¿Dónde estabas el 2 de abril de 1982?
Estaba en mi casa. Yo ya había terminado de hacer el servicio militar obligatorio en diciembre del ‘81 y me había reintegrado a la vida civil continuando mis estudios y trabajando. A la mañana temprano me enteré por la televisión y la radio. Recuerdo que mi primera reacción fue de mucha alegría y también de sorpresa. No estábamos acostumbrados a que el gobierno dictatorial tomara medidas a favor de la causa nacional o del pueblo argentino.
Cuando expresé mi algarabía mi hermana Marcia, que ya falleció, me dijo “¿por qué te ponés contento si seguramente te van a llamar a vos?”. Ahí caímos en la cuenta que eso iba a suceder y dije “si me llaman, voy”.
¿Cómo fueron los días siguientes?
Efectivamente siete días después, la madrugada del 9 de abril, me llega una comunicación traída por un soldado recién integrado que decía que yo me tenía que incorporar al regimiento. Me cambié y me despedí como si fuera de paseo, en un acto de simulación, porque yo sabía a dónde iba, pero fue como un acto implícito con mi familia, como que no pasaba nada.
Recuerdo que cuando salí de casa tenía que tomar dos colectivos para llegar al regimiento y en el transcurso de ese camino de unas cien cuadras, saliendo de La Matanza, me iba despidiendo mentalmente de cada uno de los paisajes. Me decía a mí mismo “registralo en tu mente porque puede ser la última vez que lo veas”.
Entonces se reencontró con sus compañeros del servicio…
Cuando arribé al regimiento a las 4 y pico de la madrugada todavía estaba oscuro y había empezado el otoño en Buenos Aires. Me encontré con un panorama completamente inédito. En general una unidad militar es un lugar muy callado, pero cuando llegué al regimiento parecía la final de River y Boca por el campeonato. La plaza de armas iluminada y los muchachos gritando y haciendo cantos casi futboleros.
Me presenté en la compañía y pedí un rol de combate. En la compañía de infantería no había más lugar, entonces me anoté en enfermería y fui con la sección Sanidad.
¿Cuál era el sentimiento del resto de la población?
Al día siguiente de mi reincorporación, el 10 de abril, es la famosa movilización multitudinaria a Plaza de Mayo, una de las oportunidades históricas en que mayor cantidad de pueblo se volcó al lugar, que estaba atiborrado en varias cuadras a la redonda. Ese día se reunieron Galtieri y su canciller Costa Méndez con el secretario de Estado de EEUU, Alexander Haig, un general de cuatro estrellas. Esa movilización es clave porque es el momento en que supuestamente Haig hacía de mediador entre Argentina y el Reino Unido, aunque como posteriormente sabremos no fue ninguna mediación sino que fue una dilación del verdadero rol de EEUU que fue apoyar al Reino Unido.
Nosotros estábamos acuartelados por las dudas, pero originalmente no íbamos a ir todos a Malvinas. Yo creo que esa plaza llena con el apoyo popular tuerce lo que estaba pensado en la cabeza de los comandantes. Lo que se había hecho el 2 de abril era un “toco y me voy”, o sea, tomar la posición, reducir a los ochenta y pico de royal marines que estaban en la casa del gobernador de facto de las islas y dejar una especie de guardia de policía que gendarmería de 450 efectivos. Este era el plan. Tomar para negociar en una mejor situación, creyendo que EEUU iba a tener un papel neutral. El pueblo con su enorme sabiduría y su intuición supo que eso era una mentira y se volcó masivamente a la plaza. En ese momento se decide enfrentar seriamente a Gran Bretaña y enviar 10 mil soldados.
¿Cómo era la composición de ese ejército argentino que viajó a las islas?
Se movilizó básicamente a la 10ª Brigada de Infantería, de la mayoría de los regimientos que están por la Mesopotamia argentina y los de Buenos Aires. Después hubo agregados de otras unidades del país, pero el grueso de las tropas que fuimos éramos de esa brigada. Por eso había muchos chaqueños, correntinos, cordobeses, santafecinos, bonaerenses y porteños.
Hay una cuestión que me parece de un enorme racismo y auto-denigración como la llamaba Arturo Jauretche que es que muchas veces se hace referencia a que mandaron a los “negritos del interior”. Esto se ha escuchado infinitas veces como si hubiera habido un proceso de selección para mandar al muere a la gente de las provincias argentinas. La realidad es que, si uno estudia la historia de nuestra emancipación nacional y de la resistencia federal, la mayor parte de las veces la sangre, los caídos y la heroicidad lo dieron los sectores populares de Argentina. Otro de los argumentos que se utilizan es que mandaron a gente de provincias con calor a un territorio frío. Pero la verdad es que en pocos días ya estábamos aclimatados.
Esos sectores populares habían desarrollado una resiliencia mayor que los sectores medios más protegidos y cubiertos, con gente que estaba habituada a trabajar desde muy pequeños a la intemperie en el campo sea con cuarenta grados de calor o cinco bajo cero. Yo he vivido con esos compañeros del interior y he visto una multitud de historias heroicas. Después está una cuestión universal y es que ni el más veterano de los soldados está totalmente preparado para la guerra porque es algo extraordinario en la vida de los hombres. Siempre está la interpelación de ver la muerte de cerca y uno no sabe cómo va a actuar hasta que ocurren los acontecimientos.
¿Cúales fueron tus primeras impresiones al llegar a Malvinas?
La mayoría llegamos por avión, algunos otros por barco. El primer gesto, sin que nadie nos indujera a hacerlo, era tirarnos al suelo y besarlo. Era un gesto que se repetía incansablemente. Nosotros sabíamos en nuestra cabeza y corazón que estábamos participando de un evento muy importante en la historia argentina. Teníamos a ese territorio de Malvinas como sagrado y de amplia significación simbólica.
¿De qué manera se dieron los enfrentamientos?
Hubo tres etapas. La primera hasta el primero de mayo que fue la preparatoria. Ese día fue el primer ataque aéreo, ahí entramos en guerra estrictamente. Soportar los bombardeos de los barcos y los aviones. Al principio todo era “alerta roja” y “a las posiciones”, pero a la semana ya estábamos acostumbrados a calcular el tiro de los barcos, si iba a pegar lejos o cerca por el silbido de las bombas y el estruendo cuando impactaban en el objetivo. Ahí nos dimos cuenta de la enorme capacidad que tenemos los seres humanos de adaptarnos a las condiciones más extremas.
Después fue una angustiante espera porque ya los últimos días de mayo y primeros días de junio queríamos combatir y que se definiera por matar o morir porque lo que más puede angustiar, como estamos viviendo en estos días con la pandemia del coronavirus, es la espera y la incertidumbre.
Hay un refrán o sentencia histórica que dice “si quieres saber cómo combatiste pregúntale a tu enemigo”. Y si uno va a los libros de los británicos todos los testimonios son concordantes en destacar la resistencia que ellos no pensaban tener en los combates terrestres. Pensaron que iba a ser un paseo y justamente el comandante del desembarco inglés, Julian Thompson, escribió un libro que se llama No Picnic donde describe esa resistencia que opusimos los soldados argentinos a las tropas británicas.
Estando en la parte de sanidad, muy en contacto con el dolor y la muerte ¿cuánto pesaba la religiosidad?
Mucho. Nosotros tuvimos capellanes, algunos buenos otros no tanto. Pero es cierto que en los momentos de angustia y ver la cara de la muerte, naturalmente apelábamos a eso.
A mí me pasó una experiencia religiosa en el sentido profundo de la palabra. Mis padres no me habían bautizado por cuestiones ideológicas, pero yo siempre me sentí una persona con fe quizás por mi madre que era de la religiosidad popular. Pero en Malvinas sentí el sentido perfecto de la palabra religión. En un momento dado me mandan a una posición complicada con los dos peores soldados del regimiento, con antecedentes de robos y vendettas. Cuando iba pensé “lo que me esperaba teniendo que compartir la carpa con estos muchachos”. Al llegar me saludaron porque me conocían y enseguida me dijeron “¿vos sabés rezar? Porque nosotros queremos rezar pero no sabemos cómo. ¿Nos ayudás?”. Entonces rezamos un padre nuestro. Ahí entendí el término re-ligare.
Y conocí muchas otras situaciones de compañeros que me han contado, como la aparición de una virgen que los protegió de un ataque inglés a bordo del Monsunen y donde a pesar del ataque con tres helicópteros sobre el barco en ese momento no murió nadie. Más muchos otros que a partir de ese momento se convirtieron a la fe y tuvieron una actitud más cercana con Dios.
¿Qué significó el momento del hundimiento del crucero General Belgrano y la muerte de más de tres centenares de compatriotas?
Para nosotros claramente fue la peor noticia que recibimos en combate. Obviamente no sabíamos la dimensión del hecho porque recibíamos noticias de distinta procedencia, de radio Carve, de la prensa argentina y estaba todo muy manipulado. Pero después comprendimos la dimensión del hecho investigándolo. Sobre todo de los propios británicos que fueron los primeros en denunciarlo cuando un grupo de legisladores laboristas y de organizaciones civiles intentaron una interpelación parlamentaria por crímenes de guerra de Margareth Thatcher, que finalmente no ocurrió. Pero se formó un grupo muy activo llamado “Belgrano action group” que editó dos libros.
El Belgrano en el momento en que fue hundido luego de ser perseguido durante 30 horas por el submarino de propulsión nuclear Conqueror ya estaba absolutamente fuera del teatro de operaciones y el Derecho Internacional establece según la carta de Naciones Unidas y las convenciones aplicables a los conflictos armados que para que un blanco sea un objetivo lícito de ataque no basta con que sea un objetivo militar sino que también debe presentar un peligro inminente para la fuerza.
La orden de hundimiento era con el objeto de cancelar toda posibilidad de solución pacífica, que es lo que efectivamente ocurrió. Las conversaciones que se venían dando con mediaciones de todo tipo, por ejemplo la del presidente Belaúnde Terry de Perú donde Argentina había aceptado las condiciones y faltaba la respuesta británica. Su respuesta fue hundir al Belgrano porque lo que realmente precisaba Thatcher era una victoria para relanzar su gobierno y así fue reelecta en dos oportunidades más.
Después de la guerra vino lo que se conoce como la “desmalvinizacion”, ¿a qué se refiere este concepto?
Desmalvinización es un neologismo que ni siquiera lo creamos nosotros sino que fue inventado por un politólogo francés llamado Alain Rouquié que había estudiado mucho la incidencia de las fuerzas armadas en el sistema político de América Latina, especialmente de Argentina. En mayo de 1984 en una entrevista en París con el novelista y periodista Osvaldo Soriano sugirió el tema de la desmalvinización.
Decía que si las fuerzas armadas argentinas que participaron en la guerra sucia y en el terrorismo de estado tomaban a Malvinas como argumento de su existencia iban a tratar de limpiar esa guerra sucia con la guerra limpia de Malvinas. Y por lo tanto habría una presencia política de las fuerzas armadas que significaba una amenaza a la incipiente democracia argentina. Por lo tanto aconsejaba olvidarse del objetivo de recuperación territorial de Malvinas y desmalvinizar primero a las fuerzas armadas y después a todo el sistema argentino.
Efectivamente la desmalvinización fue ejecutada aun antes de esta recomendación por la propia última junta militar que sucedió a Galtieri, la del general Bignone y Nicolaidés, porque a nosotros cuando nos trajeron desde las Malvinas de nuevo al continente nos recibieron casi en silencio. Después se hizo política de estado.
Al conflicto armado se lo redujo simplemente a la dimensión del “borracho” de Galtieri que intentó perpetuarse en el poder apelando a una causa noble. Hay una configuración geopolítica mucho más compleja de los intereses anglo-norteamericanos en el Atlántico Sur como se evidenció inmediatamente después del conflicto con la construcción de una base de la OTAN en Mount Pleasant que es la que amenaza a la paz en todo el Atlántico Sur, no solo a Argentina sino a todos nuestros países, con una presencia militar permanente y muy poderosa que relativiza el concepto de nuestra soberanía.
Algunos años atrás participaste de la creación del Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús. ¿Es un paso en la dirección contraria a esa desmalvinización?
Hace poco más de diez años cuando yo estaba como apoderado de la comisión de familiares de caídos en Malvinas firmamos un convenio con la rectora de la Universidad Nacional de Lanús, Ana Jaramillo, que había tenido en el exilio una actitud muy activa en América Latina formando comités de solidaridad incluyendo por supuesto a Uruguay. En virtud de esa experiencia y de su valentía creamos el Observatorio Malvinas que bajo la conducción de Julio Cardozo produjo una serie de elementos culturales y pedagógicos muy interesantes que es el capital más preciado que tenemos del Observatorio. Entre ellos el manual Malvinas en la historia, un libro que en el año 2010 publicamos sobre el Primer Congreso Latinoamericano “Malvinas, causa de la Patria Grande”.
Hay una generación de jóvenes que han estudiado el tema y saben más cosas que nosotros sobre le guerra y la causa Malvinas. Eso es promisorio. Pero esto se hace por la periferia de la producción de conocimiento. Las universidades siguen teniendo la versión desmalvinizada y la mayoría de los docentes todavía lo que promueven es eso.
¿Cuál es la estrategia para recuperar las Malvinas?
Nosotros produjimos un documento que tiene dos cuestiones fundamentales. La primera que conociendo a Gran Bretaña o se le gana en combate o se le enfrenta con mucha claridad política. En el caso de las Malvinas el punto débil que ellos tienen es sostener una base militar y su posición colonial que resulta obviamente costosa en términos económicos y de esfuerzos del Estado británico para sostenerlo.
La única opción para enfrentar esa situación es encarecer los costos de la ocupación británica. Es decir, que se le vuelva tan costoso cada vez que en algún momento le sea más económico sentarse a negociar de acuerdo a las resoluciones de Naciones Unidas. La mera diplomacia sin alguna política decidida para encarecer la ocupación, no va a dar resultado. Porque además ellos son los dueños del “boliche”, que es el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que tiene cinco dueños y todos los demás somos asistentes o convidados de piedra. Esos cinco son los que pueden votar o vetar alguna decisión efectiva.
¿Cómo se hace entonces?
Argentina sola no va a poder recuperar las Malvinas ni va a poder hacer encarecer los costos de la ocupación. La gran lección de Malvinas es que o nos unimos todos o nos comen de a pedazos uno por uno, como ya advertía Perón a mediados del siglo pasado. El verdadero patriotismo ya no puede ser el de patria chica de Uruguay, de Argentina ni de patria mediana de Brasil, sino la Patria Grande que tenemos que hacer realidad ya no por una convicción romántica o ideológica sino por necesidad imperiosa para que los intereses de las corporaciones internacionales no nos devoren.
La unidad de la Patria Grande no tiene nada que ver con el panamericanismo de la OEA o el TIAR. Instituciones que murieron en la práctica con Malvinas, pero sobrevivieron en los papeles. Ahí se demostró que la defensa conjunta e interamericana que proponía EEUU no funcionó sino que se puso de parte de Inglaterra contra los latinoamericanos. Hay que reconstruir nuestras instituciones para que vuelvan a representar la verdadera unidad de nuestros pueblos. Nuevas instituciones de defensa,
económicas y culturales pero no pueden quedar subordinadas a intereses foráneos.
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