“Muerto Bécquer, sus biógrafos han dicho cuanto era posible decir de este hombre sin biografía. ¿Puede tenerla quien nació, vivió, escribió, sintió y murió? ¿Qué es una biografía? Una colección de detalles de tal o cual persona. En la vida de Bécquer no hay nada de particular; está todo en sus obras”, dice el escritor y periodista zaragozano Eusebio Blasco Soler (1844-1903) en su obra Mis contemporáneos. Semblanzas varias, publicada en 1886.
Parece un tanto contradictorio decir que Gustavo Adolfo Domínguez Bastida Insausti de Vargas Bécquer Bausa, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), fue un hombre sin biografía. En realidad, basta que alguien se ocupe de escribirla, como surge de la palabra. Marta Palenque, profesora de Literatura Española de la Universidad de Sevilla dice que sobre Bécquer se construyó un mito. Cuando se publican sus obras en 1871, Ramón Rodríguez Correa (1835-1894) empezó a tejer la leyenda del poeta sufriente, mártir, enfermo, que nunca logró tener éxito…”. Y agrega, que ese mito romántico, cuando se recuerdan siempre los mismos versos, abona la opinión de los que lo consideran cursi.
Porque son, niña, tus ojos / verdes como el mar, te quejas… O cambiando de color: ¿Qué es poesía?, dices / mientras clavas en mi pupila tu pupila azul… o Tu pupila es azul y cuando ríes… o y entornas tus ojos negros, / por ver entre tus pestañas…
Palenque afirma, que el romance con Julia Espín fue una invención de su amigo el escritor Julio Nombela (1836-1919). Sin embargo, la nota biográfica publicada por la Real Academia de la Historia asevera que fueron amantes. Julia era una cantante lírica, hija de Joaquín Espín, un personaje del medio teatral de la época cuyo salón frecuentaba Bécquer. Según Blasco Soler era ella una: “Muy hermosa criatura, pero sin seso. Un admirable busto como el de la fábula, y muy incapaz de comprender las delicadezas del hombre que quiso vivir para ella”. La novia de juventud del poeta también se llamaba Julia. Dicen que sufrió una gran decepción cuando supo que había sido otra Julia la musa inspiradora. Casado con Casta Esteban, su vida matrimonial no fue satisfactoria, lo que llevó a Blasco a afirmar que: “El poeta no debiera tener nunca mujer; el matrimonio es enemigo mortal de la vida imaginativa”.
Periodista, político, censor
Bécquer no solamente se dedicó a escribir versos para recitar a las chicas. Una de sus primeras menciones en la prensa fue su participación en una ambiciosa Historia de los templos de España, que dirigiría junto al arqueólogo y escritor Juan de la Puerta y contaría con distinguidos colaboradores como Mesonero Romanos y Campoamor. Así, anunciaba el periódico La Discusión el 16/06/1857 que sería editada “con gran lujo tipográfico, y adornada con bellísimas láminas”.
Al mismo tiempo que salía la primera edición de la Historia…, el periódico barcelonés La Corona, comenzaba a publicar el folletín El caudillo de las manos rojas subtitulado Traducción [sic] India, una historia de incesto, fratricidio y suicidio, que constituyó una de las veintinueve leyendas de Bécquer. Lo curioso es que debieron salir varias ediciones, hasta que con la del 14 de junio de 1858, advirtieran que “habíamos dicho equivocadamente ‘traducción’ en vez de ‘tradición’”.
“En el siglo XIX un poeta y un periodista no se diferenciaban en nada. El oficio periodístico formaba parte de una carrera literaria”, dice Palenque. Y en Bécquer convivían amigablemente el poeta y el periodista. Así, llegaría a ser director de varios periódicos. El 9/11/1864 El Contemporáneo, un diario conservador, órgano del Partido Moderado, del que era colaborador, lo anuncia como su nuevo director. Al mes siguiente su nombre empieza a sonar para el cargo de censor de novelas. Su función está explícita en la denominación del puesto. Blasco Soler intenta relativizar la conducta de Bécquer: “¡Censor de novelas! ¡Cómo debía reír de esta tiranía a que un ministro amigo le destinaba, el poeta que no reconocía ni rey ni amo!”, pero el hombre cumplió su tarea y se ganó honradamente los doce mil reales de su salario. El ministro amigo a quien se refiere es el abogado y prominente político de la época Luis González Bravo (1811-1871). La caída de Isabel II y, consecuentemente la de Bravo en 1868, dejaron cesante a Bécquer.
Menos de los que van
“Ayer ha fallecido el inspirado poeta D. Gustavo Adolfo Bécquer”, informa el Diario oficial de avisos de Madrid en su edición del 23/12/1870. Al día siguiente El Imparcial noticia que los amigos del difunto han decidido reunirse en el estudio del pintor José Casado del Alisal (1832-1886) para “acordar los medios de honrar la memoria de aquel distinguido literato dando publicidad a varias de sus obras más notables”. Así, en 1871 se edita Rimas y leyendas. Muerto el hombre comienza a forjarse el mito.
Será en 1875 cuando el diario El Globo, el primer medio español en incorporar el grabado, anuncia con orgullo, que su colaborador Ramón Rodríguez Correa, ha puesto a disposición de sus lectores “cinco Cartas literarias, de [sic] una mujer”, aclarando “que estas Cartas no pudieron tener cabida en las Obras de Bécquer, por haber sufrido extravío”. Lo cierto es, que estas Cartas literarias a una mujer ya habían sido publicadas por El Contemporáneo durante los primeros meses de 1861 y no son cinco sino cuatro. Aunque lo importante no es eso, sino que son una suerte de testamento donde el poeta lega su pensamiento estético.
Son cartas con una dama imaginaria, donde no falta aquello de “¿Qué es la poesía? Y la consabida respuesta. “En una ocasión me preguntaste: –¿Qué es la poesía? ¡La poesía… la poesía eres tú!”. Después le explicará que lo dicho no fue una evasiva galante, sino que “la poesía es el sentimiento, y el sentimiento es la mujer. La poesía eres tú, porque esa vaga aspiración a lo bello que la caracteriza, y que es una facultad de la inteligencia en el hombre, en ti pudiera decirse que es un instinto”. Hasta aquí, parece más de lo mismo. “Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún poeta; pero, en cambio, hay bastante papel borrado por muchos que no lo son. […] se han dado reglas, se han atestado infinidad de volúmenes, se enseña en las Universidades, se discute en los círculos literarios, y se explica en los Ateneos”. Luego le dice que escribirá un libro.
“Yo nada sé, nada he estudiado, he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir, si bien o mal. Yo no pretendo enseñar a nadie, ni erigirme en autoridad, ni hacer que mi libro se declare de texto. Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera no sea más que por satisfacer un capricho tuyo.
Por lo que a mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo. Guardo, sí, en mi cerebro escritas como en un libro misterioso, las impresiones que han dejado en él su huella al pasar; hasta el instante en que, mi espíritu las evoca. Entonces no siento ya […] con la parte orgánica y material que se conmueve; siento, sí, pero de una manera que puede llamarse artificial; escribo, como el que copia de una página ya escrita; dibujo, como el pintor que reproduce el paisaje. Todo el mundo siente. Solo a algunos seres les es dado el guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que han sentido. Yo creo que estos son los poetas. Es más, creo que únicamente por esto lo son”.
Poco antes de morir escribirá Las hojas secas, “sentado al borde de un camino, por donde siempre vuelven menos de los que van”, dice. No será la enfermedad romántica por excelencia, sino una vulgar pulmonía la que se lo llevará.