres muertos era una estadística irrelevante; hoy, es suficiente para generar una cobertura global que dure una semana.
La guerra ya no necesita victorias estratégicas; necesita escenificaciones simbólicas.
Los bombardeos, los discursos, las “líneas rojas” no son movimientos en un tablero de Clausewitz: son capítulos en un reality sin final.
Hacia un nuevo concepto de hegemonía
La actualización estratégica de abril 2025 confirma que la mutación no es solo estética: es estructural.
Estados Unidos ya no impone su hegemonía mediante grandes ideales (“libertad”, “democracia”): cobra peajes, vende protección, y monetiza el miedo.
Europa ya no es un socio, es un cliente resignado.
África ya no espera instrucciones: innova sin pedir permiso.
El nuevo orden no premia los grandes relatos ideológicos. Premia la habilidad para construir escenografías funcionales.
Conclusión: La batalla por el guion del mundo
Trump no es una anomalía: es el primer político plenamente adaptado a un mundo donde la política es show business.
Y lo que muchos ven como “bizarro” o “improvisado”, es en realidad la evidencia brutal de una nueva matriz de poder:
- No gana quien es más justo, sino quien es más memorable.
- No triunfa quien gobierna mejor, sino quien captura mejor la atención.
- No importa tanto la verdad: importa la narrativa.
Si no entendemos que ya estamos viviendo dentro de un gigantesco reality show global, seguiremos analizando los acontecimientos como si fueran capítulos de 1984, cuando en realidad estamos atrapados en Gran Hermano.
Y en este nuevo mundo, quien no aprenda a escribir su propio guion, será apenas un extra
Santiago H. Pereira Testa
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