Cuénteme sobre su infancia y juventud. ¿Cómo surge su vocación?
Nací en Montevideo, mi padre ingeniero llamado igual que yo y madre médica, abuelos ingenieros y médicos también, así que provengo de una familia de profesionales. Tenía que elegir entre ser ingeniero o médico (risas).
Mi padre trabajó más de 35 años en IBM con algo tan misterioso como eran en ese momento las computadoras. A mí me llamaron mucho la atención esos aparatos enormes que estaban en un cuarto refrigerado, que recibían tarjetas perforadas e imprimían en papel fanfold. Eso me llevó a aprender a programar desde muy joven en una de las pocas academias en informática en 1975.
Viví muchos años en el Cordón y fui a la Facultad de Ingeniería que me quedaba cerca, donde hice ingeniería electrónica. Mi proyecto final fue una tarjeta con un microprocesador. La microelectrónica y la programación a nivel de dispositivos me interesó mucho al principio.
¿Durante sus años de estudiante se involucró en la política universitaria?
Me involucré mucho, de hecho yo entré en el año 1981 a la universidad cuando empezaba a reorganizarse el movimiento estudiantil. Terminé siendo delegado estudiantil, primero en el Consejo Paralelo que se creó cuando terminó la intervención, para preparar la transición hacia el co-gobierno. En 1985 fueron las leyes de regularización de la CONAPRO. Hasta el ‘87 seguí. Fueron años intensos, así lo viví desde la etapa previa con un poco de clandestinidad y las idas y vueltas en la época de la semana del estudiante.
Participé entonces en la Democracia Cristiana. El PDC era uno de los partidos del Frente Amplio que estaba reorganizándose. En el ‘89 el PDC se fue del Frente y yo también. Me preocupaba mucho la justicia social. Había estado vinculado al trabajo de voluntariado en los barrios y eso me dio la visión de que había que mejorar las condiciones de mucha gente.
¿Cómo fue su comienzo profesional?
Con un emprendimiento que daba servicios de automatización, en aquella época sobre todo al sector textil. Con algunos compañeros fundamos una pequeña empresa llamada “Proyectos Ingeniería” que se dedicaba sobre todo a agregarle electrónica e informática a líneas de producción y nuestros primeros clientes fueron del sector topista. Hicimos proyectos muy interesantes en el sector topista aquí y afuera, llegando hasta el sur de Argentina a la Patagonia y a Carolina del Sur en EEUU, también en Australia y China.
Me fui a vivir al interior a los 32 años cuando tomé un cargo gerencial en Paylana en Paysandú. Estuve ahí cerca de ocho años, así que conozco bastante bien la vida fuera de Montevideo. Coincidió con que mi esposa empezaba la carrera de fiscal en el litoral entonces se alinearon los proyectos personales.
¿Qué significó la creación del Mercosur en ese momento?
Tanto la industria topista como la textil son exportadoras y el Mercosur fue una oportunidad. Con las topistas no tanto porque exportaban su lana fuera del Mercosur. Era una época de apertura al mundo y de salir exitosos al mismo tiempo que muchas industrias antiguas estaban reconvirtiéndose.
El textil vendía en sus comienzos productos muy básicos porque teníamos ventaja de costos y había acuerdos bilaterales con distintos países como Alemania y EEUU para colocar telas uruguayas. Pero dejó de funcionar así y el comercio mundial textil cambió y había que diferenciarse mucho más por calidad de producto que por costos. Dejaba de ser viable la tela gris y el saco azul como básico. Aparecía el diseño de nuevos productos y aprendimos lo que era el desafío de tener que atender a las cadenas globales con los cambios brutales en la moda, materiales y otras exigencias.
Estoy orgulloso porque en aquella época lo logramos. Pero después el sector en general llegó una época que no pudo seguir compitiendo. Me fui en el 2001 y Paylana aguantó diez años más, pero ya varias habían cerrado.
Luego viene una etapa como docente, pero sobre todo gestor universitario.
Así es, esa ha sido mi trayectoria. Fui decano de Ingeniería, tomé una Facultad muy pequeña que tenía la Universidad Católica con ocho o nueve años y la desarrollamos bastante con un equipo de gente, transformándose en una bastante grande hoy en día, como es la Facultad de Ingeniería y Tecnología de la Católica. Ese fue un trabajo de gestión universitaria. También fui vicerrector de gestión económica, el gerente digamos de la universidad.
Al mismo tiempo retomé la docencia, que había ejercido de más joven. Hice algo de investigación que empezó a fortalecerse un poco por los años 2008 y 2009 cuando comenzamos a trabajar en el tema energía convocados por el ingeniero Braga que en aquel momento seguía muy de cerca toda la reflexión que estaba dándose en Uruguay sobre cuál iba a ser el camino de inversión en el desarrollo de la matriz energética. Ahí hicimos un libro que es mi trabajo de investigación más importante y propusimos una metodología para evaluar distintos planes de desarrollo de la matriz energética a nivel nacional en varias dimensiones, la económica, la ambiental, de seguridad de suministro, flexibilidad, etc. Lo publicamos en 2011 cuando ya Uruguay estaba enfocando el tema de las energías renovables.
¿Hace falta más ingenieros en nuestro país?
No hay ninguna duda. Sobre todo en los sectores más dinámicos. La ingeniería vinculada a la electrónica y la informática tiene desempleo cero y le falta gente, pero también en las demás ingenierías hay buen nivel de empleo y desempeño salarial.
También sucede y nos sucederá cada vez más que las tecnologías de la información, la digital, ya no es la computadora sino la transformación de la vida. No hay empresa hoy que no tenga que ser digital, entonces ahí se requieren ingenieros que entiendan esa tecnología, no tanto para “inventar la rueda” sino entender en cada negocio cómo es que la tecnología lo puede transformar y cuál es la mejor manera de utilizarla. La creatividad está muchas veces en eso.
Usted ha estudiado el tema de las empresas públicas. ¿Qué rol tienen hoy en el mundo y cuál deberían tener en nuestro país?
El mundo pasó por muchas etapas en esto. En Europa en la década del ‘30 y ‘40, sobre todo en las posguerras, en España e Italia estaba la idea del conglomerado estatal para desarrollar un área industrial, que tenía mucho que ver con recuperar empresas que estaban destruidas tras las guerras y alinear los esfuerzos productivos en una cierta dirección de estrategia estatal.
De cierta manera, algunas empresas públicas se parecen a eso. Son instituciones estatales que tienen función industrial y comercial pero no son puramente una empresa. Lo que fue pasando después tanto en Europa como en América Latina es que esa institucionalidad cambió. Se intenta que las empresas sean empresas y los organismos públicos estén regulados por un organismo independiente y que el propietario tenga accountability, es decir, forma de saber lo que pasa con las inversiones en esas empresas. En el caso de las empresas estatales, que muchas en Europa lo son, el Estado es el accionista entonces lo que tienen normalmente es una oficina de propiedad estatal que decide si el directorio está haciendo las cosas bien o mal, operando en la economía como las privadas.
Cuando el mercado es estratégico, monopólico u oligopólico, el regulador es otro organismo que tiende a poner las reglas para evitar posiciones dominantes, abuso del consumidor y lograr que haya más competencia. Esa es la institucionalidad moderna en el mundo.
¿Es el camino para Uruguay?
Nosotros queremos ir en esta dirección, en etapas. La primera es la de fortalecer a los reguladores como está en la ley de urgente consideración. Este proceso comenzó hace tiempo. Las reguladoras se crearon en el año 2000 con esta idea, pero se fueron debilitando en los últimos años. El concepto que tiene el Frente Amplio de las empresas públicas no es éste, sino que es al mismo tiempo una agencia de desarrollo que debe servir para objetivos macroeconómicos, entonces todo junto termina en que en el fondo los costos suben y se trasladan al consumidor.
El segundo paso es darle objetivos más claros a los directorios desde el accionista, en este caso desde OPP por ejemplo y tener entonces a la empresa dedicada a ser empresa y las demás decisiones que no son empresariales ya tenerlas definidas en un marco. Por ejemplo si hay que subsidiar algo, tener claro que hay que hacerlo por razones sociales y entonces eso no se lo vamos a pedir a la empresa.
Se habla mucho de agregar valor a la producción, pero ¿cuáles serían los pasos a seguir en esta dirección?
Existe el mito que nuestra producción agropecuaria es igual hace muchos años y que no agrega valor. Una cosa es que estamos exportando commodities como leche en polvo, pulpa de celulosa o carne enfriada con o sin hueso. Son productos genéricos que en el mundo tienen precios en los mercados porque no tienen marca y diseño propio. Esto es verdad, pero la cadena para producirlos ha cambiado mucho.
Si uno mira la cadena cárnica hoy por ejemplo tiene trazabilidad, pasturas con siembra directa, fertilización y así la productividad de la ganadería ha aumentado muchísimo en Uruguay. Si miramos la cadena forestal nos damos cuenta que ya no estamos exportando solamente rolos sino también pasta de celulosa en plantas de primera generación, que tienen atrás maquinaria de explotación de los bosques que son automáticas, computarizadas, etc. En lechería y arroz lo mismo.
Por un lado las cadenas agroindustriales se han modificado, modernizado, intensificado y tecnificado mucho. Con los problemas que también esto genera, por ejemplo en materia ambiental. Después tenemos los problemas de competitividad, los costos altos, algunos mercados complicados y estos son temas importantes.
Al mismo tiempo alrededor de aquello se producen también empresas de servicios de alto valor, de ingeniería, logística y arquitectura, donde las grandes obras de alguna manera les dan un empujón. Tenemos un sector de software muy dinámico que surgió al principio como dicen ellos “entre los yuyos” porque fue por iniciativa de los empresarios y jóvenes ingenieros por fines de los ‘90. Y que después se fue fortaleciendo con algunas exoneraciones especiales, pero sobre todo por el impulso de que había capacidades en Uruguay que consiguieron abrir mercados.
¿Qué oportunidades se abren en las telecomunicaciones y que rol tiene Antel?
Antel hasta ahora desarrolló una infraestructura de conectividad muy importante para el país. Esta plataforma nos permite estar bien conectados con el mundo del big data y de la inteligencia artificial. Antel puede ayudar a que se genere un ecosistema nacional que tenga capacidades de acceder a esas tecnologías. Y digo ayudar porque no lo tiene que hacer Antel, pero es verdad que en este mundo la economía de escala importa y si tengo pocos datos mis algoritmos de inteligencia artificial van a ser muy pobres. Por lo tanto solo algunos como Google pueden tener la potencia de la mejor inteligencia artificial.
En ese ecosistema podemos hacer que Google o Facebook estén aquí aprovechando la buena conectividad y Antel tenga apoyo de empresas uruguayas de software para integrarse, con el rol de la ANII. Hay que salir de la idea de monopolio e ir hacia la de ecosistema. Quiere decir que habrá muchos jugadores y una empresa como Antel puede ser catalizadora de ese ecosistema.
¿Cuánto pesa la educación y la innovación para el impulso de las pymes?
Es un tema enorme que tiene más que ver con la reforma educativa. Es evidente a esta altura que tenemos un cierto desfasaje entre cómo enseñamos, no tanto en qué sino cómo, y lo que deberíamos estar haciendo para tener jóvenes innovadores y creadores de emprendimientos.
Durante mucho tiempo la idea del emprendimiento o el valor del empresario no era algo normal en el sistema educativo, que te formaba para ser empleado, un oficinista en cierto sentido. Incluso la formación masiva que ha tenido Uruguay es más para cultura general que para hacer cosas. Hay que ir hacia una valorización de aprender haciendo, un sentido más práctico, lo cual no quiere decir que no hay que darle cultura general a la gente, porque es importante sobre todo para entender las cosas que conceptualmente van cambiando en el mundo, por ejemplo con la historia.
¿El sistema universitario está preparado?
En Uruguay ya hay bastantes experiencias en esta dirección de enseñanza activa, lo que pasa es que no han sido parte de las políticas públicas salvo alguna excepción como de repente el Plan Ceibal con algunas cosas más valiosas. Las universidades privadas tienen bastante preocupación por esto y han avanzado en ir cambiando la metodología pedagógica, más allá que a nivel de su regulación todavía hay mucha burocracia. En la UDELAR es diferente porque es autónoma y uno encuentra un mundo de alternativas que tiene que ver con distintas iniciativas de distintos grupos.
Hay que dejar que las universidades sean autónomas y medirles la calidad mediante agencias de acreditación, no hay que ponerse a regularlas mucho. A nivel de la enseñanza primaria y secundaria es distinto, ahí hay que dejar que la gente incorpore pedagogías activas a partir de políticas explícitas que también tienen que ver con darle un poco más de libertad a los centros educativos, con currículas distintas.
Entre Punta Colorada y Silicon Valley
Omar está casado hace 33 años y es padre de una hija de 20 y un varón de 17. No cree que sigan ingeniería y afirma que van más por la psicología, el arte y el dibujo. Le gusta acampar, la naturaleza, e ir a Punta Colorada donde tienen una casa de veraneo. Disfruta de la música y en algún momento tocó la guitarra, sobre todo interpretando canto popular y los Beatles. Deportivamente supo jugar al tenis aunque la espalda ya no le deja.
Conoció de cerca la meca de la innovación y la tecnología. “Fui muchas veces a Silicon Valley durante mi época de decano de Ingeniería de la Católica. Participé además en cursos en Stanford y Berkeley justamente por toda la temática de innovación y emprendimiento. A partir de eso salieron proyectos que se ejecutaron aquí”, señaló. “Es un microclima muy especial donde confluyen cosas a nivel global, capitales de riesgo y algunas de las mejores universidades del mundo. Ahí las ideas buenas consiguen financiamiento. Las que van bien se transforman en empresas grandes, muchas no y fracasan. Otras crecen y son incorporadas por una compañía. Y cada tanto aparece un unicornio como puede ser Google, Facebook o Apple. Pero eso que se ve de lejos es todo un ecosistema”, subrayó.