El doctor en filosofía Alfonso López Quintás, en uno de sus tantos escritos, señaló que el lenguaje crea palabras, y en cada época de la historia algunas de ellas se cargan de un peso especial. Son palabras “talismán”, afirmó el español. Otros filósofos las denominan “mágicas”, porque sólo por nombrarlas tienen un peso intelectual y emocional relevante y desencadenan en quien las recibe un mensaje más fuerte del que podemos encontrar al leer su significado en algún diccionario o en el buscador de Google.
En ese sentido, en la agropecuaria del mundo e incluso de Uruguay, una de las palabras de más fuerza es “aftosa”, y no sólo para el agro, sino para todo el país y para todos los que tengan mínima conciencia de lo importante que esa actividad es para la economía nacional.
Hasta ahora, la palabra “aftosa” y todo lo que implica para Uruguay, permaneció guardada en algún cajón de la memoria del colectivo social.
Casi que olvidada nadie se atrevía a mencionarla porque hacerlo implicaba retrotraernos a comienzo de siglo cuando nuestro país sufrió una crisis devastadora, y uno de los factores que agravó los efectos que la debacle argentina tuvo en nuestro país fue la diseminación del virus de la aftosa. Pero en las últimas horas volvió salir a la luz a causa y motivada por toda esta situación que estamos viviendo como sociedad debido al coronavirus COVID-19.
Corresponde a los psicólogos analizar qué ha llevado a vincular el coronavirus con la fiebre aftosa, pero la respuesta más simple quizá sea que aquel temor por la propagación de la aftosa con sus consecuencias en la economía de las empresas ganaderas y del país de todo el país resurge hoy de forma similar con la pandemia que nos está afectando.
Si analizamos las consecuencias que la aftosa tuvo hace 20 años y el coronavirus tiene hoy y tendrá en el futuro inmediato, en la economía de las personas y de los países, parece haber un claro paralelismo.
En un reciente comunicado, el presidente del Instituto Nacional de la Leche (Inale), Ricardo de Izaguirre, hizo un llamado a extremar los cuidados para evitar la propagación del coronavirus y recordó que “en ocasión del brote de fiebre aftosa, los tamberos uruguayos se organizaron con enorme responsabilidad para evitar la expansión del virus, mediante la organización de barreras sanitarias escalonadas de desinfección, actitud que es de destacar por el enorme esfuerzo realizado”.
Más tarde un reconocido periodista agropecuario comparó las medidas de aislamiento necesarias para evitar la propagación del coronavirus con la fiebre aftosa. “La diferencia es que con la aftosa aislábamos los animales, ahora tenemos que aislarnos nosotros, las personas”, expresó.
Son solo dos ejemplos de varios que se han escuchado en estos días. Todos toman la aftosa como comparación por el desastre que esa enfermedad causó a todas las empresas vinculadas al sector como a la economía nacional, y por ser responsable de la pérdida de millones de dólares en exportaciones.
Cuando alguien compara la situación actual con la de la aftosa, no es tanto por el desastre que ésta causó sino por cómo nos sobrepusimos gracias a que hicimos las cosas bien en un esfuerzo conjunto de todas las ramas de la producción.
Quienes están en el tema o vivieron aquella situación de 2001 saben que decir aftosa es muchísimo más que una enfermedad que afecta a las vacas, y recordarán que tuvo un efecto directo en miles de personas, que dañó la economía y frenó el desarrollo del país, que generó temores, inquietudes interiores además de problemas económicos. Lo mismo que ahora, y por eso surge el recuerdo y el paralelismo con el COVID-19. La diferencia está en que aquello fue local, nos afectó solo a nosotros, en cambio esto es global y escapa de nuestras manos.
La noticia que nadie quería dar
El primer foco de aftosa se detectó el 23 de abril de 2001 en un establecimiento de Palmitas en el departamento de Soriano. Fue la noticia que nadie quería dar y se convirtió en uno de los hechos más relevantes del año.
Automáticamente se cayeron todas las exportaciones y comenzó una odisea que se ignoraba cuánto duraría ni en qué tiempo la ganadería volvería a recuperarse. Hoy sabemos que aquella peripecia duró exactamente 5 meses, finalizó el 25 de setiembre de ese mismo año, y que la recuperación fue total. Se recuperaron las producciones, se abrieron mercados y hoy la carne uruguaya es valorada como una de las mejores del mundo.
Pero lo vivido en esos cinco meses fue de una dureza extrema: se detectaron más de 2.000 focos con casi 77.000 vacunos enfermos. Cada día los medios informaban sobre focos nuevos y el crecimiento permanente del número de animales infectados y sacrificados. Los mercados internacionales se cerraron, los frigoríficos dejaron de faenar y mientas algunos abastecían el pequeño mercado interno otros mandaron sus trabajadores a sus casas. Medido en números, en los primeros nueve meses del año las exportaciones sumaron 1.578,8 millones de dólares, lo que significó una caída de 165 millones respecto a igual período del año anterior.
Pero como sucede hoy con el coronavirus, la aftosa no sólo implicó un mazazo a la economía, también significó un agravamiento de la crisis social y como tal afectó a miles de personas en todo el país.
“Esto es más grave que la sequía”, dijo Jorge Batlle al conocerse el primer foco aftósico, y nadie duda que el coronavirus es más grave que la aftosa, pero en la historia reciente Uruguay no conoce instancia sanitaria más dramática y con efectos tan negativos, que la de esos cinco meses de 2001.
Es probable que la gente de la ciudad no lo entienda, pero quienes lo vivieron ven que efectivamente hay un paralelismo por el temor que genera, la incertidumbre a las que nos lleva, ese no saber por cuánto tiempo seguiremos así. Todo eso agravado por ignorar qué sucederá después de que todo vuelva a la normalidad, con qué país nos encontraremos, con qué mundo, y cuánto demoraremos en recuperar la plenitud de nuestras vidas.
Sin embargo en el espíritu del productor uruguayo hay optimismo. El mismo que había en 2001. No podría ser de otra forma en cuanto se trata de un emprendedor e innovador nato que conoce de adversidades e incertidumbres. Por eso, cuando alguien compara la situación actual con la de la aftosa, no es tanto por el desastre que ésta causó sino por cómo nos sobrepusimos gracias a que hicimos las cosas bien en un esfuerzo conjunto de todas las ramas de la producción.
2000, aftosa en Artigas
En octubre de 2000 se conoció que se había detectado un foco de aftosa en Artigas muy próximo a Brasil. El gobierno aisló a ese departamento y prohibió la salida de cualquier producto, los vacunos fueron sacrificados y cada litro de leche producido desechados. En ese caso la barrera sanitaria departamental tuvo éxito, pero sólo 6 meses después se detectaría el foco en Soriano con consecuencias desastrosas.
Detectado el primer foco el 23 de abril la reacción del gobierno que entonces encabezaba el Dr. Jorge Batlle fue rápida y contundente en cuanto suspendió las exportaciones y comunicó a los países compradores como a las autoridades sanitarias lo que nos estaba sucediendo. Esa actitud de transparencia nos diferenció de Argentina que luego se supo tenía focos sin declarar.
En la urgencia por contener el avance de la enfermedad y focalizarlo a la zona donde había aparecido se intentó contener el brote al departamento de Soriano como había sucedido en octubre del año 2000 con un caso aislado en Artigas. Se aplicó el rifle sanitario en todo el ganado del establecimiento afectado y sus vecinos, una medida extrema que generó protestas de varios productores. Tres días después y ante el incremento de los focos se continuó con el rifle sanitario y se sumó la vacunación de los animales ubicados en las zonas afectadas. La vacunación de todo el rodeo se completó a mediados de julio y el 25 de setiembre dejamos de tener focos activos en Uruguay.